Presentación
De la escritura a la vida, ida y vuelta:
los pliegues de la historia
Nathalie Goldwaser
Dra. en Ciencias Sociales (UBA)
Dra. en Ciencias del Arte (París 1 - P. Sorbonne)
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
No habré sido un filólogo,
no habré inquirido las declinaciones,
los modos, la laboriosa mutación de las letras,
la de que se endurece en te,
la equivalencia de la ge y de la ka,
pero a lo largo de mis años he profesado
la pasión del lenguaje.
[…]
No acabaré de descifrar las antiguas lenguas del Norte,
no hundiré las manos ansiosas en el oro de Sigurd;
la tarea que emprendo es ilimitada
y ha de acompañarme hasta el fin,
no menos misteriosa que el universo
y que yo, el aprendiz.
J ORGE L UIS B ORGES , “Un lector”,
Elogio de la sombra , 1969
I
En el trabajo de investigación y reflexión de Luisa Valenzuela hay muchos hallazgos de los cuales quiero resaltar uno en particular: la intuición y la audacia de enlazar a Julio Cortázar y Carlos Fuentes, dos figuras que usualmente no son vinculadas en las prácticas canónicas de la crítica y la historiografía literaria. En ello Valenzuela genera una vía comparativa de exploración y acceso a las trayectorias de sendos monumentos literarios, atendiendo a aspectos eclipsados o directamente ignorados. Es decir, abona un terreno y recoge frutos de notable riqueza.
La comparación puede ser una metodología seleccionada a priori , o bien irrumpir como un descubrimiento. No cabe duda de que Valenzuela ha develado a la vez que ha llenado un vacío para los estudiosos de la historiografía y la historia literaria. El comparatismo, empresa necesaria y a la vez resistida, constituye una de las disciplinas que integran los estudios literarios, en las últimas décadas revalorizada gracias a los aportes de perspectivas críticas innovadoras. Con ello se contrarrestan los temores y se torna clara la importancia del comparar, puesto que esclarece no sólo las particularidades, sino también los escenarios comunes solapados tras las consecuencias de los grandes procesos históricos que atraviesan cada una de las dimensiones a comparar. Así, a diferencia de los escritos superficiales y carentes de rigor, sensibilidad y compromiso, y lejos de toda grandilocuencia sofisticada, el empeño de Valenzuela es ejemplar, pues se perfila en su audacia, derrotando cobardías, perezas y efectos de Fata Morgana que suelen padecer o acosar a muchos críticos.
Luisa Valenzuela traspasa esas fronteras y se proyecta hacia unos horizontes de cartografías lúdica, histórica, literaria y cuasi autobiográfica; y lo logra recobrando recuerdos de su propia cantera de vida, su memoria y la indispensable creatividad que como escritora ha brindado siempre y generosamente a sus lectores y lectoras. La autora entonces hace suyo lo que Marc Bloch, el padre de la Escuela de los Annales, aseveró en 1928: que la comparación es capaz de revelarnos lazos antes no conocidos y relaciones extremadamente antiguas de las que a simple vista no se podría señalar filiación común. En este sentido es que consideramos a Entrecruzamientos una labor de artesanía que, lejos de decorar, entrega al mundo cultural e intelectual una contribución única y sin precedentes, una muestra de hospitalidad crítica.
Pero hay algo más. Algo que a Valenzuela parecería, y sólo parecería, escapársele: cual obrera de vitraux , al mismo tiempo que funde el vidrio y lo tiñe de color, entremezcla sus elementos y dibuja una historia. Mira las obras de Cortázar y Fuentes a través de sus vidrios cromáticos, los combina, los separa e incorpora sus propias piezas. A lo que añade todavía otra riesgosa apuesta: parafraseando a Gilles Deleuze, este libro es un arduo trabajo de desentrañar pliegues, pliegues subterráneos, pliegues escurridizos de esas obras que han nutrido la cultura latinoamericana, pliegues que se repliegan y que Valenzuela deja deslizar para luego, sí, armar su propio origami , sus propias figuras, su propia materia-tiempo.
II
Cortázar - Fuentes son abrazados fraternalmente por Valenzuela, anfitriona que los aloja comprometiendo sus brazos, sus dedos, su mente, poniéndose al servicio de las obras literarias en un movimiento tridimensional, como quien se entrega a una velada talmúdica. Dos hombres y una mujer entrelazados en el tejido de la escritura. Cortázar, Fuentes y Valenzuela, en una suerte de constante errancia entre recuerdos, anécdotas, libros, signos, imágenes que se despliegan sin fin. Es una danza, y ellos son a la vez sus propios espectadores y bailarines. Cortázar lee a Fuentes y a Valenzuela, y dice que ella “es una de las mejores escritoras argentinas por su valentía, su lenguaje valiente, sin autocensuras ni ultranzas; exorbitado cuando es necesario pero recatado allí donde la realidad también lo es, autora consciente de discriminaciones todavía horribles en nuestro continente” —escribe Cortázar en el número 24 de Review. Latin American Literature and Arts , 1979— y a la vez llena de una alegría de vida que la lleva a superar las etapas primarias de la protesta o de la supervaloración de su sexo. El autor de Rayuela afirma que “leerla es tocar de lleno nuestra realidad, allí donde el plural sobrepasa las limitaciones del pasado; leerla es participar en una búsqueda de identidad latinoamericana que contiene por adelantado su enriquecimiento. Los libros de Luisa Valenzuela son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro”.
Fuentes lee a Cortázar y a Valenzuela, y en algún momento (1983) asevera que es la heredera de la literatura latinoamericana y un “sueño de Borges”. Y aquí, una nueva coincidencia. Una visión de un horizonte latinoamericano que se reactualiza en la escritura, en las críticas, en las lecturas de la pluma de nuestra escritora, que rompe toda convención canónica.
III
Pero ¿qué aporta este libro? Sin lugar a dudas, Valenzuela ofrece las explicaciones más íntimas y recónditas, en una suerte de respuesta utópica, a la pregunta de por qué se escribe, cuál es esa necesidad, pasión o mandato que persigue un escritor o una escritora. Y esas preguntas como esas respuestas se convierten, de nuevo, en un pliegue tras otro pliegue infinitamente asible.
El objetivo del libro, por su parte, es explícito: lejos de ser un trabajo de análisis del discurso o de textos literarios —e incluso de una interpretación crítica de ellos—, es una “espeleología, un fisgoneo por las cavernas de la imaginación de cada uno de estos dos grandes escritores, tan dispares y a la vez con tantos puntos de encuentro” (Valenzuela dixit). Esa cueva indagada recibe más que justicia… recoge un reconocimiento nutrido por los diálogos revividos por la autora y en los que, de algún modo u otro, logra resucitar hombres fantásticos, únicos y hoy tan invocados por sus efemérides. Y el turno es de Cortázar para luego pasarle la posta a Fatone; y Fatone a Heráclito; y Fuentes a Reyes, Reyes a Nietzsche y a Buñuel, Breton, Benjamin, Agamben… se suceden otros y otras, figuras humanas y fantásticas como Diana, la Maga, Manuel, Aura, Anabel, madres, esposas, hijas, hijos, madeimoselles , geografías sanguíneas que se pasean de Banfield a París y de México D.F. a Londres, luego a Buenos Aires para volver a recorrer América Central, América del Norte y de Europa al más allá…