Demóstenes - Discursos Políticos I
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- Libro:Discursos Políticos I
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- Editor:ePubLibre
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Discursos Políticos I: resumen, descripción y anotación
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Dado que, tú, Montio, el más destacado de los procónsules, a la manera del homérico Asteropeo, ambidextro en lo que concierne a los discursos, ocupas el primer rango en la lengua de los romanos y en su cultura reconocidamente has alcanzado la preeminencia, y por otro lado, de la cultura griega tampoco andas despreocupado (como que eres capaz de sobresalir en ella por la talla de tu naturaleza), antes bien, te dedicas en general a sus oradores y en particular al más perfecto de ellos, Demóstenes, y además quisiste que yo te escribiera los argumentos de sus discursos, aceptamos gustosos la orden (pues sabemos que proporciona más honra que labor), y empezaremos la composición por la vida del orador, no narrándola de cabo a rabo (que eso es vano), sino haciendo mención de todos aquellos puntos que parecen contribuir a tina comprensión más exacta de los discursos.
Así que, de Demóstenes, el orador, el padre fue Demóstenes, inatacable por su linaje, al parecer, como hasta Esquines, que era su enemigo, testimonia; al menos, así lo ha dejado dicho con sus propias palabras: «su padre era Demóstenes de Peania, hombre libre, que no vale mentir». según afirman, de constitución débil y enfermiza, de forma que ni frecuentaba la palestra, como todos los niños atenienses solían hacer. De aquí también le viene que, cuando se hizo hombre, fuese objeto de burlas por parte de sus enemigos a raíz de su blandura y que recibiera el sobrenombre de Bátalo. Pues se cuenta que hubo un tal Bátalo de Éfeso, flautista, el cual fue el primero que usó en escena sandalias de mujer y cantó afeminadas canciones y de una manera general emblandeció el arte; por eso, a los relajados y afeminados los llamaban Bátalos.
Se dice que Demóstenes derivó de aquí su profuso y vehemente impulso hacia los discursos: Calístrato, orador muy inteligente, y cuando fue inscrito en la lista de los varones mayores de edad, al punto entabló litigio contra sus tutores por haber administrado mal su hacienda. Y pudo con ellos, pero no le fue posible recuperar todos los bienes que había perdido. En cuanto a los discursos dirigidos contra sus tutores, hay quienes dicen que son de Iseo y no de Demóstenes, basando su desconfianza en la edad del orador (pues tenía dieciocho años cuando pleiteaba contra ellos) y porque, de alguna manera, los discursos en cuestión revelan el estilo de Iseo. Otros opinan que fueron compuestos por Demóstenes, aunque corregidos por Iseo, Pero nada de extraño tiene que Demóstenes pudiera ya a esa edad componer discursos de esa categoría (pues su posterior primacía es otra confirmación de ello) y que, a partir del ejercicio que a tan temprana edad realizó bajo el control de su maestro, haya imitado en muchos lugares de su obra los rasgos característicos de aquél. Como quiera que sea, después de esos pleitos, avanzando un poco en edad, se dio a la sofística y, luego, apartándose de ese menester, se dedicó a la actividad de abogado defensor ante los tribunales. Y sirviéndose de esas funciones como si fueran ejercicios gimnásticos, terminó entregándose a dirigir el partido popular y a la política.
