Elena Poniatowska - Las indómitas

Josefina Bórquez o Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío con Elena Poniatowska.

Josefina Bórquez o Jesusa Palancares, heroína de la novela Hasta no verte Jesús mío

Con las Adelitas de la Revolución deberíamos repensar la frase que gritamos cada 15 de septiembre y que recuerda a los héroes de la patria.

«Me voy a vestir de hombre a ver si me va mejor». Muy bravas, algunas se cortaban las trenzas y echaban su sombrero para adelante para que no les vieran lo mujer en los ojos.

Las soldaderas viajaban subidas en el techo del vagón porque los caballos debían resguardarse. La pérdida de una yegua era irreparable, la de una mujer, ¡quién sabe!

Nellie Campobello fue la única mujer que destaca en la literatura de la Revolución y está a la altura de los novelistas que figuran en el canon oficial.

A Josefina Vicens le importaba más lo que pasara a su alrededor que estar pegada a una máquina de escribir: «Canjeo la máquina de escribir por la vida», solía decir.

Solo dos títulos le bastaron a Josefina Vicens para lograr la inmortalidad dentro de las letras mexicanas: El libro vacío y Los años falsos.

La autora de El libro vacío demostraba con su actitud frente a la hoja en blanco que la escritura es un trabajo serio. Aquí está con Elena Poniatowska.

Las palabras y la vocación literaria de Rosario Castellanos la convierten en la precursora intelectual de la liberación de la mujer en México.

La vida de Rosario Castellanos es el mejor alegato para que todas las mujeres que tienen alguna vocación creativa sigan adelante y crean en sí mismas.

Desde muy pequeñas, las mujeres se preparan para abandonar el campo y conseguir una mejor calidad de vida en la ciudad, trabajando para una patrona.

En México se las llama criadas porque han sido criadas dentro de la hacienda o la casa de la ciudad, criadas como criaturas, amamantadas por los patrones.

Rotos los lazos con el pasado campesino, la situación de la sirvienta es semejante a la de la nube: flota en el aire, sin nada de que agarrarse, sin rumbo y sin futuro.

Las mujeres de la servidumbre no pertenecen ni a su casa, ni a la del patrón, ni tampoco a la fábrica, ni a la cultura mexicana que, ni por equivocación, las ha tomado en cuenta.

En el campo a los padres no les alcanza para mantener a sus hijos, por eso los mandan como corderos a la ciudad: «porque a los patrones les conviene que el pobre sea su sirviente».

Mientras la patrona va al salón de belleza a peinarse bajo un casco secador, el lujo de la muchacha es el lavadero, donde desenreda su cabello.

Alaíde Foppa se ha convertido en el símbolo de la lucha de las latinoamericanas contra la infamia de la desaparición.

La incansable lucha de Rosario Ibarra de Piedra representa a todas las mujeres mexicanas que siguen en la búsqueda de sus desaparecidos.

La vida de Rosario ha sido marcada por el sufrimiento, pero este la ha pulido, la ha adelgazado hasta ser casi puro espíritu, pura fuerza de voluntad vuelta hacia su hijo.

Marta Lamas, con su guitarra bajo el brazo entra a la Escuela Nacional de Antropología e Historia y a partir de ahí comienza su interés por el feminismo.

Al lado de Carlos Monsiváis, Marta Lamas reflexionó teórica y políticamente acerca del movimiento gay, lésbico, transexual y transgénero mexicano.

La lucha de Marta Lamas ha sido acompañada por muchas mujeres más que comparten un mismo ideal y una misma voz.

Diego, su único hijo, es su compañero de vida, su testigo, su otro yo, su vida misma, el único que algún día le hará falta.

Las mujeres seguirán luchando, por su cuerpo, por sus hijos, por su libertad, sin importar qué tan arduo sea el camino.