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Charles Baudelaire - Richard Wagner

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Charles Baudelaire Richard Wagner

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Señor Wagner: Ante todo, quiero decirle que le debo el mayor gozo musical que jamás haya experimentado.

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Título original: Richard Wagner

Charles Baudelaire, 1861

Traducción: Carlos Wert

En cubierta: William Turner, Nubarrones, c. 1825, British Museum, Londres

Diseño de cubierta: Rossella Gentile

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Notas Se refiere a los tres conciertos celebrados en el Teatro Italiano de - photo 1
Notas

[*] Se refiere a los tres conciertos, celebrados en el Teatro Italiano de París el 25 de enero y el 1 y 8 de febrero de 1860, en los que R. Wagner dirigió fragmentos de Tannhäuser y Lohengrin y la obertura de Der fliegende Hollander y de Tristan und Isolde (N. del Ed.).

[*] La nature est un temple où de vivants piliers

Laissent parfois sortir de confuses paroles;

L’homme y passe à travers des forêts de symboles

Oui l’observent avec des regardes familiers.

Comme de longs échos qui de loin se confondent

Dans une ténébreuse et profonde unité,

Vaste comme la nuit et comme la clarté,

Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.

[*] Richard Wagner, Arte y revolución, Casimiro, 2013.

Señor Wagner: Ante todo, quiero decirle que le debo el mayor gozo musical que jamás haya experimentado.

Charles Baudelaire Richard Wagner ePub r10 Titivillus 12092021 CARTA A - photo 2

Charles Baudelaire

Richard Wagner

ePub r1.0

Titivillus 12.09.2021

CARTA A RICHARD WAGNER

Viernes, 17 de febrero de 1860

Señor:

Siempre he imaginado que, por acostumbrado que esté a la gloria un gran artista, no habría de ser insensible a una felicitación sincera cuando esta felicitación fuera como un grito de agradecimiento y que, en definitiva, este grito podría tener un valor de un género singular viniendo de un francés; es decir, de hombre poco hecho al entusiasmo y nacido en un país donde apenas se presta más atención a la poesía y a la pintura que a la música. Ante todo, quiero decirle que le debo el mayor gozo musical que jamás haya experimentado. A mi edad apenas atrae ya escribir a los hombres célebres y habría dudado mucho en testimoniarle por carta mi admiración si mis ojos no se tropezaran cada día con artículos indignos, ridículos, en los que se hacen todos los esfuerzos posibles por difamar su genio. No es usted, señor, el primer hombre con ocasión del cual haya tenido yo que sufrir y avergonzarme de mi país. Por fin, la indignación me ha empujado a testimoniarle mi reconocimiento; me he dicho a mí mismo: quiero distinguirme de todos esos imbéciles

La primera vez que fui a los Italianos a escuchar sus obras, lo hice bastante mal dispuesto e incluso —lo confesaré— lleno de malos prejuicios; mas tengo excusa: me han embaucado tantas veces…; he escuchado tanta música de charlatanes precedidos de bombo y platillo… Usted me venció inmediatamente. Lo que experimenté es indescriptible y, si me hace el favor de contener la risa, intentaré transmitírselo. Al principio me pareció que conocía aquella música, y, al reflexionar más tarde, comprendí de dónde provenía este espejismo; me parecía que aquella música era mi música y la reconocía como todo hombre reconoce las cosas que esté destinado a amar. Para cualquiera que no sea hombre de talento, esta frase sería inmensamente ridícula y más escrita por un hombre que, como yo, no sabe música y cuya toda educación se limita a haber escuchado (con gran placer, es cierto), algunos bellos fragmentos de Weber y Beethoven.

