Alex Kava
Cazador De Almas
Título original: The Soul Catcher
Traducido por Victoria Horrillo Ledesma
Serie Maggie O’Dell, 3
Este libro está dedicado a dos mujeres asombrosas:
escritoras y colegas, sabias mentoras
y amigas extraordinarias.
Para Patricia Sierra,
que insistió en que me mantuviera con los pies en la tierra,
concentrada y encarrilada,
y me incordió hasta que le hice caso.
Y para
Laura van Wormer,
que insistió en que yo podía llegar muy alto
y me dio luego un empujoncito en la dirección adecuada.
En un año más plagado de preguntas
que de respuestas, vuestra confianza ha significado
para mí más de lo que jamás podré expresar con palabras.
Creo firmemente en la necesidad de compartir los méritos y dar las gracias, de modo que suplico paciencia al lector, pues esta lista parece ir alargándose con cada libro. Muchas gracias a todos los profesionales que tan generosamente me han brindado su tiempo y experiencia. Si doy algún dato erróneo o me he permitido alguna licencia creativa al consignar los hechos, la culpa es mía, y no de ellos. Quisiera expresar mi admiración y respeto a los siguientes expertos:
A Amy Moore-Benson, mi editora, mi adalid, mi socia creativa y mi sentido común: eres la mejor.
A Dianne Moggy, por su paciencia, su concentración y sus sabios consejos: eres un fenómeno.
A todo el equipo de Mira Books por su entusiasmo y dedicación, y especialmente a Tania Charzewski, Krystyna de Duleba y Craig Swinwood. Muchas gracias en particular a Alex Osuszek y a un maravilloso equipo de ventas que sigue superándose y batiendo marcas que nunca soñé alcanzar, y menos aún sobrepasar. Gracias a todos por permitirme formar parte del equipo, y no sólo del producto.
A Megan Underwood y a los expertos de Goldberg McDuffie Communications, Inc., de nuevo, por su incesante dedicación y su incuestionable pericia.
A Philip Spitzer, mi agente: siempre te estaré agradecida por arriesgarte conmigo.
A Darcy Lindner, director de una funeraria, por contestar a mis morbosas preguntas con gracejo profesional, simpatía, franqueza y minuciosidad suficiente como para inculcarme un tremendo respeto por su profesión.
A Tony Friend, agente de la policía de Omaha, por una imagen de las cucarachas que no olvidaré fácilmente.
A los agentes especiales Jeffrey John, Art Westveer y Harry Kern, de la Academia del FBI en Quantico, por abrir un hueco en sus apretadas agendas para enseñarme las instalaciones y darme cierta idea de lo que significa ser un verdadero agente del FBI y un experto en perfiles criminales. Gracias también al agente especial Steve Frank.
Al doctor Gene Egnoski, psicólogo y primo extraordinario, por sacar tiempo para ayudarme a psicoanalizar a mis asesinos y no extrañarse por ello. Y gracias en particular a Mary Egnoski, por escuchar con paciencia y darnos ánimos.
A John Philpin, escritor y psicólogo forense retirado, por contestar con tanta generosidad y sin vacilación a todas mis preguntas.
A Beth Black y a su maravilloso equipo, por su energía, su apoyo constante y su amistad.
A Sandy Montang y al capítulo de Omaha de las Sisters in Crime, por su inspiración.
Y, una vez más, a todos los compradores de libros, libreros y lectores, por hacer sitio a una nueva voz en sus listas, estanterías y hogares.
Gracias en especial a todos mis amigos y familiares por su cariño y apoyo, y en particular a las siguientes personas:
A Patti El-Kachouti, Jeanie Shoemaker Mezger y John Mezger, LaDonna Tworek, Kenny y Connie Kava, Nicole Friend, Annie Belatti, Ellen Jacobs, Natalie Cummings y
Lilyan Wilder por permanecer a mi lado en los días sombríos de este pasado año, y por festejar los luminosos.
A Marlene Haney, por ayudarme a mantener las cosas en perspectiva y luego, naturalmente, por ayudarme a «plantarles cara».
