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Helena Janeczek - Las golondrinas de Montecassino

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Helena Janeczek Las golondrinas de Montecassino
  • Libro:
    Las golondrinas de Montecassino
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2010
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Las golondrinas de Montecassino: resumen, descripción y anotación

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Para mi padre y para mi hijo Montecassino 1944 Durante cuatro meses en una - photo 1

Para mi padre y para mi hijo.

Montecassino, 1944. Durante cuatro meses, en una de las batallas más cruentas de la segunda guerra mundial, los Aliados tratan de romper las líneas alemanas en su intento por llegar a Roma. En ese frente no sólo combaten ingleses y norteamericanos, sino también tropas llegadas de otros continentes: hindúes, nepalesas, magrebíes, maoríes de Nueva Zelanda, e incluso un ejército polaco compuesto por ex deportados del Gulag. Y entre los dos fuegos, refugiados junto a algunos monjes en la abadía de Montecassino, están los civiles.

Combatientes como John Wilkins, sargento de la División «Texas», el maorí Charles Maui Hira, los hermanos polacos Szer o el judío Samuel Steinwurzel, superviviente de Siberia, correrán suertes muy dispares. A la historia de sus vidas se unen voces del presente: esposas, hijos, nietos y parientes —entre ellos la autora— que van tras las huellas de estos héroes que no siempre relataron a sus coetáneos su asombrosa odisea, hecha de horror y de valentía.

Helena Janeczek Las golondrinas de Montecassino ePub r11 Titivillus 230716 - photo 2

Helena Janeczek

Las golondrinas de Montecassino

ePub r1.1

Titivillus 23.07.16

Título original: Le rondini di Montecassino

Helena Janeczek, 2010

Traducción: Juan Manuel Salmerón

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

HELENA JANECZEK Nació en Múnich en 1964 en el seno de una familia judeopolaca - photo 3

HELENA JANECZEK Nació en Múnich en 1964 en el seno de una familia judeopolaca - photo 4

HELENA JANECZEK. Nació en Múnich en 1964 en el seno de una familia judeopolaca. En 1983 se trasladó a vivir a Italia, y en la actualidad vive en Gallarate, en la provincia de Varese. Ha publicado el poemario en alemán Ins Freie y las novelas Lezioni di tenebra (1997, Premio Bagutta Opera Prima), Cibo (2002), Las golondrinas de Montecassino (2010) y Bloody cow (2012). Es redactora de Nuovi Argomenti y de Nazione Indiana.

Su novela Las golondrinas de Montecassino ha obtenido gran reconocimiento en Italia y ha sido publicada, además, en Francia, España y Polonia. En ella, la autora guía a los lectores a través de los recuerdos y las vivencias de los soldados que, llegados del mundo entero, participaron en una de las batallas más sangrientas de la segunda guerra mundial.

Notas

[1] «¡Batallón maorí, marcha a la victoria! / ¡Batallón maorí, bravo y leal! / ¡Batallón maorí, marcha a la gloria! / ¡De vosotros depende nuestro honor! / ¡Marcharemos, marcharemos contra el enemigo / y lucharemos hasta el final! / ¡Por Dios! ¡Por el rey! ¡Por la patria! / Au-E! Ake! Ake! Kia Kaha el» (N. del E.)

[2] «Los alemanes destruyen, gaseados: a polacos, muchos; a judíos, todos». (N. del T.)

[3] «Licenciada en farmacia, Riva Levick, de soltera Fridman, nació en Dokshitse en 1904, hija de Mendel y Rahel. Se casó con Yosef. Antes de la segunda guerra mundial vivió en Giadraicai, Lituania. Durante la guerra estuvo en Lodz, Polonia. La farmacéutica Levick murió en 1942 en Treblinka, Polonia, a los treinta y ocho años de edad. Esta información se basa en la Página de Testimonio (véase a la derecha) enviada el 1 de mayo de 1999 por su hija, superviviente de la Shoah.» (N.del T.)

[4] «A los soldados del Quinto Cuerpo de Ejército polaco, a los que la violencia desterró a cárceles, campos y estepas siberianas, que por desiertos y mares lucha ron por Polonia, aquí combatieron durante siete días, y de ellos, 503 dieron su vida, 1.522 fueron heridos.» (N. del T.)

