John Darnton - Experimento
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John Darnton
Experimento
Traducción de Josefina Meneses
Título original: The experiment
Para Kyra, Liza y James,
con recuerdos de Jingo
y de la Casa de las 1000 habitaciones
Y para Nina, con incontenible amor
Sin duda se acerca una revelación;
sin duda el segundo Advenimiento está próximo.
¡El segundo Advenimiento! Apenas tales palabras se
pronuncian
una vasta imagen salida de Spiritus Mundi
mortifica mi visión: en algún lugar de las arenas
del desierto
una forma con cuerpo de león y cabeza de hombre,
con mirada vacía y tan implacable como el sol,
mueve sus lentos miembros, mientras a su
alrededor
se agitan las sombras de los furiosos pájaros
del desierto.
Las sombras caen de nuevo; pero ahora ya sé
que veinte siglos de pétreo sueño
se convirtieron en pesadilla a causa de una meciente
cuna,
¿y qué torva bestia, cuya hora al fin llegó,
se arrastra en dirección a Belén, ansiosa de nacer?
W. B. Yeats
AGRADECIMIENTOS
Muchas personas han contribuido en la redacción de este libro, con consejos, con apoyo, o con los frutos de sus investigaciones, algunos a sabiendas y otros sin darse cuenta. Entre otros, quisiera dar personalmente las gracias:
Al doctor Keith Campbell, del Instituto Roslin, el cocreador de Dolly, por haberme explicado con gran paciencia el proceso de clonación.
A Steve Jones, escritor y profesor de genética del Laboratorio Galton del University College London, por sus brillantes ideas.
A Jason Carmel, estudiante de medicina, por sus soberbias e infatigables investigaciones sobre la clonación, el ADN, los telómeros, las autopsias y el proceso de envejecimiento.
A Arthur Kopit, por su amistad y por sus contribuciones y sugerencias literarias.
A los doctores Paul Skolnick, Daniel Lieberman y Stephen Ludwig, por compartir generosamente conmigo sus conocimientos médicos.
A Malcolm Gladwell y Lawrence Wright, por sus artículos en el New Yorker, que aportaron un material básico, y a Gina Kolata, reportera científica del New York Times, por el material de su innovador libro, Clone.
A Larry Lieberman y Trisha Harper por sus informes sobre el terreno acerca de Arizona.
A Gilly y Harry Lventis, por su amable compañía y por su gentil hospitalidad en Barbados.
A Catherine Mullally, por el material acerca de la cultura gullah.
A Stephanie Hughley, por sus consejos sobre viajes, y a Nancy y Caesar Banks, por recibirme en su acogedor Weekender Lodge en Sapelo Island, Georgia.
A Linda Lake, investigadora del New York Times, por su ayuda.
A Joe Lelyveld, director ejecutivo del New York Times, por haberme concedido un permiso de excedencia, y a Martin Gottlieb, subdirector de la sección de cultura, por hacer posible que me lo tomara.
A Peter y Susan Osnos, por sus sabios consejos. A Kathy Robbins, mi agente, por sus impagables consejos y por sus comentarios literarios.
A Neil Nyren, de Penguin Putnam Inc., por la firmeza y la brillantez con que corrigió el manuscrito.
A Liza Darnton, por sus sensatos comentarios acerca del original.
Y, naturalmente, a Nina Darnton, por proporcionarme absolutamente de todo, desde sugerencias acerca del argumento y los personajes, hasta cambios en la trama, pasando por el apoyo físico y espiritual.
CAPÍTULO 1
Skyler y Julia avanzaron sigilosamente hasta la puerta del sótano de la casa grande y miraron a su alrededor para cerciorarse de que nadie los vigilaba. La brisa estremecía el húmedo aire y agitaba los líquenes que colgaban de los viejos robles, cuyas copas se cerraban sobre lo que antaño fuera la avenida principal… produciendo un seco y susurrante sonido.
Al menos, estaba anocheciendo, lo cual significaba que serían difíciles de detectar a la sombra de la vieja mansión… aunque no tan difíciles si alguien aparecía por la parte posterior del edificio.
