Una reseña de la vida no es un recuento metódico desde la concepción hasta la muerte. Más bien son fragmentos de aquí y allá.
W ILLIAM S. B URROUGHS
El silencio de la habitación era profundo como la propia noche. Biff estaba paralizado, sumido en sus meditaciones. Entonces, de repente, sintió como un intenso estímulo en su interior. El corazón le dio un vuelco, y apoyó la espalda contra el mostrador para sostenerse. Porque en un fugaz resplandor captó una vislumbre del esfuerzo y del valor humanos. Del interminable y fluido paso de la humanidad a través del tiempo infinito. De aquellos que trabajan y de aquellos que —tan sólo una palabra— aman. Su alma se expandió. Pero sólo por un momento. Porque en su interior sintió una advertencia, un rayo de terror. Se hallaba suspendido entre los dos mundos. Vio que estaba mirando su propia cara reflejada en el cristal del mostrador. El sudor le perlaba las sienes y tenía la cara torcida. Tenía un ojo más abierto que el otro. El izquierdo, entrecerrado, escrutaba el pasado en tanto que la mirada más amplia del derecho se dirigía, asustada, a un futuro de negrura, error y ruina. Y él se encontraba suspendido entre el resplandor y la oscuridad. Entre la amarga ironía y la fe. Se dio la vuelta bruscamente.
PRÓLOGO
Carson McCullers registra y anota en su libreta cosas en las que nadie se fija, cosas de gente pobre, cosas de gente común y corriente. Es la escritora de las cosas. Esa palabra «cosa» que no sabemos bien qué es y sin embargo repetimos con enorme frecuencia es el fundamento de su obra. «¡Qué cosa!», «Te traje unas cosas», «Olvidé mis cosas», «No sé en qué cosa estaba yo pensando», «Me robaron todas mis cosas», «Yo no soy una cosa». Las de Carson McCullers son las cosas del alma y las de personajes que son poca cosa, hombres, mujeres, viejitos, negritos que se quedaron a medio camino o mejor dicho nunca supieron cuál es el camino. Todos avanzan sobre la cuerda floja, son frágiles, pacientes, simples, carecen de todo. Ni buenos ni malos, viven a la intemperie, cada día más frágiles. La autora nunca los salva porque ¿qué salvaría? Son sólo unas pobres cosas a merced de su pluma y sobre todo a merced de la guerra de Secesión que partió en dos lo que antes se llamaba América.
Curiosamente, Estados Unidos es el país de las cosas y nosotros, los del resto del mundo, también hemos ido detrás de cosas tan diversas e improbables como los gadgets , los dientes postizos, las servilletas de papel, los Kleenex, los Tampax, los cubiertos y las uñas de plástico, la bomba atómica, el napalm, los elevadores, las ametralladoras, los cohetes de guerra, las lavadoras eléctricas que convierten a las gringas en las reinas del hogar, los tractores. Estados Unidos cosificó a Marilyn Monroe y chupó el café de Cuba, el de los cítricos de toda América Latina, el petróleo de México, el cobre de Chile y el cerebro de Jorge Luis Borges que Woody Allen puso en su película en boca de Diane Keaton, habitante de Manhattan, la Gran Manzana.
Así como Reeves, su marido soldado y estafador, se vuelve «su cosa» y adquiere «su deshonestidad honestamente» puesto que es a ella a quien roba, Carson se apropia de su nombre y cambia el Smith por el McCullers. Así también John Houston y Tennessee Williams son sus cosas: los maneja a su antojo. No sólo son admiradores o mecenas generosos, también pueden convertirse en episodios tormentosos. Son creadores, pertenecen por su talento a la beautiful people , a la cr è me de la cr è me , a la élite de Nueva York. El Harper’s Bazaar , Saturday Evening Post , Esquire , el New York Times , Mademoiselle , Redbook , Vogue , el Philadelphia Inquire , Theatre Arts la publican porque Carson McCullers también es beautiful , atrevida, altísima, delgada, poética, original y da pequeños cócteles en los que sólo se sirve caviar beluga con limón, cebolla y huevo. John Houston la invita a Europa a pesar de que tiene que guardar cama durante casi toda su estancia por su pierna lisiada ya que su vida llegará a ser un verdadero calvario de hospital en hospital que aguanta con estoicismo así como su amiga Isak Dinesen (Out of Africa) aguantó su sífilis.
Lula Carson Smith nació el 19 de febrero de 1917 en Columbus, Georgia, y a los diecisiete años abandonó Georgia para viajar a Nueva York con la esperanza de entrar en la Juilliard, aunque ya tenía la inquietud de escribir «sus cosas». Una infección respiratoria, añadida a una fiebre reumática contraída en la niñez, la obligó a volver a Georgia y entonces escribió «Wunderkind», un relato autobiográfico que publicó en la revista Story en diciembre de 1936, dos años después de cumplir los diecinueve años, que son muy pocos para una gran escritora y una mujer que siempre fue demasiado alta.
Yo anhelaba una sola cosa: irme de Columbus y dejar huella en el mundo. Al principio quise ser concertista de piano. La señora Tucker me animaba a ello. Luego me di cuenta de que papá no podía enviarme a estudiar a Juilliard ni a ninguna otra gran escuela de música. Sé que a papá esto le preocupaba, y, como yo le quería, no dije nada al respecto, pero dejé de pensar en una carrera musical y le comuniqué que había cambiado de «profesión», que sería escritora. Era algo que podía hacer en casa, y me puse a escribir todas las mañanas.
Mi primer libro se tituló A Reed of Pan . Se trataba, por supuesto, de un músico que sí estudiaba y lograba hacer cosas. Pero como no estaba satisfecha con el libro, no lo envié a Nueva York, pese a que me habían hablado agentes y todas esas cosas. Tenía dieciséis años y seguí escribiendo. El siguiente libro se llamó Brown River . Apenas lo recuerdo, salvo que tenía una marcada influencia de Hijos y amantes .
Con su propia obra, Carson hizo lo que quiso desde el primer momento, lo cual no le ha sucedido a ninguna autora de América del Norte o de América Latina. Su vida refleja una libertad sin más límites que los de su pésima salud. Ninguna inseguridad en sus memorias recogidas en Iluminación y fulgor nocturno . Ninguna queja, ningún lamento a pesar de que sus ataques debieron de haberle causado mucho tormento.