CHARLES BAUDELAIRE (PARÍS, 1821-1867), considerado a menudo el padre de la poesía moderna, fue poeta, traductor y un crítico visionario. Su vida estuvo marcada por el escándalo desde que se introdujo en la bohemia parisina y conoció a autores como Gerárd de Nerval, Honoré de Balzac y los jóvenes poetas del Barrio Latino.
Comprometido por su participación en la revolución de 1848, la publicación de Las flores del mal (1857) acabó de desatar la violenta polémica creada en torno a su persona. Tras ocho años de minucioso trabajo, el poemario marcó un hito en la poesía francesa, provocando la ira de algunos críticos, el secuestro de la edición y el procesamiento del autor y el editor por «ofensas a la moral pública y las buenas costumbres». Sin embargo, ni la orden de suprimir seis de los poemas del volumen ni la multa de trescientos francos que le fue impuesta impidieron la reedición de la misma en 1861. En esta nueva versión aparecieron, además, treinta y cinco textos inéditos.
Otras de sus obras son Los paraísos artificiales (1860), Pequeños poemas en prosa (1862) y Los despojos (1866). Tras su muerte se publicaron El arte romántico (1868), recopilación de sus trabajos de crítica literaria; Curiosidades estéticas (1868), apreciaciones acerca de los salones parisinos; Diarios íntimos (que incluyen Cohetes y Mi corazón al desnudo) en 1909; y su obra completa en 1939.
Falleció en una clínica de París en agosto de 1867, y está enterrado en el cementerio de Montparnasse.
Título original: Un mangeur d’opium
Charles Baudelaire, 1860
Traducción: Carmen Artal
Fotografía de cubierta: Eikoh Hosoe
Retoque de cubierta: diego77
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[*]N. del T.: en inglés en el texto original.
Charles Pierre Baudelaire nace en 1821, muere, afásico y paralítico, en 1866 y vive días oscuros desde su primera época dandy en que escribe Salón de 1845 hasta trasladarse a Bruselas desconocido, enfermo y cubierto de deudas, tras haber escrito y publicado Les fleurs du mal, que le vale ser perseguido por la justicia, y más tarde Poèmes en prose y Paradis artificiels.
Thomas De Quincey muere en 1859 a los setenta y cinco años. Poco se sabe de él, con excepción de lo que cuenta en sus Confessions of an English Opium-eater y Suspiria de profundis, sobre su adolescencia penosa y triste, su existencia solitaria de comedor de opio, primero feliz y después torturado, y de su gradual y terrible recuperación. Pese a la angustia de sus alucinaciones, escribió muchísimos libros científicos, filosóficos y matemáticos que son todavía hoy desconocidos.
Por la vida de esos dos autores, se concibe fácilmente la fascinación que De Quincey ejerció sobre Baudelaire. Los marginados siempre se comprenden con medias palabras, se admiran y se defienden. Por eso, Baudelaire tradujo a Edgar Allan Poe al francés y se indignó por los artículos necrológicos que siguieron a la muerte de De Quincey.
En este libro, Un comedor de opio, Baudelaire, a través del análisis de Suspiria de profundis, procura comunicar al lector el sentimiento de que De Quincey fue «no sólo uno de los espíritus más originales, más auténticamente humorísticos de la Vieja Inglaterra, sino una de las personalidades más afables y más caritativas que hayan honrado la historia de las letras». Desea justificarlo no por lo que no hizo, por lo que se le condenaba, o sea por no haber rendido servicios útiles a la humanidad, sino por lo que hizo. Baudelaire reclama para De Quincey la gratitud del hombre «realmente espiritual». Sólo por haber escrito un libro bello, y pregunta: «¿Lo Bello no es acaso tan noble como lo Verdadero?».
Charles Baudelaire
Un comedor de opio
Los fantasmas de Thomas de Quincey
ePub r1.0
Titivillus 10.02.2022
Un comedor de opio
Mientras escribimos estas líneas, llega a París la noticia de la muerte de Thomas de Quincey. Con ella expresamos el deseo de la continuación de este glorioso destino, ahora bruscamente interrumpido. Digno emulador y amigo de Wordsworth, Coleridge, Southey, Charles Lamb, Hazlitt y Wilson, deja numerosas obras, entre las principales: Confessions of an English opium-eater; Suspiria de profundis, The Coesars, Literary Reminiscence, Essays on the Poets, Autobiographic Sketches, Memorials: the note Book, Theological Essays: Letters to a young Man, Classic Records reviewed ordeciphered, Speculations, literary and philosophic, or the Masque, Logic political Economy (1844), Essays sceptical and antisceptical on Problems neglected or misconceived, etc… No sólo se creó la fama de uno de los espíritus más originales, más auténticamente humorísticos de la vieja Inglaterra, sino también de uno de los caracteres más afables, más caritativos que han honrado la historia de las letras, tal como ingenuamente lo ha escrito en los Suspiria de profundis, que vamos a analizar a continuación y cuyo título cobra, en esta dolorosa circunstancia, un acento doblemente melancólico. De Quincey ha muerto en Edimburgo, a la edad de setenta y cinco años.
Tengo ante mí un artículo necrológico, con fecha de 17 de diciembre de 1859, que puede dar tema a tristes reflexiones. En cualquier parte del mundo, la gran locura de la moral usurpa en todas las discusiones literarias el lugar de la pura literatura. Los Pontmartin y otros sermoneadores de salón atestan tanto los periódicos norteamericanos e ingleses como los nuestros. Y a propósito de las extrañas oraciones fúnebres que acompañaron la muerte de Edgar Poe, tuve ocasión de observar que el campo mortuorio de la literatura es menos respetado que el cementerio común, donde un reglamento policíaco protege las tumbas de los inocentes ultrajes de los animales.
Quiero que el lector imparcial sea juez. Si el comedor de opio no ha rendido jamás servicios positivos a la humanidad, ¿qué importa si su libro es bello? Buff on, que en semejante caso está alejado de toda sospecha, ¿no creía que un giro de frase feliz, uña nueva manera de bien decir, tenían para el hombre realmente espiritual una mayor utilidad que los descubrimientos de la ciencia, en otras palabras que lo Bello es más noble que lo Cierto?
Si De Quincey se ha mostrado en algunas ocasiones singularmente severo con sus amigos, ¿qué autor, conociendo el ardor de la pasión literaria, tendría derecho a asombrarse? Se maltrataría cruelmente a sí mismo; además, como él dijo en algún lugar, como antes ya lo había dicho Coleridge, no siempre la malicia proviene del corazón: existe la malicia de la inteligencia y de la imaginación.
Pero aquí viene la obra maestra de la crítica. En su juventud, De Quincey había cedido a Coleridge una parte considerable de su patrimonio: «Sin duda es un acto noble y elogiable, aunque imprudente, dijo el biógrafo inglés, pero debemos recordar que, víctima del opio, cuando su salud estaba destrozada y sus negocios en pleno desorden, no tuvo ningún inconveniente en aceptar la caridad de sus amigos». Si traducimos correctamente, significa que no hay que agradecerle su generosidad, ya que, más tarde, utilizó la de los demás. El Genio no encuentra semejantes rasgos. Para llegar a este grado, hay que estar dotado del espíritu envidioso y quisquilloso del criterio moral.