Erasmo de Rotterdam (Rotterdam, 1466- Basilea, 1526) se hizo célebre en el siglo XVI por sus críticas mordaces hacia los gobernantes civiles, el clero y la superstición religiosa. Profesor en la Universidad de Cambridge, su conocido Elogio de la locura se publicó por primera vez en 1511. Como humanista católico, fue partidario de la educación religiosa y bíblica encaminada a una fe simple, accesible a todos. Estas ideas influyeron enormemente en las ideas de Martín Lutero o Ulrich Zwingli. Sin embargo, Erasmo estaba en desacuerdo con la Reforma, ya que, según él, estaba alejada de la moral del buen cristiano, opinión que compartía con su amigo Tomás Moro.
INTRODUCCIÓN
de José Antonio Marina
La colección Austral ocupa un cálido lugar en el paisaje de mi adolescencia. Aún me veo, en los lejanos años de un Toledo mío, melancólico e irreal, mirando los escaparates de las librerías, en una provinciana calle Ancha, lleno de deseos y vacío de dinero. La colección Austral, con sus variados colores, con su deslumbrante catálogo, que releía y subrayaba, era el paraíso casi al alcance de la mano, el primer cielo bibliográfico, los únicos libros que podía aspirar a comprar. Cuando me invitaron a escribir este prólogo pensé que al fin podría rendir un homenaje a la colección que me desveló en mi juventud —quitándome el sueño y descubriéndome el mundo—, y que tanto me forzó a ahorrar. Confieso que estar ahora dentro de ella, después de mirarla durante años a través del cristal del escaparate, me emociona y ensoberbece. Pero basta ya de confidencias.
La introducción a un libro debe servir para introducir en él a quien remolonea a su puerta sin acabar de decidirse. El lector, al que adivino crítico porque se acerca a un libro crítico, y desganado, pues necesita de introducción, pensará que si tal bobada es todo lo que se me ocurre, mejor es que continuara detrás del escaparate, mirando este libro codiciosamente, en vez de estar dentro de él diciendo perogrulladas. No estoy de acuerdo. Lo que acabo de escribir no es tan tonto como suena. «Introducir» es conducir dentro, abrir el camino, aclarar, animar. Pertenece a una bella familia de palabras «in». Incitar, invitar, interesar. Con esto no he aclarado nada, por supuesto, ya que he eludido la pregunta esencial: ¿A cuento de qué viene ahora querer meter al lector dentro de un libro escrito hace casi quinientos años, fruto de las circunstancias, lejano y posiblemente envejecido? Podría decir que es una obra muy bien escrita, muy ingeniosa, que tuvo un colosal éxito, pero la verdad es que tengo dos razones de más peso para leer este libro y para recomendar su lectura: una histórica y otra genealógica. Advierto al lector, puesto que se ha mostrado tan quisquilloso, que no debe confundir ambas cosas. La historia cuenta los sucesos en el orden en que sucedieron. Desde el pasado más remoto llega hasta el presente. La genealogía va en dirección contraria. Desde el presente se adentra en el pasado buscando antecedentes, motivaciones, claves y significados.
Desde el punto de vista histórico me interesa hablarle de este libro como capítulo de una historia curiosa para la que recojo materiales desde hace tiempo, y que podría llamarse «Historia de la inteligencia lúdica». Estudiaría las formas de reír o de reírse de, las bromas, parodias, sátiras, ingeniosidades, burlas que los seres humanos han inventado a lo largo de los siglos para librarse del tedio, del miedo o de la opresión. No siempre nos hemos reído de lo mismo ni de la misma manera. Hay una carcajada medieval, una risa renacentista, una sarcástica burla barroca, una sonrisa ilustrada, una diabólica risotada romántica («La risa es satánica y por tanto profundamente humana», escribió Baudelaire), y algunas otras más. E LOGIO DE LA LOCURA es un documento importante para esta crónica de la hilaridad.
Desde el punto de vista genealógico, el libro me interesa porque al buscar las claves de nuestro presente, el terreno donde se enclavan las raíces que nos alimentan, encuentro a Erasmo, el cauteloso, ambivalente, perspicaz, severísimo y burlón holandés.
