Maria Antònia Oliver - Estudio en lila
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- Libro:Estudio en lila
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2018
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Estudio en lila: resumen, descripción y anotación
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MARÍA ANTÒNIA OLIVER I CABRER (Manacor, Islas Baleares, 1946) es una escritora española en lengua catalana, residente en Barcelona desde 1969. Es principalmente conocida por su producción novelística y de narrativa breve, y también ha cultivado la traducción (al español y al catalán), el ensayo literario, la literatura infantil, la dramaturgia y la escritura de guiones. A principios de 2010, ya posee cuarenta años de publicaciones y un número de premios para avalar su trayectoria. Y es una de las escritoras punteras de la generación literaria de los 70 (al igual que su marido, Jaume Fuster). Se inició en la literatura con novelas centradas en la problemática de las transformaciones de la sociedad de Mallorca, con una base rondallística, fantástica y onírica.
Su narrativa es variada y da un protagonismo especial a la mujer. Tiene unas once novelas publicadas. Una de sus producciones más destacadas está dentro del campo de la novela negra, donde produjo una serie de la detective mallorquina afincada en Barcelona, Lonia Guiu, donde toca temas de crítica social en un ambiente trepidante. También en el campo de la crítica social, una de sus obras más poderosas es Joana E., de 1992, con la que ganó el Premio Prudenci Bertrana, donde toca el tema de los cambios sociales en la posguerra.
En el campo de la narrativa breve, forma parte del colectivo Ofèlia Dracs, y también tiene seis recopilaciones de su narrativa breve, una de las cuales es el volumen L’illa i la dona (2003), que recoge una selección de las obras anteriores.
Lunes por la mañana
—¿Tenía algún amigo en Barcelona?
La mujer, llorosa, me alargó un papel estrujado. Era una carta decidida, aunque no demasiado culta. Que no sufrieran, decía. Que no se preocuparan por ella. Y que no la buscaran.
El sobre llevaba el matasellos de Barcelona y por eso la madre había tomado el barco, es la primera vez que ha salido de Mallorca y tenerlo que hacer por esa causa, ya veis. ¡Dios mío! No, por lo que sabía, ella no tenía ningún amigo en Barcelona, pero quién sabe, Virgen Santa, ahora estaba viendo que ignoraba tantas cosas de su hija, porque nunca jamás hubiera dicho que huiría de su casa de aquella manera, y si la ha cogido esa gente que luego las pone a hacer de… y los sollozos sacudían todo su cuerpo.
—No sufra, mujer, que no creo que se trate de eso —dijo Jerónima con una expresión que era de seguridad para la madre y de pregunta para mí.
Yo me encogí de hombros con desazón: no me gustaban estos compromisos ineludibles; ni estas clientas histéricas que llegan convencidas de que la gente como yo somos unas hadas madrinas con una varita mágica para solucionar todos los problemas.
La mujer me describió la ropa que faltaba en el armario de la hija, me entregó unas cuantas fotografías y se fue más tranquila, porque siendo yo también una mujer y mallorquina como ella, seguro que pondría más interés en encontrarla. Y sobre todo, que le dijera que si no quería regresar, pues que no regresara, pero por lo menos que no tuviera a toda su familia trastornada de este modo…
—Que ni su padre ni yo dormimos ni hablamos de otra cosa, y los vecinos ya nos preguntan por ella y ya no sabemos qué excusa dar. ¡Qué escándalo, Virgen Purísima, si se llega a saber!
La mujer cerró suavemente la puerta y mi socio, que había hecho esfuerzos para no echarse a reír durante la visita, al fin estalló en sonoras carcajadas.
—No me hace ninguna gracia. Vete a saber por dónde anda esa muchacha y si alguna vez la encontraremos.
—No, mujer, si no me río de eso. Es que tú, cuando hablas con mallorquines pareces recién llegada de la isla. Aquí hablas un barcelonés perfecto sin ningún acento y cuando los tienes delante…
—Si aguzaras más el oído, muchacho, no encontrarías tan perfecto mi acento barcelonés. Y a mucha honra…
—Vale, vale… ¿Quién es esa Jerónima? —y volvió a estallar en risas—. Vaya nombres que gastáis: Apolonia, Jerónima y esta chica Sebastiana. ¿Quién es Jerónima?