El carácter que, a continuación, me chocó principalmente en su música, fue su grandeza, aquello representaba algo grande e impulsaba a la grandeza. Después he vuelto a encontrar por doquier sus obras, la solemnidad de los sonidos grandiosos, de los aspectos grandiosos de la naturaleza, y la solemnidad de las pasiones grandiosas del hombre. Y uno se siente al instante arrebatado y subyugado. Entre los fragmentos más extraños y que me aportaron una sensación musical nueva, está el dedicado a pintar el éxtasis religioso. El efecto producido por la Entrada de los invitados y por la Fiesta nupcial es inmenso. Sentí toda la majestuosidad de una vida más amplia que la nuestra. Aún algo más: experimenté con frecuencia un sentimiento de una naturaleza harto singular, el orgullo y el gozo de comprender, de dejarme penetrar e invadir, voluptuosidad realmente sensual, que se asemeja a la de ascender a los aires o rodar por la mar. Y la música, al mismo tiempo, respiraba orgullo por la vida. Por regla general, estas profundas armonías me parecían semejantes a esos excitantes que aceleran el pulso de la imaginación. También experimenté, en fin (y le suplico que no se ría) sensaciones que derivan, probablemente, del talante de mi espíritu y de mis más frecuentes preocupaciones. Por todas partes hay algo de arrebatado y de arrebatador, algo que aspira a ascender más arriba, algo de excesivo y de superlativo. Por ejemplo, y sirviéndome de un símil tomado de la pintura, supongo ante mis ojos una vasta extensión de un rojo sombrío. Si este rojo representa la pasión, veo a ésta acercarse gradualmente, a través de todas las transiciones del rojo y el rosa, hasta la incandescencia de la hoguera. Se diría que es difícil, imposible incluso, convertirse en algo más ardiente, y, sin embargo, una última onda viene a trazar un surco más blanco aún sobre el blanco que le sirve de fondo. Este será, si usted me lo concede, el grito supremo del alma elevada a su paroxismo.

Había empezado a escribir unas meditaciones sobre los fragmentos de Tannhäuser y de Lohengrin que escuchamos; más hube de reconocer la imposibilidad de decirlo todo.

De modo que podría continuar esta carta interminablemente. Si ha podido usted leerme, se lo agradezco. No me queda nada que agregar sino unas pocas palabras. Desde el día en que escuché su música me digo sin cesar, sobre todo en los momentos bajos: Si, al menos, pudiera escuchar esta tarde un poco de Wagner… Existen, sin duda, otros hombres en la misma situación. En definitiva, debería sentirse satisfecho con el público, cuyo instinto ha resultado bien superior a la mala ciencia de los periodistas. ¿Por qué no da unos cuantos conciertos más añadiendo fragmentos nuevos? Nos ha hecho conocer el aperitivo de unos gozos desconocidos; ¿tiene usted derecho a privarnos del resto?… Una vez más, señor, le doy las gracias; usted me ha restituido a mí mismo y a lo elevado, en un momento bajo.

Ch. Baudelaire

No le adjunto mi dirección, no vaya a creer que tengo algo que pedirle.

RICHARD WAGNER Y TANNHÄUSER EN PARÍS
1

Remontémonos, si os parece bien, trece meses atrás, al comienzo de la cuestión, y permítaseme, en este comentario, hablar frecuentemente en mi nombre propio. Este Yo, justamente acusado de impertinencia en muchos casos, implica, no obstante, una modestia grande; él encierra al escritor en los más estrictos límites, los de la sinceridad. Al reducir su tarea, la hace más fácil. En suma, no es necesario ser un probabilista consumado para adquirir la certeza de que tal sinceridad encontrará amigos entre los lectores imparciales; hay, evidentemente, muchas probabilidades de que el crítico ingenuo, sin comunicar más que sus propias impresiones, comunique también las de algunos correligionarios desconocidos.

Así pues, hace trece meses recorrió París un fuerte rumor. Un compositor alemán que había vivido largo tiempo con nosotros, sin que lo supiéramos, pobre, desconocido, ocupado en labores miserables, pero a quien el público alemán celebraba desde hace ya quince años como a un hombre genial, volvía a la ciudad antaño testigo de sus miserias juveniles a someter sus obras a nuestro juicio. Hasta entonces, París poco había oído hablar de Wagner: se sabía vagamente que más allá del Rhin se ventilaba la cuestión de una reforma en el drama lírico y que Liszt había adoptado con ardor las opiniones del reformador. Fétis había lanzado contra él una especie de requisitoria y las personas que tengan la curiosidad de hojear los números de la Revue et Gazette musicale de Paris, podrán verificar una vez más que los escritores que se jactan de profesar las más sabias, la más clásicas opiniones, no pueden preciarse de sabiduría ni de mesura, ni siquiera de la más vulgar cortesía, en la crítica de las opiniones contrarias. Los artículos de Fétis apenas son algo más que una diatriba penosa; mas la exasperación del viejo diletante sólo servía para probar la importancia de las obras que condenaba al anatema y al ridículo. Por lo demás, desde hace trece meses, durante los cuales la curiosidad pública no ha perdido fuerza, Richard Wagner ha tenido que soportar otras muchas injurias. Hace algunos años, sin embargo, a la vuelta de un viaje a Alemania, Théophile Gautier, conmovido por una representación de Tannhäuser, había comunicado en el Moniteur sus impresiones con esa certidumbre plástica que da un encanto irresistible a todos sus escritos. Pero esos testimonios diferentes, surgidos a largos intervalos, habían resbalado por el espíritu de la mayoría.

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