A Sol Gallego, Xavier Vidal-Folch
y Andreu Missé.
Y a Guilu, como siempre.
Prólogo
1. A mediados de la década de los ochenta, Francia exportó el concepto de pensamiento único. Se trataba de una teorización, desde la resistencia, a un modelo de política, la política de talla única, o la única política posible. Su centro de atención era la economía, pero a partir de la misma se desparramaba al conjunto de las actividades sociales. Cuando se escribió este libro (primera edición en 1997) ya existía suficiente contexto para analizar las consecuencias del pensamiento único. Hoy, traspasada la barrera del año 2000, ese contexto se ha ampliado y se observan, de modo más generoso, los intentos de salir de ese pensamiento único y de iniciar con soltura lo que Touraine ha denominado transición posliberal.
Desde la caída del muro de Berlín, en 1989, el mundo ha experimentado una serie de cambios gigantescos, a la par que enormemente acelerados. Es lo que se puede denominar segunda revolución del capitalismo. Esta posee una serie de características comunes, entre las cuales se pueden citar las siguientes:
—Transformaciones culturales: una americanización de la cultura y de las costumbres, visible en las agrupaciones urbanas de todo el planeta. La globalización es, en primer lugar, una globalización cultural y sociológica. El capitalismo americano ha vencido, en este terreno, a los otros tipos de capitalismo con los que coexistía. Hasta hace poco hablábamos fundamentalmente de dos tipos de capitalismo: el renano —que agrupaba al sistema de los países europeos y, por extensión, al japonés— y el capitalismo anglosajón. El último ha devenido en capitalismo americano y se ha tragado al primero, que culturalmente ha dejado de existir o se ha convertido en subsidiario, pese a los esfuerzos mantenidos sobre la excepción cultural europea y otros mecanismos de resistencia, que no han impedido el triunfo arrollador de lo americano. Afortunadamente, todavía no ha sucedido lo mismo con el modelo de crecimiento económico, aunque la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, celebrada en marzo de 2000 en Lisboa, parecía indicar que también ese modelo europeo podía comenzar a ceder.
—Concentración del poder económico hasta grados no solamente desconocidos, sino imprevisibles hace apenas unos años. Habiendo tenido que criticar muy duramente las doctrinas del viejo Marx por inexactas, reconozcámosle ahora su lúcida interpretación de la sociedad capitalista en lo referente a la concentración del poder económico, tanto en el Manifiesto Comunista como en El Capital. La década de los noventa es la década de las fusiones, hasta el punto de que la irónica descripción de la artista argentina Nacha Guevara ya no hay revoluciones sino fusiones es un lugar común. Fusiones amistosas, fusiones hostiles, fusiones entre sociedades del mismo sector, fusiones entre empresas que fabrican productos o sirven productos que no tienen nada que ver entre sí… fusiones, fusiones, fusiones. Las páginas económicas de los medios de comunicación están recorridas todos los días por fenómenos de esta naturaleza.
En los albores del nuevo milenio, los mercados corrigen la labor de los políticos y sitúan las cosas en grados de monopolización u oligarquización que hasta hace poco hubieran resultado insoportables. Ejemplos, las leyes antitrust norteamericanas de principios de siglo obligaron a Rockefeller a dividir su empresa, la Standard Oil, en las siete hermanas para evitar que una sola empresa tuviese el monopolio de hecho del mercado del petróleo. Apenas hace unos meses, algunas de esas siete hermanas han vuelto a unirse entre sí, bajo la argumentación de que o se hacen más grandes o no serán competitivas y tendrán que desaparecer. Lo mismo ocurrió con la ATT y las compañías de telecomunicaciones, divididas para asegurar el mercado y la competencia, y sometidas ahora a un proceso de uniones.
—Explosión de un nuevo concepto denominado nueva economía, que se caracteriza por un crecimiento sin inflación, basado en aumentos constantes de la productividad y sostenido por una revolución tecnológica que se representa en Internet y todo lo que hay en sus alrededores. En esta nueva economía tienen presencia singular las Bolsas de valores, a las que acuden los inversores ya no en busca de recortar el dividendo, como en el pasado, sino de las expectativas de creación de valor de las empresas, ya que en la compraventa de acciones ganan muchísimo más dinero: más que el valor de los beneficios se tiene en cuenta el valor de las expectativas. Empresas tecnológicas en pérdidas valen muchísimo más que empresas industriales con beneficios. La nueva economía, que es un sinónimo adormecedor del nuevo capitalismo, no es otra cosa que el rápido desarrollo y aplicación de las nuevas tecnologías de la información, que está permitiendo el paso de una economía basada en la producción industrial de bienes a otra soportada por la provisión de servicios en el conocimiento, las ideas y en la información.
—Extraordinario crecimiento de las desigualdades en las últimas dos décadas. Primero, entre el Primer y el Tercer Mundo, pero no sólo. El historiador David Landes, profesor emérito de la Universidad de Harvard, ha dedicado su monumental obra La riqueza y la pobreza de las naciones a estudiar la distancia que media entre ricos y pobres, y si aumenta o disminuye; según Landes, la relación entre la renta per cápita de la nación industrializada más rica, digamos Suiza, y la del país no industrializado más pobre, Mozambique, es de 400 a uno; hace 250 años, esta relación entre la nación más rica y la más pobre era quizá de cinco a uno, y la diferencia entre Europa y, por ejemplo, el este o el sur de Asia (China o India) giraba en torno al 1,5 o dos a uno.
Pero estas diferencias no se dan sólo entre distintas áreas geográficas, sino en el interior de cada sociedad. Pongamos por ejemplo el fenómeno de las stock options (derecho a comprar acciones de la propia empresa en el futuro, a un precio de mercado actual), que ha llegado muy recientemente a España, cargado de polémica. No me interesa ahora esa polémica, sino las diferencias salariales que, en el extremo, comportan. En Estados Unidos, país en el que las opciones sobre acciones están muy extendidas, la distancia en las remuneraciones entre el primer ejecutivo de una gran sociedad que cobra stock options y el último de sus empleados llega a 420 a uno. Esto significa que, si se hiciese la traslación a España, para un sueldo del más humilde empleado de, por ejemplo, 100.000 pesetas (que no es infrecuente en nuestro país), ese primer ejecutivo cobraría 42 millones de pesetas. Una diferencia salarial tal, independientemente de las consideraciones morales que dé lugar en cada uno, no es precisamente cohesionadora de la sociedad.
El presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, pronunciaba en octubre de 1998 una conferencia, titulada La otra crisis, en la que decía: “Mientras hablamos de crisis financiera, en todo el mundo 1.300 millones de personas subsisten con menos de un dólar al día; 3.000 millones viven con menos de dos dólares al día; 1.300 millones no tienen agua potable; 3.000 millones carecen de servicios de saneamiento y 2.000 millones no tienen electricidad… Hagamos algo para acabar con este sufrimiento. No nos detengamos en el análisis financiero. No nos detengamos en la arquitectura financiera. No nos detengamos en las reformas del sistema financiero. Ahora tenemos la oportunidad de entablar un debate global sobre todo ello, es cierto, pero también sobre los fundamentos del desarrollo.”