A Sandy Rockwood, por insistir en que no se puede esperar al producto acabado, lo cual es siempre en sí mismo una palmadita en la espalda muy de agradecer.
A Mary Means por ocuparse con tanto cariño de mis chicos cuando estoy en la carretera. No podría hacerlo sin la tranquilidad que ella me proporciona.
A Rick Kava, bombero jubilado y sanitario, así como primo y amigo, por escucharme, darme ánimos, compartir conmigo anécdotas y hacerme reír siempre.
A Sharon Car, colega y amiga, por dejar que me desahogue a pesar de mi buena suerte.
A Richard Evnen, por su ingeniosa conversación, sus amables y sinceras palabras de aliento y una amistad que incluye fingir que sé lo que estoy haciendo, aunque los dos sepamos que no es así.
Al padre Dave Korth por hacer que me diera cuenta del extraordinario don que significa ser un cocreador.
A Patricia Kava, mi madre, cuya fortaleza es una auténtica inspiración.
A Edward Kava, mi padre, que falleció el 17 de octubre de 2001, y quien sin duda era a su modo un cocreador.
Y, por último, y sin menoscabo de su importancia, quisiera dar las gracias de todo corazón a Debbie Carlin. Tu espíritu y energía, tu generosidad, tu amistad y afecto han supuesto un cambio asombroso en mi vida. Siempre me sentiré dichosa porque nuestros caminos se hayan cruzado.
Ojo con el ladrón de almas
que llega con el relámpago.
No lo escuches.
No lo mires a los ojos.
O robará tu alma
para guardarla
por toda la eternidad
en su negra caja.
Anónimo
MIÉRCOLES, 20 de noviembre
Condado de Suffolk, Massachusetts.
Junto al río Neponset.
Eric Pratt apoyó la cabeza contra la pared de la cabaña. El yeso se desmoronaba. Le caía por el cuello de su camisa y se le pegaba al sudor de la nuca como insectos diminutos que intentaran meterse bajo su piel. Fuera se había hecho el silencio. Un silencio excesivo, que convertía los segundos en minutos y los minutos en horas. ¿Qué coño estaban tramando?
La luz de los focos no entraba ya por las ventanas rotas. Eric tuvo que forzar la vista para distinguir las sombras agazapadas de sus compañeros. Estaban dispersos por la cabaña. Exhaustos y tensos, pero en guardia, esperando. En la penumbra apenas podía verlos; sentía, sin embargo, su olor. Un olor penetrante a sudor, mezclado con lo que Eric había llegado a reconocer como el perfume del miedo.
Libertad de expresión. Liberación del miedo.
¿Dónde quedaba ahora la libertad? Gilipolleces. Eran todo gilipolleces. ¿Por qué no se había dado cuenta mucho antes?
Aflojó el agarre de su rifle de asalto AR-15. Durante la hora anterior, el arma se le había ido haciendo cada vez más pesada y, no obstante, seguía siendo la única cosa que le producía cierta sensación de seguridad. Le daba vergüenza admitir que le ofrecía más consuelo que las oraciones farfulladas de David y que las palabras de aliento del Padre que les llegaban por radio. Ambas habían cesado hacía horas.
¿De qué servían las palabras, de todos modos, en un momento así? ¿Qué poder podían tener ahora que seis de ellos permanecían atrapados en aquella casucha de una sola habitación? ¿Ahora que se hallaban rodeados de bosques infestados de agentes del FBI y de la ATF? Ahora que los guerreros de Satán habían caído sobre ellos, ¿qué palabras podrían protegerlos del inminente estallido de las balas? El enemigo había llegado, tal y como el Padre había predicho. Sin embargo, se necesitarían algo más que palabras para detenerlo. Las palabras eran una mierda. Le importaba un carajo que Dios escuchara sus pensamientos. ¿Qué más podía hacerle Dios?
Apretó el cañón del rifle contra su mejilla; su frío metal le pareció sedante, tranquilizador.
Página siguiente