Y EN LO ALTO UN CUERVO
(Balthasar Matzbach - II)
Gisbert Haefs
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AGRADECIMIENTO A ESCRITORES
Sin escritores no hay literatura. Recuerden que el mayor agradecimiento sobre esta lectura la debemos a los autores de los libros.
PETICIÓN
Libros digitales a precios razonables.
De: Jakob Grunewald, Biogramasarbitrarios, 21986
«... Baltasar Matzbach fue etiquetado como un "diletante universal" que se había extraviado en los campos de la criminalística. La etiqueta... se adhiere a alguien que sabe demasiado de muchas cosas como para tomárselas en serio, demasiado poco como para ser tomado en serio por ellas, y lo bastante para dejar perplejos a los expertos y divertir a los profanos... Un conocido conjeturó que B. M. sufría (?) de elefantiasis del espíritu. Sin embargo, son interesantes otros aspectos, por ejemplo la temeraria glotonería de Matzbach; igual que Zeus es impensable sin su trueno y Jehová sin su ira, Baltasar es impensable sin su panza. Hace muchos años que puede permitirse comer lucio y beber un Grand Cru con el siguiente plato de pescado. Después de la muerte de sus padres, creció en casa de unos parientes y, posteriormente, estudió Filosofía y Física Nuclear. En aquella época inventó algo para un Betatrón, tan complicado que hace mucho que ni él mismo es capaz de explicarlo, pero la patente se utiliza a escala internacional y produce algunos beneficios; luego Matzbach se volvió hacia la música y compuso un poquito, entre otras cosas un completo y necio éxito de ventas que sigue sonando y se reedita dos o tres veces al año, de manera que la Sociedad de Autores le envía hasta la fecha un amable cheque. Un premio gordo de la lotería se encargó en 1962 de que Baltasar dejara unas circunstancias de escasez. Invirtió con inteligencia y se entregó a una insensata formación, pasando de los campos de las ciencias exactas a los de las difusas; así, de su pluma procede una obra, apreciada en círculos especializados, sobre Corrientes monoteístas de los druidas célticos insulares. Pasó algunos años en la costa norte de Bretaña, antes de que la invasión turística la devastara, actuando como mecenas y mánager de jóvenes artistas, desfalcador de muchachas turistas y profesor contra el ocultismo. Redactó otras dos obras de referencia: Influencias chamanistas en las Analectas de Confucio y Aspectos sexual-patológicos del psicocinesis. E hizo otras innumerables cosas absurdas, que sin excepción se convirtieron en oro (él afirma que en relación a esto tiene algo de asno). Durante años ganó unos ingresos regulares con su consultorio Pregunte a la señora Griseldis; además, amenaza con publicar en algún momento su secreta obra maestra El cadáver en la literatura universal. (No cabe desdeñar la presunción de que sus actividades detectivescas no eran más que un pretexto para ello, o viceversa)... »
PRIMERA PARTE
Capítulo 1
U
n rayo del sol de octubre en la nariz despertó a Andreas Goldberg. Poco antes de las once, constató al mirar el despertador; bastante tarde, para alguien que estaba acostumbrado desde hacía años a levantarse pronto y a tener horas fijas de oficina.
Tras breve dormitar, se volvió de costado y encendió la radio. Llegó al final de las noticias; les siguieron las advertencias de tráfico, y al fin música. Después del segundo tema, apartó lo que le quedaba del edredón y se levantó. La voz sensual de la presentadora le siguió en su desnudo camino hacia el baño.
Después de lavarse los dientes, regresó al salón-dormitorio. La locutora hablaba del siguiente número musical; Andreas bailó sobre las ruinas de la incompleta disolución de su casa; sonrió y silbó.
Mientras recogía las prendas de vestir dispersas, incluso empezó a cantar. Finalmente fue a la mesilla en la que, hasta hacía alrededor de cincuenta horas, habían estado el despertador eléctrico y un joyerito de su mujer. Allí se detuvo un momento, y sonrió mirando la mitad derecha, no utilizada, de la cama.
Luego contempló, casi irritado, su mano izquierda, se quitó la alianza y la dejó encima de la mesilla.
—Posiblemente —murmuró— tendré que empeñarla. Me encanta.
Todavía sin vestir, abrió la gran ventana junto a la mesa de comedor. La señora corta de vista y entrada en años de la casa que había al otro lado del jardín le saludó con la mano; estaba pelando patatas junto a la ventana abierta de la cocina. Andreas devolvió el saludo. Luego fue a la pequeña cocina. Encontró aún un resto de café molido, llenó de agua la cafetera, puso café en el filtro y metió dos rebanadas de pan blanco en el tostador. Luego partió un trocito de otra rebanada, la untó bien de mantequilla, foie-gras, mostaza y una pizca de mermelada, y regresó a la habitación.
Junto a la mesa, en una percha de caoba, estaba el viejo y desgreñado cuervo al que Andreas quería, y cuyo aspecto, costumbres alimenticias y hábito de despiojarse habían provocado últimamente cada vez más disputas con Madame. El cuervo alzó una pata, inclinó la cabeza y le miró con desconfianza.
—¡Buenos días, Poe!
Poe lo devoraba casi todo, de preferencia cosas ante las que los espectadores desprevenidos luchaban contra la envidia (caviar y caracoles à la bourguignonne) o contra las arcadas (por ejemplo, morcilla asada con nata dulce). El cuervo miró de reojo el trocito de pan con el foie-gras y su guarnición, y luego a los dedos de los pies de Andreas. Por último, se dignó mirar directamente a su alimentador.
—¡Gamberro! —gruñó.
Andreas le tendió el pan. De un picotazo, Poe se apoderó de su desayuno.
Cuando el café estuvo listo, Andreas se había apoderado de unos ligeros pantalones de lino claros y había sacado del buzón el correo y el periódico. Era delicioso desayunar oyendo música en la radio y leer sin tener que justificarse todo el tiempo. De vez en cuando, miraba la silla al otro lado de la mesa.
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