Skyler sentía el temor como un hormigueo en la ingle, y desde allí se extendía hacia el estómago y llegaba hasta los brazos y las piernas.
Esto es una locura, pensó.
Si los sorprendían… Ni siquiera alcanzaba a imaginar cuál sería el castigo. Nada similar a esto había ocurrido nunca en el Laboratorio.
No sabían a ciencia cierta lo que iban a hacer. Realmente, no tenían más plan que introducirse en la sala de archivos y, una vez allí, tratar de encontrar algo que les aclarase lo que le había ocurrido a Patrick. Tenían que intentarlo, tenían que tratar de encontrar alguna pista, pues de lo contrario el motivo de su desaparición nunca se conocería. Seguiría siendo un misterio para siempre, como el de otros que se esfumaron de la isla para no volver.
Aquel mismo día por la mañana, parecía que Patrick se encontraba bien. Desayunó con los otros del grupo de edad y se fue a gimnasia y luego a ocuparse de sus tareas. Pero a primera hora de la tarde comenzaron a circular rumores: lo habían convocado para un reconocimiento médico, pero no para el rutinario examen semanal sino para un reconocimiento médico especial. Eso era indicio de que algo anómalo ocurría, tal vez de que habían descubierto que Patrick tenía alguna terrible enfermedad. Y efectivamente, los médicos mayores convocaron una reunión antes de la cena para informarles de que a Patrick «lo habían reclamado». Como siempre, la frase fue pronunciada de modo ambivalente: con tristeza, sin duda, ya que los médicos querían a Patrick lo mismo que a todos los demás, pero también con una nota reverente, como si Patrick hubiera hecho una especie de noble sacrificio.
Al llegar a la puerta, Skyler se acercó más a Julia. Percibió la familiar fragancia de su cabello y eso hizo aumentar su determinación. Cogió el tirador y lo hizo girar lentamente. No ocurrió nada. Sujetó el tirador con firmeza, alzándolo al tiempo que empujaba suavemente la puerta con la otra mano y, de pronto, la puerta cedió. Así que no estaba cerrada. Era lógico: los rectores del Laboratorio no estaban preocupados por la seguridad.
A fin de cuentas, ¿quién iba a ser lo bastante estúpido como para abrirla?
Se deslizó sigilosamente al interior y escuchó a su espalda los ligeros pasos de su compañera. Julia respiraba entrecortadamente. Cuando él cerró la puerta, las sombras se abatieron sobre ellos. Por encima de sus cabezas, oyeron pasos que hacían crujir las viejas tablas del suelo y un tenue murmullo de voces. Skyler aguzó el oído, pero no fue capaz de identificarlas. Una era aguda y se parecía un poco a la de Baptiste cuando estaba nervioso o furioso. Skyler experimentó un tropel de complicadas emociones y una extraña sensación de nostalgia. ¿Qué ocurriría si, simplemente, fuesen arriba y exigieran una explicación satisfactoria? Miró brevemente al exterior. El viento había arreciado y los líquenes oscilaban colgando de las ramas de los viejos robles. Sobre la isla estaba cayendo el crepúsculo.
¿Qué buscamos?
Julia ya se hallaba al otro lado de la habitación. Él fue rápidamente hasta una fila de archivadores y tiró de uno de los cajones, pero éste no se abrió. Skyler vio que estaba cerrado mediante una larga barra de hierro que corría por toda la parte delantera y se encontraba sujeta a uno de los laterales por medio de un candado. Miró curiosamente a su compañera. Ella conocía el lugar, la sala de archivos, por sus tareas ocupacionales de la tarde. Julia iba allí a quitar el polvo y a poner orden, aunque, como es natural, no le estaba permitido tocar las máquinas ni los archivadores, ni tampoco los gruesos libros de texto que llenaban las estanterías. No obstante, mientras recargaba las impresoras, amontonaba papeles y fregaba los suelos, se había fijado en muchas cosas. Había tomado por norma observar cuidadosamente a los operarios del ordenador y en una ocasión, a solas, incluso intentó poner en funcionamiento el aparato.
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