—Eres un analfabeto. Cuando intentas burlarte de mí haces el más espantoso de los ridículos… ¡Monigote, eso es lo que eres tú: un monigote de feria, Quimet!
Sin embargo, era un buen tipo. Me lo había encontrado en el gimnasio adonde había ido para seguir un curso de defensa personal. Era el ayudante del profesor y se tenían manía por algo que aún no he conseguido aclarar. Las informalidades de Quim hicieron desbordar el vaso: se presentaba a la hora que quería y hacía el trabajo a su manera. En contrapartida, el profesor le pagaba cuando y como le venía en gana. Al terminar yo el cursillo, a él se le terminó el oficio, de modo que, por un impulso caritativo, le ofrecí la posibilidad de que trabajara conmigo. Con la única condición de que no me pusiera condiciones. Y solo me puso una: que no me tomara la molestia de hacerle preguntas personales y, sobre todo, que no le exigiera respuestas.
—No te enfades, mujer…
—Jerónima es una antigua compañera de la agencia de Palma… Un día me la encontré y le dije que había montado mi propio negocio en Barcelona… Entonces ella seguía unos cursos de asistenta social…
Muchos años habían pasado desde la temporada en que habíamos trabajado juntas en la Agencia Mari, Informes confidenciales y comerciales. Ella y yo en la oficina, llenando de literatura los impresos que garabateaban los informadores: el señor Mari visitaba los bancos para ofrecerles los servicios de la nueva empresa, su hijo confeccionaba los informes de mayor compromiso, un puñado de guardias civiles retirados rellenaban los impresos con los datos que los mismos compradores de neveras y televisores a plazos les proporcionaban, y nosotras los redactábamos con la prosopopeya adecuada. Y cuando, aburridas de tanta monotonía, charlábamos un rato, venía la mujer del señor Mari, doña María, que trajinaba por la cocina, y nos reñía porque no currábamos lo suficiente; vigilante como era de los intereses de la hacienda familiar, incluso controlaba que la media hora de que disponíamos para el bocadillo no se alargara ni siquiera medio minuto, y mucho mejor si la acortábamos.
Y ahora aquella misma Jerónima que fregaba el auricular del teléfono con un pañuelo bañado en colonia —don Miguel Mari era un poco ceceoso y lanzaba saliva a todo pasto— porque olía mal, me traía una clienta del barrio en donde ejercía de asistenta social. Una mujer de pueblo trasladada a la ciudad, con una hija de quince años que se le había escapado. Un caso como tantos otros. Chicas así, las hemos encontrado a montones. De pequeños pueblos y de grandes ciudades, sobre todo muchas de fuera de Cataluña. Algunas se habían montado su propio rollo con otras amigas y se sentían libres sin hacer nada del otro mundo, eran felices creyéndose autónomas; otras sentían nostalgia como locas y regresaban a casita, aceptando condiciones a veces humillantes por parte de los padres; otras habían quedado atrapadas por el engranaje de la pasta, y cuando los padres desesperados las encontraban deshonradas, las repudiaban sin vacilaciones; a otras no se las volvía a encontrar jamás…
Y yo había decidido no aceptar ningún otro trabajo de aquella clase, porque mi despacho, más que una agencia de investigación parecía un hogar para la infancia descarriada y yo ya estaba cansada de actuar como niñera. Pero aquel caso era un compromiso…
—Claro, tu amiga Jerónima… y tu corazoncito que late cuando escuchas la voz de la isla…
No tuve tiempo de mandarlo a hacer puñetas porque se oían unos débiles golpecitos en la puerta, como si no hubieran leído el rótulo de «Adelante».
—¡Pase!
La puerta se abrió y de repente me asaltó la desagradable certeza de que el despacho, a pesar de la reciente mano de pintura, resultaba viejo y descuidado, y que el cartel de Miró que lo presidía nunca iba a parecer un original, a pesar del marco y del cristal.
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