Lois McMaster Bujold
Fronteras del infinito
—Tiene una visita, teniente Vorkosigan.
Un rastro de pánico vidrioso tembló en la cara del enfermero, en general inexpresiva. Después, se hizo a un lado para dejar pasar al hombre que había escoltado hasta la habitación de Miles en el hospital. Miles Vorkosigan logró ver una imagen fugaz de su rápida huida antes de que la puerta se cerrara detrás del visitante.
La nariz chata, los ojos brillantes y una expresión amigable, tranquila, daban al hombre un falso aire de juventud a pesar de que su cabello castaño se teñía ya de gris en las sienes. Tenía un cuerpo ágil, llevaba ropas de civil y no irradiaba ninguna aureola de amenaza a pesar de la reacción del enfermero. En realidad, casi no tenía aureola. Su trabajo como agente secreto en los primeros años de su carrera había proporcionado a Simon Illyan, jefe de la Seguridad Imperial de Barrayar, el hábito de no hacerse notar.
—Hola, jefe —dijo Miles.
—Se te ve muy mal —señaló Illyan, con tono amable—. No te molestes en hacerme ninguna reverencia.
Miles se rió por la nariz y eso le dolió. Le dolía todo, excepto los brazos, vendados e inmovilizados desde los omóplatos hasta la punta de los dedos, y eso que aún le duraba la anestesia. Miles se revolvió en su bata de hospital para cubrirse más con las sábanas, buscando una comodidad imposible.
—¿Qué tal la cirugía de sustitución de huesos? —preguntó Illyan.
—Más o menos como esperaba. Ya me lo habían hecho en las piernas. Lo peor fue abrir la mano derecha y el brazo y sacar las astillas de huesos. Aburrido y largo. La izquierda fue mucho más rápida porque los fragmentos eran más grandes. Ahora tengo que esperar un poco para ver si los trasplantes de médula aceptan la matriz sintética. Voy a estar un poco anémico por un tiempo.
—Espero que eso de volver de las misiones en camilla no se convierta en un hábito.
—Venga, Illyan, es la segunda vez. Y además, al final voy a tener todos los huesos reemplazados. Para cuando tenga treinta años, voy a ser de plástico. —Miles pensó en esa posibilidad con tristeza. Si más de la mitad de su cuerpo se convertía en repuestos artificiales, ¿podrían declararlo legalmente muerto? Pensó que tal vez llegaría la hora en que entraría en la fábrica de prótesis gritando: ¡mamá! ¿O era que los sedantes de los médicos lo estaban volviendo un poco loco…?
—En cuanto a tus misiones… —dijo Illyan con firmeza.
Ah. Así que esta visita no era sólo una expresión de apoyo personal, si es que Illyan había demostrado alguna vez interés personal. No. Obviamente era por algo difícil de comunicar.
—Tienes mis informes —insinuó Miles con cautela.
—Tus informes, como siempre, son obras maestras del doble sentido y la ambigüedad —replicó Illyan. Sonaba del todo sereno al respecto.
—Bueno… ya sabes… cualquiera podría leerlos. Nunca se sabe.
—Eso de «cualquiera» me parece una exageración —dijo Illyan—. Pero está bien.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Dinero. En concreto, la justificación de ciertos gastos.
Tal vez eran las drogas que le habían metido en el cuerpo, pero Miles no entendía nada.
—¿No estás conforme con mi trabajo? —preguntó, casi como un ruego.
—Aparte de tus heridas, los resultados de tu última misión son altamente satisfactorios… —empezó a decir Illyan.
—Será mejor que lo sean —murmuró Miles, con amargura.
—… y tus últimas… aventuras… en la Tierra todavía son secretas. Las discutiremos más tarde.
—Antes tengo que informar a algunas autoridades superiores —interrumpió Miles.
Illyan hizo un gesto con la mano para restarle importancia.
—Entiendo. No. Estas acusaciones vienen de la época de lo de Dagoola y de antes.
—¿Acusaciones? —murmuró Miles sorprendido.
Illyan lo estudió, pensativo.