Sospecho que el lector protestará si le presento al autor de este libro, como si yo le considerase un iletrado al que hay que ilustrar, y que protestará también si no se lo presento, como si yo fuera un perezoso engreído que piensa que todo el mundo debe saberlo todo. Colocado entre Scila y Caribdis, que diría un humanista clásico, o entre los cuernos del toro, que diría un taurómaco castizo, opto por lo que más me pide el cuerpo, que es explicar. Le diré quién es Erasmo, pero en forma enigmática, o sea, sin decir lo que puede encontrar en cualquier enciclopedia, a saber: «Erasmo, Desiderio (1467-1536). Humanista holandés, especialista en lenguas clásicas, tradujo numerosas obras griegas y latinas. Hizo una edición del Nuevo Testamento y de multitud de obras clásicas. Fue sospechoso de luteranismo. Defendió la “devotio moderna”, que era un cristianismo más interior, despreciativo de las prácticas exteriores, y más libre. Criticó a la Iglesia romana, pero también polemizó contra Lutero. Su influencia en Europa fue extensa y profunda». Esto lo sabe todo el mundo y, por lo tanto, no es menester decirlo de nuevo.
Lo que me resulta más enigmático de Erasmo es su colosal influencia. Fue un hombre inquieto. Viajó sin parar, se consideraba ciudadano del mundo, escribió incesantemente, sus lectores esperaban con impaciencia sus obras, tuvo seguidores en toda Europa, en Alemania se popularizaron canciones en las que se le elogiaba desmesuradamente. De continuo recibe invitaciones de postín, entre ellas la del cardenal Cisneros, que le anima a venir a España, cosa que no hizo, tal vez porque temía encontrarse con demasiados judíos. En una carta escribe: «Los judíos abundan en Italia; en España, apenas hay cristianos. Tengo miedo de que la ocasión presente haga que vuelva a levantar su cabeza esa hidra que ya ha sido sofocada». Lortz, un historiador de la Reforma que no siente ninguna simpatía por Erasmo, reconoce que «fue un poder público de primera magnitud».
¿Y sobre qué escribe Erasmo para obtener un éxito tan descomunal? Según Marcel Bataillon, un gran conocedor de su obra, «un mismo pensamiento da vida y actualidad a todo cuanto sale de su pluma. Se resume en dos palabras: Philosophia Christi». Ya sé, ya sé que Cristo no fue un filósofo, y que esa expresión resulta paradójica. Ahí está el enigma. ¿Qué significa tan rara expresión?¿Por qué lo designado por ella resultaba tan interesante al público cuando lo contaba Erasmo?
La «filosofía de Cristo» era un modo nuevo de entender la religión cristiana, de forma más interior, menos ritualizada, más libre, menos eclesiástica. Erasmo fue un humanista cristiano, y la unión de estas dos palabras resultaba y resulta extraordinariamente conflictiva. El humanismo renacentista es amor y dedicación a la sabiduría clásica, cuyo acuerdo fundamental con la verdad cristiana aspiraba a demostrar, pero también es una firme voluntad de restaurar la forma auténtica y original de aquella sabiduría. Los humanistas son, ante todo, «filólogos», es decir, «amantes de las palabras». Y este amor no es accidental y externo, sino esencial e imprescindible. La necesidad de descubrir los textos y de restablecerlos en su forma auténtica, estudiando y coleccionando los códices, representa la necesidad de hallar en ellos el auténtico significado poético, filosófico o religioso que contienen. Quieren, ciertamente, volver a descubrir el valor de la sabiduría clásica, la perfección que da la instrucción y el conocimiento; confían en transformar al hombre y al mundo por el cultivo de las buenas letras, de las artes, del conocimiento. La palabra «Renacimiento» tenía un origen religioso: es el segundo nacimiento, el nacimiento del hombre nuevo o espiritual del que hablan el Evangelio de san Juan y las Epístolas de san Pablo. Es el resurgir del hombre que implica una renovación espiritual completa, religiosa, estética e intelectual. El hombre renacentista, optimista y altanero desea realizar al fin su propia esencia. El humanismo italiano planteaba un ambicioso programa de