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EDITORIAL
Título: Elecciones.
Saga Crónicas de los tres colores.
© 2015 Anabel Botella Soler.
© Ilustración de portada: David Puertas .
© Diseño Gráfico: Nouty.
© Fotografía de la autora: Javier Caró .
Colección: Volution.
Primera Edición Marzo 2015.
Derechos exclusivos de la edición.
© nowevolution 2015.
ISBN. 9788494435720
Edición digital Octub re 2015
Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.
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A Juanjo, porque vivir contigo es mucho más emocionante
que cualquier novela que pueda escribir.
A Ian, porque tú me inspiraste a Fred.
El camino hacia la madurez no es nada fácil.
Prólogo
Raan-Kizar era un hermoso lugar hecho a medida para los dioses, de edificios con cúpulas doradas que brillaban más que el sol. Innumerables bóvedas de diferentes tamaños se sucedían a lo largo de la ciudad, que resplandecía desde el suelo hasta el cielo.
La brisa era suave y siempre traía aroma a miel y flores por las tardes. El tiempo transcurría sin prisas y las agujas del reloj apenas se escuchaban. Cuando el sol se escondía las estrellas titilaban en el firmamento con calma.
Una de aquellas noches apacibles, en uno de los palacios más altos de Raan-Kizar, una niña llamada Magriana, quien tenía el don de ver el futuro, soñó con otro mundo.
Al fin llegaba su oportunidad, aquello que tanto ansiaba estaba al alcance de su mano. Suspiró antes de levantarse con calma. También ella soñó que sería parte de esa extinción. Los dioses se alzarían en una guerra sin cuartel y por ello debía jugar muy bien sus cartas.
Necesitaba preparar su gran momento.
En una mañana en la que el sol apenas iluminaba el cielo caminó hasta su armario y escogió su mejor vestido. Peinó su cabello del color de los rubíes, tan rojo, tan púrpura, tan hermoso como un amanecer en un mar de plata, hasta que el sol brilló en el cielo. Se miró en un espejo tras haber ensayado su discurso más de cien veces y dibujó la mejor de sus sonrisas, cándida por fuera y sagaz por dentro.
—Fred Jones… al fin nos conoceremos —dijo antes de abandonar sus aposentos.
Atravesó los pasillos del palacio de Eslhabía con urgencia, se miró en las puertas de oro bruñido que se encontraban en su camino y al final traspasó los dominios de la diosa que pondría el futuro en sus manos.
—He visto otros mundos —anunció la niña, que por aquel entonces no tenía más de doce años—. Mundos donde podemos gobernar. —Eslhabía la escuchaba con suspicacia—. Hay un chico llamado Fred Jones que nos abrirá las puertas. Sus dibujos cobrarán vida y creará un mundo mejor que el que tenemos. Ya no necesitaremos a los dragones… Ya no.
Sin embargo Magriana se guardó de comentarle cuál era su verdadero deseo. Muy pronto ella tendría la llave para abrir las puertas a otros mundos.
—¿Otros mundos? —respondió Eslhabía—. Nuestra condición no nos permite viajar a otros mundos. Sabes que solo los dragones y Padre pueden realizar esos viajes.
La niña negó varias veces con la cabeza. Eslhabía acarició su mejilla y Magriana sintió la frialdad de sus dedos.
—El futuro ya está aquí; muy pronto nuestro mundo estallará en mil pedazos. El sol agoniza y habrá una guerra. —La niña sostenía una esfera de cristal, del tamaño de una nuez, en la mano. Se la colocó en el entrecejo y dejó que la bola le hablara—. Vuestro destino y el mío están unidos.
—Mi querida niña —soltó Eslhabía con una sonrisa arrebatadora—, ¿cómo pretendes que salgamos de aquí? Solo los dragones pueden sacarnos de aquí. Yo no poseo la llave.
Magriana jugó nuevamente con la esfera. Parecía estar en trance.
—Sí, la tenéis. Tahor y Maasia nos sacarán de aquí —dijo al fin Magriana bajando la mirada al suelo.
—¿Ellos…? —se preguntó en voz alta. Se acercó a un espejo para arreglarse el cuello de su túnica blanca—. Eso sería imposible. Jamás se unirían a nosotros.