—Considero que lo que gasta el emperador para mantener tu conexión con los Mercenarios Libres Dendarii vale sólo como medida de seguridad interna. Si tuvieras un puesto permanente… digamos en el Cuartel General Imperial aquí, en la capital, serías el centro de movimientos y complots a todas horas. Te rondarían no sólo los que buscan puestos o favores, sino también cualquiera que quisiera llegar a tu padre a través de ti. Como ahora.
Miles entrecerró los ojos como si al enfocar mejor la mirada pudiera también centrar sus pensamientos.
—¿Eh?
—Recientemente, ciertos individuos de la Contaduría Imperial han estado estudiando con lupa los informes de las operaciones secretas de la flota mercenaria. Algunas de tus cuentas de gastos en reemplazos de equipo son realmente escandalosas. Más de una vez. Incluso desde mi punto de vista. Y a esta gente le gustaría mucho probar algún tipo de estafa. Una corte marcial acusándote de llenarte los bolsillos con el dinero del emperador sería en este momento del todo inconveniente para tu padre y para toda la Coalición Centrista.
Miles soltó un suspiro. Illyan le había dejado sin habla.
—Tan lejos ha llegado?
—Todavía no. Y voy a taparlo antes de que se destape del todo. Pero para hacerlo necesito más detalles. Para no operar a ciegas, como me ha ocurrido con otros de tus problemas más complejos… No sé si recordarás el mes que pasé en mi propia cárcel por tu culpa… —Illyan parecía furioso.
—Eso fue parte de un complot contra papá —protestó Miles.
—Y si interpreto bien las señales, esto también. El conde Vorvolk, de Contaduría, es la punta de lanza y es de una lealtad deprimente, además de tener el… apoyo personal del emperador. No se le puede tocar. Pero sí manipular, me temo. Y le prepararon un cebo excelente. Cree que se está portando como un buen perro guardián. Cuando hace una pregunta, se pone tanto más insistente cuanto más ambigua sea la respuesta. Tenemos que manejarlo con muchísimo cuidado, esté equivocado o no…
—¿O no… ? —suspiró Miles. En ese momento se dio cuenta de la importancia vital del momento que había elegido Illyan para venir a verlo. No era su ansiedad por la salud de un subordinado herido. Era para poder llevar a cabo el interrogatorio justo después de la cirugía, cuando Miles estaba débil, dolorido, drogado, tal vez confundido…—. ¿Por qué no me das la pentarrápida y terminamos con esto? —le espetó a Illyan.
—Porque leí el informe sobre tu reacción idiosincrática ante las drogas de la verdad —contestó Illyan con voz tranquila y ecuánime—. Eso sí que es una lástima.
—Podrías retorcerme el brazo. —Miles tenía un regusto amargo en la boca.
La expresión de Illyan era seca y adusta.
—Lo había pensado. Pero he decidido dejárselo a los cirujanos.
—¿Sabes? Hay días en que eres realmente un hijo de puta, Simon.
—Sí, lo sé —Illyan siguió sentado inconmovible e inmóvil. Esperando. Vigilando—. Tu padre no puede permitirse un escándalo en el Gobierno. No este mes. No en medio de esta lucha por el poder. Tenemos que aplastar este complot, esté basado en la verdad o no. Lo que se diga en esta habitación quedará entre tú y yo. Absolutamente—. Pero tengo que saber los detalles.
—¿Me estás ofreciendo una amnistía? —La voz de Miles era baja, peligrosa. Sentía que el corazón le latía en el pecho.
—Si fuera necesario… —La voz de Illyan no denotaba ninguna expresión.
Miles no podía crispar las manos, ni siquiera las sentía, pero se le doblaron los dedos de los pies. Descubrió que estaba jadeando porque le faltaba el aire, lleno como estaba de rabia; la habitación parecía temblar frente a sus ojos.
—¡Hijo de puta…! ¡Maldito! ¿Te atreves a llamarme ladrón? agitó en la cama, dando patadas a las mantas. Su monitor médico empezó a dar la alarma. Los brazos de Miles eran pesos inútiles que le colgaban de los hombros y se agitaban sin nervios ni sensación alguna—. Como si yo fuera capaz de robar a Barrayar, nada menos… Como si fuera capaz de robar a mis propios muertos… —Lanzó los pies hacia fuera de la cama y se sentó con un esfuerzo doloroso de los músculos del abdomen. Mareado, medio desmayado incluso, osciló hacia delante sin manos para sostenerse.