[5]Niemcy, «Alemania» en polaco, deriva de la palabra eslava niemy, que significa «mudo». (N. del T.)

Mi padre estuvo en Montecassino, combatió con el Segundo Cuerpo de Ejército polaco al mando del general Anders. Lo hirieron cerca de Recanati, cuando remontaban el Adriático hacia Bolonia. Convaleció en una casa colonial en la que conoció a una chica de las Marcas. Mi madre, la razón por la que se quedó en Italia.

Italia, el motivo por el que, más de sesenta años después, hablando por teléfono, tengo que deletrear mi apellido. El taxista, que me oye, me pregunta si soy polaca, como él.

—¿Sabía que los soldados polacos que se casaban con italianas perdían el derecho a la ciudadanía que los ingleses otorgaban a quienes los habían ayudado a luchar contra los nazis? —le pregunto, viendo al final de la calle el paso elevado que marca el final de Milán.

No, el taxista no lo sabe.

Le cuento que los polacos se exiliaron a los más remotos rincones del planeta, a Argentina, a Australia. Cuando acabó la guerra sólo se quedaron en Italia unos cuantos, doscientos más o menos, sin contar los miles que yacían sepultados al pie de la abadía benedictina. En este medio siglo esos pocos supervivientes han cuidado del cementerio, han transmitido el recuerdo de la batalla, han mantenido vivo el vínculo con Polonia.

—¿Ha estado en Polonia? ¿Conocen aún allí la canción de las amapolas rojas de Montecassino, «Czerwone maki na Monte Cassino»?

El día había empezado mal: tren con retraso, taxi para llegar a tiempo, discusión con el de la compañía telefónica… Pero parece que empieza a mejorar. En Via Corelli me arranco a cantar la canción, y el taxista me acompaña en el estribillo.

Do widzenia! —me despido, doy más propina de lo habitual y me dirijo al trabajo canturreando.

Así podría haber sido aquella mañana de otoño si se me hubiera ocurrido todo eso. Pero la verdad es que no le conté al taxista que mi padre combatió en Montecassino. Lo único que le dije es que era polaco, y no sé qué más, le contesté cualquier cosa para satisfacer su curiosidad: «¿De dónde es su padre? ¿Cuánto lleva usted en Italia? ¿Tiene parientes en Polonia? ¿Dónde viven? ¿Sigue viéndolos? ¿Cómo es que no habla polaco?».

Procuraba dar respuestas creíbles, pagaba con mentiras torpes la verdad de la primera respuesta. Me atribuí una madre italiana solamente para justificar mi poco conocimiento del polaco, pero no calculé las demás preguntas. Y me complicaba cada vez más contestando medias verdades, y descubriendo lo difícil que es inventar cuando nos vemos obligados a ello, y que mentir por mentir es absurdo. Quizá el hombre que me preguntaba no se daba cuenta de que le mentía, quizá sólo yo lo sabía. Yo conocía el abismo que había entre lo que contaba y lo que callaba, y lo frágil que era el escudo de palabras con el que me protegía sin necesidad.

Habría bastado una sola palabra —Montecassino— para que me viera armada y uniformada. Habría bastado que yo conociera de primera mano la canción de las amapolas rojas de Montecassino, en lugar de haberla escuchado en un reportaje sobre la conquista polaca de la abadía derruida, cantada por la voz tenoril de Adam Aston, quien ya era popularísimo antes de la guerra y quedó inmortalizado en películas románticas cuyo protagonista toma de la mano a la protagonista al lánguido son de un tango que entona el señor de frac de la banda zíngara. Habría bastado saber que este cantante se llamaba en realidad Adolf Loewinsohn, era un judío originario de Varsovia, trabajó en un teatro en Lviv en 1939 y abandonó la Unión Soviética en 1942 con el ejército del general Anders. Su mayor acto patriótico, con todo, fue grabar esa canción en recuerdo de los compañeros caídos entre amapolas en 1944, en Roma.

También mi padre cantaba bien y era judío polaco. Como mi madre, mis abuelos, mis tíos y todos los parientes que quedaron en Polonia: que quedaron muertos. Esto es lo que no quería contarle al taxista curioso, y menos aún cuando me dijo de dónde era.

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