El lector debe saber que este libro ha sido concebido como una biografía general. Su intención lo aparta del estudio exhaustivo de períodos, relaciones específicas y aspectos secundarios de la vida de Baudelaire así como de la crítica de su obra, si bien ésta es constantemente invocada en cuanto manifestación de su existencia subjetiva y por tanto de su biografía. Desearíamos empezar de este modo a llenar aunque sólo sea modesta y parcialmente un sorprendente vacío en la bibliografía en lengua castellana, una lamentable falta que ha llevado a la simplificación de la personalidad y significado del poeta de Las flores del mal y los Pequeños poemas en prosa, quizá el más revolucionario hombre de letras de la época moderna en Europa. La primera biografía de Baudelaire en castellano se publicó en 1920; y la segunda y última en 1931, es decir, hace 75 años. Desde entonces, la investigación sobre el tema ha aportado abundante y sustanciosa información, especialmente gracias a hallazgos epistolares y notables ediciones críticas. Valiosos trabajos publicados en los últimos años no han podido, por su propio objeto y orientación, suplir la carencia biográfica. Con la intención mencionada, pues, he ordenado materiales que proceden de fuentes seguras y permiten, creo, ver al personaje en una complejidad acaso más fiel al original.
He atado mi mano a los hechos todo cuanto he podido, intentando sortear los tres mayores peligros que asechan a todo aquel que escribe sobre un clásico como Baudelaire: la hagiografía, la leyenda y el anecdotario, una familia que aunque a veces parezca fascinante siempre oculta, disimula o deforma al personaje que tratamos de conocer. No se encontrarán en estas páginas menciones a san Baudelaire. Por las mismas razones hemos prescindido de mayores consideraciones sobre el eros baudelaireano; su sadismo, por ejemplo, no es en absoluto biográfico: es cierto que en su obra los dioses o los demonios del amor tienen maneras violentas y usan aparejos de metal, objetos quirúrgicos y formas sanguinarias, pero nada nos autoriza a trasladar todo ello a su vida.
Me temo que en estos tópicos por ahora no hay manera de poner pie en tierra firme.
Como todo el mundo sabe, la descripción y el relato de hechos suponen ya una comprensión y una interpretación previa. El lector notará en estas páginas nuestra convicción de que lo político, o quizá sea mejor decir lo ético social, tuvo en la vida y la obra, en el pensamiento y en los sentimientos del poeta un rol persistente y en todo caso mayor y más decisivo del que se suele reconocer.
Deseo finalmente expresar mi gratitud a la Biblioteca Nacional de Francia y al Centro W.T. Bandy de Estudios Baudelaireanos, de la Universidad de Vanderbilt, de Estados Unidos, así como a diversas instituciones universitarias españolas, catalanas en particular, por la ayuda bibliográfica recibida. Más ferviente es mi agradecimiento a las numerosas personas que me animaron y apoyaron de diversos modos durante la investigación, redacción y corrección de este libro, es decir, a Aitana y José Arias, Esperanza Bielsa, Ligia Chadwick, Nela Filimón, Pere Gimferrer, Ester Gorch, Porfirio Mamami Macedo, Francisco Marín, Ana María Moix, Monserrat Peiró, Raquel Tellosa, Clara Usón y Enrique Verástegui. Si algún acierto hubiera en estas páginas, quisiera que estuviera dedicado a ellos.
Preliminar
Está el hombre de la pipa. Abismado. Sobre un libro.
Y el hombre del puro. El gigante que una noche alucinada mide su estatura con la columna Vendôme;
Está el histrión.
El que hubiera querido ser Papa. O comediante. El que juega con
Las palabras como con fuegos de artificios;
El imitador: el que habla
Con palabras de otros;
El hombre que cultiva la histeria con alegría y terror. Para ser otro.
Otros. Por voluntad propia.
Para vivir
Bien lejos de todos. Anywhere out of the world;
El que dice: «hay que estar siempre ebrio, de vino, de virtud o de poesía, pero Siempre ebrio»;
Y está el hombre de los pactos, el que una vez aprendió a pactar,
Mejor dicho, a negociar. Todos los días. Con dios y el diablo,
Por una idea fija.
«Tengo que escribir la historia de una idea fija», anotó.
Cuando se disponía a contar la vida de Théophile Gautier. El escritor,
Dice, es el hombre que hace de su deber una idea fija.
Porque él es un hombre de idea fija: tiene un destino.
Es decir, está el hombre que tiene un destino. El
Que ha aprendido por caminos misteriosos que hay un lugar en el Futuro, en el cielo glorioso de los hombres póstumos, con
Su nombre. El hombre
Que ha descubierto que la tarea de su vida, el arduo empeño de toda
Su existencia, es conseguir que ese destino
No se disipe, que adquiera el vigor y el espesor, la materialidad de su
Cumplimiento;
Y está también el hombre del martirio.
El que sabe que por ese destino alguien, quizá dios, quizá los otros
Hombres, no dejarán de pedirle un precio. Que pague un precio. Su
Frimientos y vejaciones.
«La posteridad me concierne», dice, a los veinticuatro años. «Mi destino se cumplirá», insiste.
«Dime que tienes confianza en mi destino», pide a su madre.
Está el hombre fascinado por lo sobrenatural, el que busca lo infinito en lo finito. La poesía en las palabras.
Y el hombre del equívoco:
Mucha gente se volcó, con una cándida curiosidad, alrededor del autor de Las flores del mal. El autor de las Flores en cuestión no podía ser sino alguien de una excentricidad monstruosa. Todos esos canallas me han tomado por un monstruo, y cuando vieron que yo era frío, moderado, educado —y tenía horror de los librepensadores y de toda la estupidez moderna, decretaron (supongo) que yo no era el autor de mi libro… ¡Qué confusión cómica entre el autor y el tema! Ese maldito libro (del que estoy muy orgulloso) es pues muy oscuro, ¡bien ininteligible! Llevaré por mucho tiempo la pena de haber osado pintar el mal con algún talento.
En el origen, el equívoco:
«Pido a todo hombre que intente mostrarme lo que subsiste de la vida».
En el final, el equívoco:
«Los perros son los únicos vivos; son los negros de Bélgica».
«Capitulo sobre los perros, en quienes parece refugiarse la vitalidad ausente en otra parte».
He aquí un
Emblema, un propósito: «Glorificar el vagabundaje». El hombre
Que descubre «la verdadera
Grandeza del paria».
Es el hombre de la guerra. El de «la santidad de la pena de muerte»: «La pena de muerte es el resultado de una idea mística, totalmente incomprendida hoy». «No hay más gobierno razonable y firme que la aristocracia. Monarquía y República basadas en la Democracia son por igual absurdos y débiles».
«Sólo hay tres seres respetables:
«El sacerdote, el guerrero, el poeta. Saber, matar y crear. Los demás hombres son disponibles y sujetos a prestaciones personales, hechos para la caballeriza, es decir, para ejercer eso que llaman profesiones».
¿Un rebelde?
¿Un monstruo?
¿Un trasgresor?
El primer vidente, rey de los poetas, UN VERDADERO DIOS,
respondería Rimbaud.
El hombre que decide no establecerse en ningún lugar.
El que
Conoce nuestro más íntimo deseo: