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Barbara Dunlop - Divorcio roto

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Un ex marido no debía intentar seducir a su ex mujer… El millonario Daniel Elliott seguía haciendo que su ex mujer, Amanda, siguiera sintiendo la atracción que había desatado sus pasiones y los había obligado a casarse en el pasado, cuando ella se había quedado embarazada. Habían acabado por separarse después de las constantes intervenciones de la poderosa familia de Daniel, pero entre ellos seguía habiendo mucho deseo… tanto, que después de un encuentro casual acabaron en la cama. ¿Podrían mantener tan frágil unión en contra de los deseos de la rica dinastía Elliott?

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Barbara Dunlop Divorcio roto Divorcio roto Título Original Marriage Terms - photo 1

Barbara Dunlop

Divorcio roto

Divorcio roto

Título Original: Marriage Terms (2006)

Serie Multiautor: 8º Los Elliott

Capítulo Uno

Si las cosas fueran a gusto de Amanda Elliott, Nueva York tendría una ley que aboliera a los ex maridos. Inspiró profundamente, curvó los dedos de los pies sobre el bordillo de la piscina del Club Deportivo Boca Royce y se tiró de cabeza a la calle rápida.

Una ley en contra de los ex maridos que interfirieran en la vida de una mujer. Estiró los brazos y se deslizó hacia delante, hasta que volvió a salir a la superficie.

Una ley en contra de los ex maridos que se mantenían sexys y en forma durante más de quince años. Dio una brazada y empezó a mover las piernas con ritmo, dejando que el agua fresca bloqueara al mundo de su mente.

Y una ley contra los ex maridos que sujetaban a una mujer entre sus brazos, susurraban palabras tranquilizadoras y hacían que su mundo dejara de girar sobre su eje.

Cerró los ojos con fuerza ante ese recuerdo ilícito, y siguió dando brazadas hasta que sus dedos rozaron la pared de la piscina al otro extremo. Entonces giró el cuerpo para iniciar el siguiente largo.

Y, si los políticos se ponían a ello, de paso deberían dictar una ley en contra de los hijos que resultaban heridos de bala en altercados, hijos que eran agentes del gobierno en secreto e hijos que aprendían a ser espías sin el consentimiento de su madre.

No sería difícil. Una sencilla enmienda en el protocolo de admisiones y ninguna mujer tendría que volver a despertarse un día para descubrir que había dado a luz a un James Bond.

Amanda pasó las balizas que demarcaban medio largo.

Su hijo Bryan era un James Bond.

Dejó escapar una risita desesperada al pensar eso y estuvo a punto de tragar agua.

Por más que lo intentaba, no podía imaginarse a Bryan con un pasaporte falsificado, conduciendo coches exóticos a través de países extranjeros y pulsando diminutos controles remotos para volar cosas. A su Bryan le encantaban los perritos y pintar con los dedos, se moría por los pastelitos de coco rellenos de crema que sólo vendía la tienda de Wong, en la esquina.

Se alegraba de que fuera a dejar el juego de los espías. Se lo había prometido a su esposa. Amanda lo había oído en directo. Y también Daniel.

Le falló una brazada. Esa vez, la imagen de su ex esposo no se borraba de su mente.

Daniel la había reconfortado durante la larga noche que Bryan estuvo en el quirófano. Había sido su pilar, abrazándola cuando ella creía que el terror la haría derrumbarse. A veces, la había apretado con tanta fuerza que más de una década y media de ira y desconfianza entre ellos se había disuelto y convertido en nada.

¿Reconciliación?

Giró de nuevo, pateando la pared de la piscina y volviendo a la superficie. Incrementó el ritmo y apretó la mandíbula, concentrándose en sus brazadas.

La reconciliación no era una posibilidad.

Nunca lo sería.

Porque Daniel era un Elliott de los pies a la cabeza. Y Amanda… no. El dilema Oriente-Occidente no tenía tanto peso como eso.

La tregua había acabado. Bryan estaba recuperándose. Daniel había vuelto a su zona de Manhattan. Y ella tenía que hacer las presentaciones de preliminares ante el juez Mercer a la mañana siguiente.

Sus nudillos golpearon la pared al acabar otro largo. «Cinco», contó mentalmente.

– Hola, Amanda -no supo de dónde llegaba la familiar voz de Daniel.

Hizo un esfuerzo para poner su cuerpo en vertical, se limpió el agua clorada de los ojos y parpadeó para vislumbrar la imagen de su marido. Se preguntó qué estaba haciendo allí.