—Pero no serían papá y mamá quienes vayan a hablar con los dragones, sino Magma, vuestro querido hermano y vuestra excelencia —contestó mordiéndose un labio—. Os convertiréis en papá Tahor y mamá Maasia y rogaréis a los dragones para que nos saquen de esta trampa mortal que se ha convertido Raan-Kizar para todos nosotros. En cuanto lleguemos a la Tierra mis hermanas y yo le concederemos un poder cada una a Fred Jones. —Su mirada se perdió en aquella visión que estaba teniendo—. El talento de este chico, como ya os he dicho, será crear mundos más allá del papel. Podremos gobernar a nuestro antojo.
Eslhabía pensó en la propuesta de la niña.
—¿Qué ganamos Magma y yo si nos unimos a vosotros? Si nos descubren seremos desterrados a la isla de Elrer. Te aseguro que no es nada agradable estar allí.
—Hay muchos mundos que gobernar. Los dragones nos tienen confinados en este pedazo de tierra que está llegando a su fin. Si logramos llegar a este chico no necesitaremos a los dragones para abrir las puertas a otros mundos. Confíe en mis palabras.
—¿Abrir otras puertas…? Eso sería fabuloso. —Recordó cuando su esposo había ido en busca de su amada hija Tigrial al Reino Prohibido. ¿Conseguiría volver a abrir las puertas?
—Sí. Seremos más grandes que Kuangoo, más grandes que todos los dioses, más grandes que todos los dragones. —La mirada de la niña se iluminó.
—¿Me estás pidiendo también que traicione a Kuangoo? Ciertamente no te faltan agallas para venir a hablar conmigo. No levantas dos palmos del suelo y ya tienes ansias de poder.
—En eso he tenido buenos maestros… —La niña la miró a los ojos antes de continuar hablando—. Entonces, ¿acepta mi proposición?
Eslhabía soltó una carcajada y asintió con la cabeza.
—Eres una niña adorable, ¿lo sabías?
—Eso dicen de mí.
Sin embargo ella tenía otros planes, pues mientras confabulaba con Eslhabía también conspiraba con el Consejo de los Justos, además de hacerlo con Kuangoo. Magriana se presentó una vez más como una chiquilla inocente que había sido utilizada por Eslhabía y Magma, su hermano. Su sonrisa cándida era su mejor baza…
Magma se sentó en el borde de la cama y tocó con su mano el hombro de Eslhabía, que permanecía durmiendo.
—Hermana, despierta. Hoy es el día. ¿Ves cómo todo llega?
—¿No podías esperar a mañana para decirme estas tonterías? —contestó bostezando—. Presentarte aquí ha sido una imprudencia por tu parte. No cantes victoria todavía.
—Ya es una victoria que la puerta a la tierra se abra en breve —dijo Magma.
—Magriana se llevará una sorpresa —se mojó los labios Eslhabía.
—Pagaría por ver ese momento.
—No te quejes, que tú también tienes tus dosis de entretenimiento.
—¿Cuánto crees que seguiremos esperando? —se preguntó Magma.
—Eso depende de las circunstancias y de lo que Sylvia haga. Pero ahora, si no te importa, me gustaría seguir descansando. Me queda un largo día por delante.
—Está bien. Ya no resultas tan divertida como antes. —Magma chasqueó los labios.
—Llevas razón, pero tú sigues siendo un quejica —contestó la mujer tapándose nuevamente con las manta—. Ya verás como dentro de poco tu suerte cambia. Estoy deseando saber qué pasará cuando el chico llegue aquí.
El dibujo que fue hablar con Fred
Fred siempre se quejaba de que nunca pasaban cosas interesantes en su vida. Con casi quince años era un chico bajo para su edad, le sobraban un par de kilos y llevaba unas gafas de pasta negra. Tenía el pelo liso y se dejaba el flequillo a modo de cortinilla para esconderse cuando tenía que hablar con alguna chica. Según sus profesores era un chico listo, pero algo infantil. Sus ojos eran como dos esmeraldas grandes. Solía ir con los hombros encogidos y la cabeza gacha. Se interesaba por los cómics, por los libros de detectives y por jugar a rol con el conserje de su colegio, con el que chateaba por Internet.