Roberto Casati - Elogio del papel
Aquí puedes leer online Roberto Casati - Elogio del papel texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2015, Editor: Ariel, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:Elogio del papel
- Autor:
- Editor:Ariel
- Genre:
- Año:2015
- Ciudad:Barcelona
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Elogio del papel: resumen, descripción y anotación
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He utilizado libremente, con numerosas reescrituras, algunas de mis intervenciones en el suplemento dominical del Sole24 Ore durante los últimos diez años; un breve texto publicado en S. Coyaud, M. Merzagora, Parigi , Novara, De Agostini, 2005.
Todos los sitios web mencionados han sido consultados en mayo de 2013.
La montaña mágica
Tendría dieciséis o diecisiete años. Un sábado por la tarde, había salido con dos amigos a Alpe Devero, encima de Domodossola, con la intención de pasar allí la noche y subir a la mañana siguiente hasta Alpe Veglia, una travesía clásica de los Alpes occidentales. El refugio estaba lleno. El encargado nos entregó las llaves de una de las numerosas cabañas que pueden verse diseminadas por el altiplano y que pertenecía a un amigo suyo.
Nos pusimos en marcha después de comer, envueltos en una atmósfera de misterio y aventura. La tarde caía rápidamente y había que ir con cuidado al atravesar prados y torrentes en la oscuridad. Tras franquear una puerta demasiado baja, encendimos la luz y una extraña bombilla esparció su débil resplandor.
¡Sorpresa!
Aquello no tenía nada que ver con la típica decoración alpina. El chalet estaba recubierto de libros desde el suelo hasta el techo. Había estanterías abarrotadas por todas partes y libros apilados encima de las sillas e incluso encima de las camas, las cuales tuvimos que despejar con sumo cuidado para instalar nuestros sacos de dormir. En su mayoría, se trataba de ediciones de ocasión, hojeadas, arrugadas y anotadas.
Un lector empedernido habitaba aquellos lares.
¿Qué podíamos hacer? Pasamos la noche leyendo, tan intimidados como exaltados por el descubrimiento de aquel tesoro. Era imposible no rendirse al influjo de una cabaña como aquélla, como si no tuviéramos elección. Probablemente fue entonces cuando hice mía la
Algo relacionado con los libros.
Yo ya era un lector empedernido, desde luego. Con dos tías que enseñaban griego y latín, la casa de mis abuelos –una villa austera de estilo humbertiano a las afueras de la ciudad, muy cerca del Canal Villoresi, que señalaba en aquel entonces el comienzo de la campiña– tenía numerosas estanterías de madera lacada en blanco rebosantes de libros. Uno de los despachos, el de mi tía Maria Casati, olía como la biblioteca municipal: un olor a papel polvoriento, suavizado por el aroma de cuero viejo de una silla traída de un viaje al Levante, y la leve humareda de un Lucky Strike. Yo era siempre –¡siempre!– bienvenido en aquella gran habitación luminosa de la planta baja, a pesar del trasiego constante de estudiantes que acudían a recibir clases y recitar declinaciones. Me hundía en un sillón y leía. Sobre la mesita había un abrecartas con la ayuda del cual había que troquelar las páginas de algunas ediciones antiguas de vez en cuando. Las palabras que podían entreverse parecían impresas por el mero placer de imprimirlas; que nadie las hubiera leído jamás no parecía tener ninguna importancia. Palabras absolutas, palabras eternas que tal vez era mejor dejar que otros se encargaran de descubrir dentro de cien o incluso mil años. El cadencioso susurro de la página cortada poco a poco acompañaba al descubrimiento de un pequeño mundo.
Pausa.
Llegados a este punto, debes de tener la impresión de tener entre las manos la enésima apología de un buen libro antiguo. Hojas susurrantes... ¡e incluso un abrecartas! ¿No es un poco exagerado? Sin embargo, permíteme avanzar un poco más por este camino. Más adelante pasaremos a otros temas que nos dejarán entrever un problema mayor que no afecta únicamente a los libros. De momento continuemos por aquí.
También estaban las mudanzas familiares, organizadas en torno a un ritual muy minucioso de preparación de cajas de libros: confeccionar, llenar, etiquetar, transportar, vaciar, ordenar. Mi primera compra para la primera habitación en la que viví fue una librería de cinco estantes; mi última compra, realizada ayer por la tarde, ha sido un libro. Que alguien lea mucho o muy poco depende en gran medida del azar, del hecho de haber estado rodeado de lectores desde la infancia, de haber tenido maestros y profesores que supieran hacer que un texto cobrase vida, de la propia curiosidad, de casualidades. O del hecho de vivir en un mundo donde hubiera muchas personas que leían.
En su libro tan profundo como hilarante, Were You Born in the Wrong Continent? , Thomas Geoghegan narra la emoción y la frustración de un jurista norteamericano, experto en derecho laboral, de la cogestión, en el que los trabajadores ocupan los consejos de administración de las empresas.
En el libro de Claudia Cucchiarato, Vivo altrove , encontramos también un pasaje extraordinario en el que dos jóvenes italianos miran una película rodada por un grupo de amigos en una estación parisina. Por todas partes se ve a gente leyendo; los dos muchachos no creen lo que ven sus ojos y piensan que se trata de figurantes. Pero yo lo confirmo, e incluso iría más allá: el alma del Barrio Latino se muestra simplemente con levantar la cabeza hacia el primer piso de los inmuebles para mirar al interior de los apartamentos, que raramente tienen cortinas, y jamás persianas o estores. Las ventanas absorben al máximo la débil luminosidad para facilitarles la vida a los habitantes del barrio que son, ante todo, lectores. Y, de hecho, se ven libros por todas partes, en las estanterías, en las esquinas y en los alféizares, en pilas desordenadas, iluminados por la luz oblicua de una pantalla, ocultos tras una butaca en la cual, en ocasiones, alguien se duerme mientras lee. A menudo sueño que los libros invaden las calles, se deslizan por las callejuelas inclinadas y se amontonan en las esquinas. Los lectores se agacharían para recoger una novela, un ensayo, y se sentarían en la acera a hojearlos.
Lo que se ve por la noche a través de los cristales de las casas no son las luces azuladas de los televisores, cada vez más grandes y planos, sino los reflejos amarillos y silenciosos de las lámparas de cabecera. Las viejas damas y las chicas jóvenes solas se quedan dormidas con un libro abierto entre las manos. El verano se valora menos que el invierno porque las noches son más cortas y básicamente inútiles. A algunos les encanta la época de verano porque les permite estar al fresco cuando corren tras las pelotas en una pista de tenis, pero aquí no se oye más que el eco lejano de los rebotes. Las noches de invierno empiezan temprano y uno puede incluso leer antes de la cena.
Pinto un mundo de lectores y lecturas, un océano en el que navego con millones de personas. Y, sin embargo, yo mismo me siento casi sorprendido por ese cuadro. Como si trajese consigo un presagio, una amenaza que acecha.
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