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G. K. Chesterton - Robert Browning

Aquí puedes leer online G. K. Chesterton - Robert Browning texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1903, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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G. K. Chesterton Robert Browning
  • Libro:
    Robert Browning
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1903
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Robert Browning: resumen, descripción y anotación

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Chesterton es conocido, sobre todo, entre el gran público, por sus relatos policiales del padre Brown y por su novela «El hombre que fue Jueves», pero empezó siendo (y aún podemos seguir considerándolo así) un gran periodista, nunca del todo meramente periodístico, y un estupendo biógrafo, nada convencional ni académico. Su biografía de Robert Browning (1903) fue su primer libro importante y el que le «situó» como escritor en la sociedad literaria de su tiempo. En este volumen se retrata no sólo la vida de un poeta sino toda una época, la de la Inglaterra victoriana. Y no sólo la vida de un poeta sino «la vida», aún más extraña y casi incomprensible, de la poesía que este poeta escribió. Para Chesterton, Browning es el primer poeta moderno de la moderna literatura porque inventó todo un género, «el monólogo dramático» en el que el poeta ya no habla por boca de sus personajes sino que deja hablar a los propios personajes por sí mismos. En esos poemas, el poeta no defiende ni condena como un pequeño dios, a nada o a nadie; son sus personajes los que, al declarar su verdad o su mentira, obligan a que en realidad sea el lector quien tenga que tomar postura, quien complete y dé un sentido total al poema. «Robert Browning» es una de las mejores biografías que se han escrito nunca, aunque (y precisamente porque) no es sólo una biografía al uso, en el sentido de ser un simple relato de hechos más o menos históricos; el Chesterton más Chesterton, el más endiabladamente paradójico y polémico y el más angelicalmente asombrado y generoso está ya plenamente en ella para mayor gozo de sus lectores.

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I

JUVENTUD DE BROWNING

Mucho se ha dicho acerca de la obra de Browning y mucho queda aún por decir; sin embargo de su vida, considerada como un relato de sucesos, poco o nada puede decirse. Fue una vida lúcida, pública y, con todo, apacible, que culminó en una magna y dramática demostración de carácter, para luego sumirse de nuevo en esa unión de quietud y notoriedad. Y, sin embargo, a pesar de todo, es muchísimo más difícil hablar de su vida que de su obra. Ésta posee el misterio que pertenece a lo complejo, mientras que su vida posee el misterio, mucho más profundo, que pertenece a lo simple. Browning fue lo bastante inteligente como para comprender su propia poesía; y, si la comprendió él, podemos comprenderla nosotros. Pero fue también del todo inconsciente e impulsivo, y nunca tuvo la agudeza necesaria para entender su propio carácter; por lo tanto, se nos puede excusar si esa parte de su vida que se le ocultó a él se nos oculta también parcialmente a nosotros. El hombre sutil es siempre inconmensurablemente más fácil de comprender que el hombre natural, pues el hombre sutil lleva un diario de sus reacciones, practica el arte de analizar y desentrañar su propio ser, y sabe decirnos cómo llegó a sentir esto o a decir aquello. Pero un hombre como Browning no sabe más del estado de sus emociones que del estado de su pulso; son cosas mayores que él, cosas que crecen por voluntad propia, como las fuerzas de la Naturaleza. Existe una vieja anécdota, probablemente apócrifa, según la cual una admiradora escribió a Browning preguntándole el significado de uno de sus poemas más oscuros, y recibió la siguiente respuesta: «cuando fue escrito este poema, dos seres conocían su significado: Dios y Robert Browning. Y, ahora, tan sólo Dios sabe lo que significa». Esta anécdota ofrece, con toda probabilidad, una impresión enteramente falsa de la actitud de Browning ante su obra. Fue un artista sutil y un perspicaz erudito; podía tratar de cualquier materia y tenía una memoria comparable a la biblioteca del British Museum. Pero la historia ofrece, con toda seguridad, una imagen demasiado retocada de la actitud de Browning ante sus propias emociones y su tipo psicológico. Si alguien le hubiera preguntado el significado de cierta alusión concreta a un héroe persa, probablemente habría podido citar la mitad de la epopeya; si alguien le hubiese preguntado quién era el tercer primo de Carlomagno, aludido en Sordello, habría podido dar razón de ese personaje, de su padre y de su abuelo. Pero si alguien le hubiera preguntado lo que pensaba de sí mismo, o cuáles fueron sus emociones una hora antes de casarse, habría replicado con absoluta sinceridad que sólo Dios lo sabía.