– ¿Le ocurre algo a Bryan?

– No -Daniel negó con la cabeza rápidamente-. No. Perdona. Bryan está bien -se puso en cuclillas para que sus ojos estuvieran a la misma altura.

– Gracias a Dios -Amanda dejó escapar un suspiro de alivio, agarrándose al borde de la piscina.

– Cullen me dijo que te encontraría aquí -dijo él.

– ¿Le ocurre algo a Misty? -ella sintió un nuevo ataque de ansiedad al oír el nombre de su otro hijo.

– Misty está bien -Daniel volvió a negar con la cabeza-. El bebé está dando mucha guerra.

Amanda estudió su expresión. Parecía tranquilo y sereno. Lo que fuera que lo había sacado de la oficina en mitad del día, no era cuestión de vida o muerte.

Él se estiró y ella miró su pecho musculoso y su bañador azul marino. Estaba descalzo y tenía un estómago que sería la envidia de cualquier hombre con la mitad de años que él.

Se le secó la boca y, de repente, se dio cuenta que hacía dieciséis años que no veía a Daniel con otra cosa que no fuera un traje de ejecutivo. El hombre que la había despedido con un abrazo, tenía un cuerpo para morirse por él.

– Entonces, ¿qué haces aquí? -preguntó.

– Buscarte.

Ella parpadeó de nuevo, intentando encontrar sentido a sus palabras. Si no se había perdido nada, se habían despedido en la boda de Bryan y se habían reincorporado a sus vidas respectivas.

Daniel debería estar sentado tras su escritorio de caoba en su despacho de la revista Snap en ese momento, luchando con uñas y dientes con sus hijos por los beneficios y cuota de mercado. Cuando estaba batallando por el puesto de director en Elliott Publication Holdings, habría sido una catástrofe de proporciones bíblicas sacarlo de la oficina en horas de trabajo.

– Quería hablar contigo -aclaró él, con serenidad.

– ¿Perdona? -sacudió la cabeza para sacarse el agua de los oídos.

– Charlar. Ya sabes, lo que hace la gente para intercambiar información e ideas.

Sacarse el agua de los oídos no había ayudado. ¿Daniel la había buscado para charlar?

– ¿Por qué no tomamos algo? -él sonrió y se dobló por la cintura para ofrecerle la mano.

– Me parece que no -se apartó del borde de la piscina y volvió a nadar.

– Sal del agua, Amanda.

– No, no.

Puede que él pareciera salido de un anuncio de la revista Músculos del mes, pero la fuerza de gravedad iba a ganar la partida con el cuerpo de ella.

– Me quedan cuarenta y cinco largos.

Cincuenta largos eran demasiados, pero estaba dispuesta a incrementar su ritmo de ejercicio en ese momento. Que Daniel llegara o no a verla en bañador daba igual, una mujer tenía su orgullo.

– ¿Desde cuándo cumples los planes que haces? -Daniel cruzó los brazos sobre su ancho pecho.

– ¿Desde cuándo acabas tú de trabajar antes de las ocho de la noche? -preguntó ella. Si él quería hablar de sus debilidades, ella no iba a quedarse atrás.

– Me he tomado un descanso para tomar café.

– Ya -masculló ella con escepticismo.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso? -él frunció el ceño, adquiriendo un aspecto imperioso, a pesar de estar en bañador.

– Significa que tú no tomas descansos para café.

– Apenas nos hemos visto en quince años. ¿Cómo sabes tú si me tomo o no descansos?

– ¿Cuándo fue la última vez que te tomaste uno?

– Hoy -los ojos de color cobalto de él se oscurecieron.

– ¿Y antes de éste?

Él se quedó en silencio un momento, pero la comisura de su boca se curvó hacia arriba.

– Lo sabía -lo salpicó con el agua.

– ¿Tengo que entrar a por ti? -dijo él, escabullándose del agua.

– Vete -ella tenía que acabar su programa de ejercicios y aclararse la cabeza. Estaba muy bien apoyarse en Daniel cuando su hijo estaba en peligro de muerte. Pero la tregua había acabado. Era hora de que cada uno volviera a su trinchera respectiva.

– Quiero hablar contigo -dijo él.

– No tenemos nada que decirnos -ella se alejó por la calle.

– Amanda.

– Si Bryan no está de vuelta en el hospital, y si Misty no está de parto, tú y yo vivimos vidas separadas.

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