C. J. Cherryh
La estación Downbelow
I
Tierra y Exterior: 2005–2352
Las estrellas, como todos los demás albures del hombre, constituían una imposibilidad evidente, una ambición tan temeraria e improbable como los inicios de la aventura en los grandes océanos de la Tierra, en el aire o en el espacio. La estación Sol llevó una provechosa existencia durante varios años. Se inició en la explotación de minas, creó manufacturas e instalaciones de energía en el espacio, todo lo cual empezó a ser rentable. La Tierra se acostumbró a ella con la misma celeridad con que se había acostumbrado a todas sus demás comodidades. De la estación partían misiones que exploraban el sistema, siguiendo un programa que estaba lejos de la comprensión del público pero que no tenía una fuerte oposición, dado que no afectaba a la vida cotidiana de la Tierra.
Así pues, aquella primera sonda partió sin alharacas, con toda naturalidad, hacia las dos estrellas más próximas. No iba tripulada y su finalidad era recoger datos y regresar, tarea en sí misma de considerable complejidad. El lanzamiento desde la estación atrajo cierto interés público, mas la espera para conocer los resultados debía contarse por años, y los medios de comunicación dejaron de interesarse por la sonda en cuanto salió del sistema solar. Atrajo mucho más atención a su regreso: nostalgia por parte de quienes recordaban su lanzamiento hacia mas de una década, curiosidad de los jóvenes que apenas conocían el origen del experimento y se preguntaban de qué iba todo aquello. Fue un éxito científico y aportó datos suficientes para mantener ocupados a los analistas durante años… pero no se divulgó el significado de sus observaciones en términos comprensibles por los profanos. En cuanto a las relaciones públicas, la misión constituyó un fracaso. El público, al tratar de comprender según su punto de vista, buscaba beneficios materiales, tesoros, riquezas, hallazgos espectaculares.
Lo que la sonda había descubierto era una estrella con razonables posibilidades de estimular la vida. Un anillo de restos que incluían partículas, planetoides, fragmentos irregulares casi tan voluminosos como un planeta con interesantes implicaciones de formación sistemática, y un compañero planetario con su propio sistema de fragmentos y lunas… un planeta desolado, calcinado, ominoso. No era un Edén, una segunda Tierra, no era mejor que la existente en el propio sistema solar, y el viaje había sido demasiado largo para descubrir solamente una cosa así. Los medios de comunicación se empeñaron en dar unas explicaciones que ni ellos mismos entendían bien, buscando algo que ofrecer a sus receptores, y rápidamente perdieron interés. Se habló de costes y se hicieron vagas y desesperadas comparaciones con Colón, tras lo cual la prensa se dedicó de lleno a una crisis política en el Mediterráneo, mucho más comprensible y considerablemente más sangrienta.
Los científicos de la estación Sol respiraron aliviados y con toda precaución invirtieron parte de su presupuesto en una modesta expedición tripulada, para viajar en lo que sería una réplica móvil en miniatura de la misma estación Sol, permanecer algún tiempo haciendo observaciones en órbita de aquel mundo y, muy discretamente, para imitar más aún a la estación Sol, poner a prueba técnicas de fabricación que habían construido el segundo gran satélite de la Tierra… en extrañas condiciones. La Corporación Sol proporcionó una generosa subvención, pues tenía una cierta curiosidad, un cierto entendimiento de las estaciones espaciales y los beneficios que podían esperarse de su desarrollo.
Aquellos fueron los inicios.
Los mismos principios que hicieron práctica la estación Sol, hicieron viable la primera estación estelar. Necesitaba un suministro mínimo de sustancias orgánicas de la Tierra… en su mayor parte lujos para hacer más agradable la vida al creciente número de técnicos, científicos y familias estacionados allí. Se extraía mineral, y a medida que sus propias necesidades disminuían, enviaba el exceso de producción… Así se estableció el primer eslabón de la cadena. Aquella primera colonia había demostrado que no existía necesidad alguna de que una estrella tuviera un mundo adecuado para los humanos, ni siquiera una estrella del tipo de nuestro sol… el viento solar y los habituales desechos de metales, rocas y hielo eran suficientes. Una vez construida la estación, podía lanzarse un módulo a la siguiente estrella, fuera cual fuese. Bases científicas, manufacturadas: bases desde las que podría alcanzarse la próxima estrella prometedora… y la siguiente, y otra, y otra más… La exploración del exterior de la Tierra se desarrolló en un estrecho vector, un pequeño abanico que se ampliaba por su extremo más ancho.
La Corporación Sol, que había crecido más de lo que se había propuesto y poseía más estaciones que la misma Sol, se convirtió en aquello que le llamaban los colonos de las estrellas: la Compañía Tierra. Ostentaba poder… lo ejercía, desde luego, sobre las estaciones que dirigía a larga distancia, a tan larga distancia que costaba años recorrerla; pero también ejercía su poder en la Tierra, donde su creciente suministro de minerales e instrumental médico y su posesión de varias patentes era enormemente provechoso. Si bien el sistema había tenido comienzos lentos, la constante llegada de bienes y nuevas ideas, por mucho tiempo que hubiera transcurrido desde su lanzamiento, era beneficiosa para la Compañía y su consiguiente poder sobre la Tierra. La Compañía enviaba transportes mercantiles en número cada vez mayor: eso era todo lo que tenía que hacer en aquella época. Los tripulantes de las naves en los largos viajes se acostumbraban a un peculiar e introvertido modo de vida, y no pedían más que mejorar el equipo que habían llegado a considerar como propio. Las estaciones se apoyaban entre sí, cada una de ellas enviaba las mercancías de la Tierra un paso más allá hasta su vecino más próximo, y todo aquel intercambio circular finalizaba en la estación Sol, donde los beneficios se disipaban con el pago de las sustancias orgánicas y las mercancías que sólo la Tierra podía producir.
Fue aquella una época dorada para quienes vendían esta riqueza. Se amasaron y se perdieron fortunas, cayeron gobiernos, las corporaciones adquirieron más y más poder y la Compañía Tierra, en sus múltiples facetas, cosechó inmensos beneficios y dirigió los asuntos de naciones enteras. Fue una era de inquietud y poblaciones recién industrializadas. Los descontentos de cada nación iniciaron el larguísimo camino en busca de empleos y riqueza, ansiosos por realizar sus sueños personales de libertad. Se repitió el viejo atractivo del Nuevo Mundo, y muchos hombres se lanzaron otra vez a la aventura a través de un océano nuevo y mucho más amplio, hacia tierras extrañas.
La estación Sol se convirtió en una escala, un lugar que ya no era exótico, pero sí seguro y conocido. La Compañía Tierra floreció a expensas de las estaciones estelares, otra comodidad a la que quienes disfrutaban de ella empezaron a acostumbrarse.
Y las estaciones estelares conservaban el recuerdo de aquel mundo variopinto que las había puesto en órbita, la madre Tierra, con una connotación nueva, cargada de emoción, la Tierra que les enviaba mercancías preciosas para su bienestar y que, en un universo desierto, les recordaba que por lo menos existía una mota llena de vida. Las naves de la Compañía Tierra les mantenían unidos a aquella vida… y las sondas de la Compañía eran la aventura romántica de su existencia, las ligeras y rápidas naves de exploración que les permitían ser más selectivos en su próximo paso. Fue aquélla la era del Gran Círculo, que no era ningún círculo, sino las rutas que seguían los cargueros de la Compañía Tierra en sus constantes viajes y cuyo principio y fin estaba en la madre Tierra.
Una estrella tras otra… nueve de ellas hasta llegar a Pell, que reveló poseer un mundo habitable, y vida.