Este misterio del hombre inconsciente, muchísimo más hondo que cualquier misterio del ser consciente, existiendo como existe en todos los hombres, habitaba en Browning de un modo especial, porque era un hombre muy natural y espontáneo. Del mismo modo pasa, hasta cierto punto, en todas las épocas de la historia y en todos los asuntos. Todo cuanto es deliberado, retorcido, creado como una trampa o un misterio, al final, termina por ser descubierto; todo cuando se hace naturalmente resulta misterioso. Puede ser difícil descubrir los principios de los francmasones, pero resulta mucho más fácil descubrir los principios de los francmasones que los principios de los Estados Unidos; al cabo, ninguna sociedad secreta ha ocultado sus objetivos tan celosamente como la Humanidad. Para resultar inexplicable, hay que ser caótico, y ésta fue, superficialmente, la característica de la vida de Browning; existe la misma diferencia entre juzgar su poesía y juzgar su vida, que entre dibujar el plano de un laberinto y dibujar el plano de una niebla. La discusión acerca del significado de cierta alusión particular en Sordello se ha extendido mucho y puede seguir prolongándose, pero no es improbable que termine. La vida de Robert Browning, que combina el cerebro más portentoso con el más simple temperamento conocido en nuestros anales, proseguiría eternamente si no nos decidiéramos a resumirla en una narración breve y sencilla.

Robert Browning nació en Camberwell, el 7 de mayo de 1812. Su padre y su abuelo habían sido empleados del Banco de Inglaterra, y parece ser que la familia toda perteneció a la sólida y educada clase media; la clase que se interesa por las letras, pero que no siente ambición por ellas, la clase para la cual la poesía es un lujo, pero no una necesidad.

Esta cualidad y característica de la familia Browning muestran cierta tendencia a ser oscurecidas por cuestiones remotas. Es costumbre de todos los biógrafos buscar las huellas más tempranas de una familia en distantes edades e incluso en tierras lejanas; y ocurre que Browning les ha dado oportunidades que tienden a desviar el pensamiento de la materia principal de la que se dispone. Existe la leyenda, por ejemplo, de que gentes de su nombre fueron prominentes en épocas feudales, meramente basada en una ligera coincidencia de apellidos y en el hecho de que Browning empleaba un sello con escudo de armas. Miles de hombres de la clase media emplean un sello parecido, simplemente porque es una curiosidad o una herencia, sin saber o importarles en absoluto la condición de sus antepasados en la Edad Media. Existe también la teoría de que tenía sangre judía; perspectiva esta perfectamente concebible, y que Browning hubiera sido el último en considerar negativa, más para la cual, en realidad, existe escasísima evidencia. La principal razón aducida por sus contemporáneos, para tal creencia, era el hecho de que Browning, sin lugar a dudas, estaba especial y hondamente interesado en los problemas judíos. Esta sugestión, inútil en todo caso, abogaría, si tuviese que abogar por algo, por la hipótesis contraria. Pues un inglés puede estar entusiasmado por Inglaterra o indignado contra Inglaterra, pero jamás se le ocurrirá a un inglés viviente interesarse por Inglaterra. Browning se interesaba, como todo ario inteligente, por los judíos; mas, si hubiera de pertenecer a todos los pueblos por los que se interesó, su linaje sería extraordinariamente heterogéneo. En tercer lugar, existe la teoría todavía más sensacional de que Robert Browning tenía algo de negro. Parece que los sustentadores de esta hipótesis tienen, en realidad, poco que decir, si no es que la abuela de Browning fue en realidad criolla. Se dice en ayuda de tal opinión que Browning fue singularmente moreno en su juventud y que a menudo se le tomó por italiano. No parece, sin embargo, que pueda deducirse gran cosa de tal afirmación, a no ser que, si tenía aspecto de italiano, debía de tener poquísima semejanza con un negro.

Nada hay de concluyente en contra de estas tres teorías, del mismo modo que nada hay de concluyente en su favor; alguna o todas ellas pueden ser ciertas, pero aun así, no tienen aplicación. En la historia o la biografía tales cosas resultan mucho peor que falsas: resultan desconcertantes. No nos interesa saber de un hombre como Browning si tenía derecho a un escudo usado durante las guerras de las Dos Rosas, o si el décimo tataradeudo de su abuela criolla había sido blanco o negro; queremos saber algo de su familia, lo cual es cosa totalmente distinta. En realidad, de Browning no deseamos la información que satisfaría a un Clarencieux, rey de armas, sino la información que nos dejaría satisfechos si hubiésemos puesto un anuncio solicitando un secretario o un preceptor particular. No nos importaría el hecho de que el preceptor fuera descendiente de un rey irlandés, pero sí nos interesaría saber su linaje y qué clase de gente había sido la suya durante las dos o tres últimas generaciones. Este es el deber más práctico de la biografía y también el más difícil. Es muchísimo más llano seguir el rastro de una familia de un sepulcro a otro hasta la época de Enrique II, que atrapar, desentrañar y poner sobre el papel la más anónima y mentirosa de todas las cosas: el tono social.

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