Jara Santamaría (Zaragoza, 1990) es periodista de formación y escribe desde muy joven. En 2007, con tan solo 17 años, obtuvo el II Premio Jordi Sierra i Fabra para Jóvenes Escritores con la novela Te comerás el mundo. Es también autora de Londres después de ti (Premio Literario La Caixa/Pataforma) y de la saga «Los dioses del norte».
Colabora en la revista digital Culturamas y en el blog de literatura juvenil de la librería Kirikú y la Bruja, además de participar en actividades de animación a la lectura.
Edición en formato digital: noviembre de 2021
© 2021, Jara Santamaría
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Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2021, Juan Acosta, por la ilustración de portada
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Ilustración de portada: © Juan Acosta
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ISBN: 978-84-18688-41-6
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La luz y las tinieblas se enfrentan de nuevo en la cuarta parte de la saga Los dioses del norte, la serie de mitología del País Vasco y Navarra que lleva más de 35.000 ejemplares vendidos.
Tres primos. Dos mundos. Un secreto.
Es primavera y Gaua florece con cientos de colores. Las flores brillan más que nunca, y algunos lo achacan a la apertura del portal. Las normas han cambiado, y Emma, a pesar de tener quince años, puede entrar y salir de Gaua sin problema junto a Ada y a Teo, ¡y también la Amona! En el valle se respira optimismo y la promesa de una tranquilidad... que no durará mucho.
Lo que todos habían considerado siempre una mera leyenda puede que sea más real de lo que creían. Una criatura que ha estado contenida durante demasiado tiempo amenaza con destruirlo todo a su paso.
¿Conseguirán los primos equilibrar las fuerzas del bien y el mal o ganará para siempre la batalla el caos que siembra un dios sediento de venganza?
Un viaje en el que la magia te conducirá a la verdad.
Índice
Expresión de cariño en euskera, traducible como « querida » , « amor » ...
Este también es para ti, papá .
Porque, como Ada, te sigo buscando por todas partes
Prólogo
H ay pocos lugares más oscuros que un mundo en el que siempre es de noche. Uno podría recorrer la Tierra en busca de espacios recónditos y aun así es muy probable que jamás llegase a experimentar una oscuridad como aquella, una oscuridad asentada, implacable, acostumbrada a impregnarlo todo de un frío tan reconocible que calaba hasta los huesos.
Aun así, a Uria le parecía que había noches más oscuras que otras. Y la de aquel día era, sin duda, de las peores.
Caminaba sin rumbo fijo. Si encontraba a algún viandante le diría que volvía a Elizondo después de un día ajetreado haciendo recados en Irurita, pero mentiría: la realidad es que caminaba sin ningún propósito concreto, tratando de buscar algo de consuelo en el silencio solo interrumpido por el crujido de las ramas de los árboles al contacto con sus pies. Era una de las noches más negras que recordaba. Le gustaba fijarse en esas cosas, observar y analizarlo todo despacio, desde fuera, como si fuese una mera espectadora: esa noche la oscuridad parecía haber querido colarse en cada recoveco de Gaua y lo había llenado todo de un silencio casi inquietante, como si ocultase en secreto que algo terrible estaba a punto de suceder.
Uria disfrutaba de ese silencio. De hecho, lo buscaba.
Tal vez por eso encontró en esa noche una oportunidad perfecta para caminar durante horas.
Para ella, no era tan fácil. Tenía que encontrar un lugar donde verdaderamente no hubiera nadie ni por asomo cerca. Para encontrarse con el silencio, no bastaba con acudir a algún lugar en el que la gente estuviera callada, porque cada uno de los pensamientos de cualquier persona que encontrase a su paso retumbaba en su cabeza con la violencia de un grito. Era el castigo de ser Empática, ella lo sabía; lo había arrastrado toda su vida y creía que había aprendido a vivir con ello, pero últimamente era una carga demasiado pesada. Allá donde fuera, podía escucharlos a todos. Incluso los viandantes que le dedicaban una tímida sonrisa con una intención evidentemente amable no podían ocultar la curiosidad en sus pensamientos: «Es ella, ¿no?», pensaban. «Uria, la exlíder de los Empáticos». Y rara vez se detenían allí: «Es la que casi nos lleva a la ruina en la batalla contra Gaueko. La que ordenó que atacásemos a las criaturas».
Sus pensamientos sonaban tan altos y claros, tan contundentes, que se clavaban en ella y la obligaban a mirar al suelo. «Se la ve mal, no parece ella», pensaban algunos. «Aunque es normal... ¿Qué será de ella? Desterrada del liderazgo de los Empáticos, tiene que sentir una vergüenza tremenda. ¿Qué pensará su familia?».
Y algunos, los menos cautelosos, ni siquiera se esforzaban en controlar su juicio y, mirándola de arriba abajo, con una mueca de desagrado, pensaban alto y claro que se lo merecía. Conscientes, probablemente, de que podía escucharlos a todos. «Dicen que planeaba dejar vendidos al resto de los linajes, ¡que iba a dejarnos tirados en plena batalla!, que ordenó a los Empáticos que se retiraran para salvarse y nos dejaran a nuestra suerte. Si no llega a ser por Unax...».
Unax. Allí es donde terminaban casi todos los pensamientos, como si aquel nombre fuese una runa mágica a la que poder aferrarse. Unax . Todos estaban enormemente agradecidos por ese nuevo líder que había llegado para salvarles del terrible destino que les esperaba con Uria. De repente, era como si todos hubieran olvidado lo que había hecho su familia: el padre de Unax había organizado una revuelta para romper el portal, había secuestrado a una niña y había sido el auténtico responsable de que hubiera habido una guerra con Gaueko. Si no hubieran secuestrado a Ada, ¡nada de todo aquello habría pasado! Y aun así, de repente, ¿todos estaban decididos a confiar ciegamente en su hijo? Y era ella la que debía cargar con la vergüenza de todo el valle. Nadie parecía recordar que ella fue quien asumió el mando para intentar deshacer el caos que había generado la familia de Unax, y que lo hizo lo mejor que pudo, aun siendo demasiado joven para estar preparada para algo así.
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