R OBERTD ARNTON (Nueva York, 1939) es un historiador estadunidense pionero en el estudio de la historia cultural del libro. Es considerado uno de los mayores expertos en lo que se refiere a la Francia del siglo XVIII y los aspectos culturales de este periodo. Sus obras destacan por su conocimiento de los géneros literarios y cómo éstos intervienen en la práctica moral y social. Su contribución a la historia de la cultura abarca también los terrenos de la antropología y la literatura. Se desempeñó como reportero de The New York Times, profesor y catedrático en la Universidad de Princeton y director de la biblioteca de la Universidad de Harvard.
S ECCIÓN DE O BRAS DE H ISTORIA
CENSORES TRABAJANDO
Traducción
M ARIANA O RTEGA
ROBERT DARNTON
Censorestrabajando
DE CÓMO LOS ESTADOS DIERON FORMA A LA LITERATURA
Primera edición en inglés, 2014
Primera edición en español, 2014
Primera edición electrónica, 2015
Título original: Censors at Work: How States Shaped Literature
Copyright © 2014 by Robert Darnton.
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Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero
Imagen: J. J. Grandville y Auguste Desperret, Descente dans les ateliers de la liberté de la presse, litografía, París, 1833, División de Impresos y Fotografías, Biblioteca del Congreso, LC-DIG-ppmsca-13649
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ISBN 978-607-16-3179-4 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
ÍNDICE
Primera Parte
L A F RANCIA BORBÓNICA: PRIVILEGIO Y REPRESIÓN
Segunda Parte
L A I NDIA BRITÁNICA: LIBERALISMO E IMPERIALISMO
Tercera Parte
L A A LEMANIA O RIENTAL COMUNISTA: PLANIFICACIÓN Y PERSECUCIÓN
INTRODUCCIÓN
¿Dónde queda el norte en el ciberespacio? No tenemos brújula que nos oriente en el éter inexplorado más allá de la galaxia Gutenberg, y la dificultad no es simplemente de índole cartográfica y tecnológica, sino moral y política. En los albores de internet, el ciberespacio parecía ser libre y abierto. Ahora se pelean por él, lo dividen y lo confinan tras barreras protectoras. Los espíritus libres podrían llegar a imaginar que la comunicación electrónica se puede dar sin chocar contra obstáculo alguno, pero esto es ingenuo. ¿Quién querría dejar de proteger su correo electrónico con una contraseña, rehusar los filtros que protegen a los niños de la pornografía o dejar a su país indefenso frente a ataques cibernéticos? Por otro lado, la vigilancia sin restricciones llevada a cabo por la Agencia de Seguridad Nacional estadunidense y la Gran Muralla Electrónica de China son ejemplos de una tendencia a que el Estado haga valer sus intereses a expensas de la gente común. ¿Acaso ha producido la tecnología moderna un nuevo tipo de poder que haya llevado a un desequilibrio entre el papel del Estado y los derechos de sus ciudadanos? Quizá, pero debemos ser cautelosos cuando damos por hecho que el actual equilibrio de poder no tiene precedentes en el pasado. La historia de los intentos del Estado por controlar la comunicación nos puede dar una visión más amplia de la situación actual. El propósito de este libro es mostrar cómo se dieron dichos intentos —no todo el tiempo y tampoco en todas partes, pero sí en determinados momentos y lugares que pueden ser investigados con detalle—. Se trata de una historia de trastienda, puesto que sigue el hilo de la investigación en los cuartos traseros y las misiones secretas donde agentes del Estado vigilaban el uso de la palabra, permitiendo o prohibiendo su impresión y reprimiéndola por razones de Estado una vez que empezaba a circular en forma de libro.
La historia de los libros y los intentos por mantenerlos bajo control no habrá de brindarnos conclusiones que podamos aplicar directamente a las políticas que rigen la comunicación digital. Su importancia obedece a otras razones. Al adentrarnos en el trabajo de los censores observamos la forma de pensar, en su momento, de los legisladores; cómo calibró el Estado las amenazas a su monopolio del poder, y cómo intentó hacer frente a ellas. El poder de la palabra impresa podía ser tan amenazador como una guerra cibernética. ¿Cómo lo entendían los agentes del Estado y cómo sus pensamientos determinaron el curso de las acciones? Ningún historiador puede meterse en las cabezas de los muertos o, para el caso, en las de los vivos, aun si a éstos se les puede entrevistar para estudios de historia contemporánea. Sin embargo, con suficientes documentos podemos detectar patrones de pensamiento y acción. Muy rara vez contamos con archivos adecuados, dado que la censura se llevó a cabo en secreto y los secretos generalmente permanecieron ocultos o fueron destruidos. Aun así, con un caudal suficientemente vasto de evidencia podemos dilucidar los supuestos subyacentes y las actividades encubiertas de los funcionarios encargados de vigilar la palabra impresa. Sólo entonces los archivos nos dan pistas. Podemos seguir a los censores conforme revisaban los textos, a menudo línea por línea, e ir tras las huellas de la policía mientras rastreaba libros prohibidos, ejerciendo los límites entre lo legal y lo ilegal. Es necesario hacer un mapa de los mismos límites, ya que éstos frecuentemente eran inciertos y cambiaban de forma constante. ¿Dónde se puede establecer el límite entre una narración de Krishna jugueteando con las ordeñadoras y un grado de erotismo inaceptable en la literatura bengalí, o entre el realismo socialista y la narración “tardío-burguesa” en la literatura de la Alemania Oriental comunista? Los mapas conceptuales son interesantes en sí mismos e importantes en tanto dieron forma a conductas reales. La represión de libros (es decir, sanciones de todo tipo que caen bajo la firma de “censura pospublicación”) muestra cómo el Estado se enfrentó a la literatura en el espacio social cotidiano a través de incidentes que se hilvanan con las vidas de personajes, ya sea atrevidos o de mala reputación, que operaban más allá de los márgenes de la ley.
Aquí la investigación da paso al puro placer de la cacería, porque la policía o su equivalente, dependiendo de la naturaleza del gobierno, se topaba una y otra vez con un tipo de humanos que rara vez aparece en los libros de historia: juglares vagabundos, arteros vendedores ambulantes, misioneros sediciosos, mercaderes aventureros, autores de toda pinta (desde los famosos hasta los desconocidos, incluyendo un falso Swami y una camarera dispuesta a difundir escándalos), e incluso la misma policía, que a veces se unía a las filas de sus víctimas. Éstas son las personas que pululan por las siguientes páginas junto con censores de todas formas y tamaños. Y creo que este aspecto de la comedia humana merece ser narrado por derecho propio. Empero, contando sus historias de la manera más precisa posible, sin exagerar o distanciarme de las pruebas, espero lograr algo más: una historia de la censura en una nueva clave, una que sea tanto comparativa como etnográfica.