Aún hay que recordar también aquellos otros detalles, a saber, que era tartamudo, defecto natural de su lengua, y un tanto débil de aliento; por uno y otro motivo resultó que al ofrecer al público sus flojísima actuación no alcanzase fama, al principio, por sus discursos. Por ello también, al que le preguntó qué era la retórica, le respondió que una representación, enfadado porque a causa de ella parecía él inferior a los bastante malos. Pero también esos defectos a fuerza de práctica los corrigió, al igual que todas las demás menguas que le obstaculizaban para el ejercicio de la oratoria pública. Pues bien, era, al principio, timorato y asustadizo ante los alborotos del público, hasta el punto de que inmediatamente cedía ante ellos. Por eso cuentan que él observaba cuándo se producía un viento furioso y la mar se encrespaba con fuerza y entonces, paseando a lo largo de las playas, pronunciaba sus discursos y con el bramido del mar se acostumbraba a soportar los abucheos del público. Se recuerdan de él, también, su aposentamiento en habitáculos subterráneos y las desusadas afeitaduras que se hacía con el fin de no dar un paso fuera de la habitación de su casa por miedo a la vergüenza. Y que ni por las noches dormía, sino que se las pasaba trabajando en sus discursos a la luz del candil. Por eso, precisamente, Piteas en son de burla dijo que los discursos de Demóstenes olían a candiles, y a él le respondió Demóstenes con finura y, a la vez, con mordacidad: «sé que te entristezco encendiendo candiles», pues a Piteas se le había acusado de robar túnicas por las noches. Y, además —como todos reconocen—, se aplicaba a beber agua para hacer gala de un raciocinio más despierto. También se nos ha transmitido la noticia de que en cierta ocasión colgó del techo la espada y que, en pie, debajo de ella peroraba. Y hacía tal por la causa siguiente: al pronunciar los discursos solía mover el hombro de forma inconveniente: así que suspendió la espada de modo que quedase encima de su hombro, rozándole la piel, y de esta manera, por miedo a que le hiciese un tajo, fue capaz de mantenerse en la postura adecuada.
Es necesario referir también cómo marchaba la política de Grecia y Atenas cuando Demóstenes se consagró a dirigir el partido popular. Los tebanos, tras vencer a los lacedemonios, que eran los gobernantes de Grecia y que poseían el mayor poder, en Leuctra, pueblo de Beocia, ellos mismos avanzaron hasta conseguir fuerza, y poco después entablaron una guerra contra los focenses. Eran los focenses una nación limítrofe con Beocia, que tenía veintidós ciudades. Éstos atacaron y saquearon el templo de Apolo Pitio, que se encontraba cerca; por esa razón precisamente los tebanos rompieron las hostilidades contra ellos. Luchaban también los atenienses en la guerra llamada «de los aliados»: pues los quiotas, los rodios y bizantinos, que antaño fueran súbditos de Atenas, en esta ocasión se coligaron, hicieron una alianza y luchaban contra ellos. Y de este modo Grecia quedó dividida en muchas fracciones: los atenienses luchando contra los antedichos, los tebanos contra los focenses, y los lacedemonios contra los peloponesios. Fue en esa coyuntura cuando Filipo, hijo de Amintas, llegó a ser rey de Macedonia. Pues Amintas, rey de Macedonia, tuvo tres hijos de la iliria Eurídice: Alejandro, Perdicas y Filipo. El mayor de ellos, Alejandro, murió asesinado a traición, y Perdicas, luchando contra los ilirios; Filipo, el más joven, estaba casualmente como rehén en Tebas, y cuando se enteró de la muerte de Perdicas, escapó a escondidas, llegó a toda prisa a Macedonia y allí se hizo con el poder. Los atenienses, por su parte, entonces, intentaban poner en el trono, valiéndose de un gran contingente de soldados, a otro personaje, que era de la familia real y había sido desterrado de Macedonia. Filipo les atacó y les venció en una batalla. Y a cuantos atenienses cogió prisioneros, los soltó sin pago de rescates, no por benevolencia hacia la ciudad ni por moderación de carácter…
Son tres las partes de la retórica: declamatoria, judicial y deliberativa: pues bien, en las dos últimas fue supremo luchador, la judicial y la deliberativa; en cambio no tenemos de él discursos de aparato. Pues los que se presentan como tales no hay que creer que sean de Demóstenes, el «fúnebre» y el «amoroso», ya que distan mucho de tener la fuerza propia del orador. Y no exponemos nuestra opinión, sino que ése también es el parecer de Dionisio de Halicarnaso, Porque se reconoce que Demóstenes pronunció un discurso fúnebre; pero no es lógico que el que se conserva sea el pronunciado por él, pues es muy mediano y flojo. Y de sus discursos deliberativos, unos tienen este título precisamente, «deliberativos»; otros, por el contrario, sin serlo menos, se titulan «filípicos», denominación adquirida por el hecho de que han sido pronunciados sobre el tema de los asuntos de Filipo; y cada uno de los filípicos tiene su propio título de acuerdo con la peculiaridad de cada uno de los asuntos en ellos tratados.
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