Lista de figuras
1.1 Hilaridad en la Reserva Federal
2.1 Crecimiento de losthink tanksvinculados a la SMP
2.2 Encuentro fundacional de la SMP, 1947, representación nacional
2.3 Miembros de la SMP, 1991, representación nacional... 76
2.4 Citas de Friedrich Hayek en varias fuentes en lengua inglesa, 1931-1991
4.1 Beneficios corporativos/PIB en EE.UU.
4.2 Índice de los mercados de acciones mundiales, Gran Depresión y crisis actual
4.3 Índice del volumen del comercio mundial, Gran Depresión y crisis actual
4.4 Término de búsqueda en Google Trends: «activos tóxicos»
4.5 Falla la previsión de la Reserva Federal
4.6 Fusiones bancarias estadounidenses, 1995-2009
4.7 Elflash crashdel 6 de mayo de 2010
5.1 Proporciones de hipotecas originadas por diversas entidades financieras en EE.UU., 1953-2007
6.1 Precios del Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea, 2011
6.2 Deuda pública y privada europea, 2000-2010
6.3 Deuda pública y privada en Estados Unidos, 1920-2011
6.4 Total de los principales derivados de venta libre
6.5 Término de búsqueda en Google Trends: «innovación financiera»
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Otra pesadilla en números rojos
La crisis que no cambió demasiadas cosas
Imagine la típica secuencia de una película de terror de serie B, en la que el protagonista sufre un encuentro espeluznante con el destino y, justo al borde del desastre, despierta repentinamente en un mundo diferente, que en un principio parece normal, pero luego se revela como una segunda pesadilla más espantosa aún que la primera. Algo así ha sucedido en la vida real desde que se inició la crisis en 2007. Desde que estallara, ha sido bastante difícil tener que soportar el desplome de los precios de las viviendas, los incumplimientos de pago y las ejecuciones hipotecarias, el colapso del empleo que todavía quedaba en la industria, la reducción de barrios enteros a escombros, la evaporación de las pensiones y las cuentas de ahorro, la consternación al ver cómo se marchita la esperanza de una vida mejor para nuestros hijos, los vecinos que se aprovisionan de armas de fuego y la gente que confunde la bancarrota con el Arrebatamiento. Fue un interludio inquietante, con el eterno retorno de Nietzsche reducido a una hoja de Excel repleta de estadísticas de la Gran Depresión de los años treinta.
Avancemos rápidamente hasta 2011. Fuera cierto o no, la gente por fin confiaba en que las cosas empezaban a cambiar. Además, los periodistas de los principales medios barajaban la idea de que la economía académica había fracasado, e insinuaban que nuestras mentes más brillantes estaban preparadas para reconsiderar las doctrinas que habían llevado al mundo por un camino equivocado. Sin embargo, a medida que el año tocaba a su final, lentamente nos dimos cuenta de que la suposición más lógica de que éramos capaces de despertar de la espantosa pesadilla, de que podríamos aprender de los errores y las falacias de la era de las locuras neoliberales, no era más que una alucinación insidiosa. Un oscuro letargo cubría la tierra. El sentimiento de crisis había pasado sin que hubiera habido ningún intento serio por rectificar los errores que casi habían llevado a la economía a la paralización, y además, inexplicablemente, la derecha política había resurgido de esta confusión fortalecida, impenitente e incluso no tan comedida en su codicia y credulidad como antes de la crisis.
En 2010, la izquierda entra en una sombría era de confusión y perplejidad. Fue necesario un grado poco frecuente de autoconfianza o entereza para no boquear atónitos ante el poderoso resurgimiento de la derecha con tanta rapidez después del colapso económico global más espectacular desde la Gran Depresión de los años treinta. «Incongruencia» parece un término excesivamente amable para describir el desarrollo de los acontecimientos; «contradicción» resulta demasiado obsoleto. La austeridad pasó a ser la consigna en casi todos los países; los gobiernos de todo el mundo se convirtieron en chivos expiatorios del descontento de cualquier índole, incluido el generado por la austeridad. En nombre de la probidad, la clase trabajadora se convirtió en el blanco de todas las críticas, incluso de los partidos teóricamente «socialistas». En los escasos ejemplos en que la movilización de clases fue acometida por los sindicatos para contratacar, como fue el caso de Scott Walker en el estado de Wisconsin, la cuna del progresismo norteamericano, fracasó. El predominio mundial generalizado de las doctrinas neoliberales y de los partidos de derecha desde Europa a Norteamérica y Asia ha desconcertado a los partidos de izquierda que, no hace muchos años, estaban seguros de haber realizado por fin avances tras décadas de injerencia neoliberal. Con total descaro, en muchos casos los partidos de izquierda fueron destituidos sin miramientos por haber luchado para contener las peores repercusiones de la crisis. Por el contrario, las instituciones financieras que habían precipitado la crisis y habían sido rescatadas gracias a una acción gubernamental obtenían resultados positivos —prosperaban según los niveles previos a la crisis— y en un audaz despliegue de ingratitud sín límites, financiaban decididamente a la derecha emergente. En efecto, la asombrosa recuperación de los beneficios corporativos prácticamente garantizaba la exuberante exfoliación poscrisis de la pontificación de los laboratorios de ideas. Movimientos nacionalistas protofascistas brotaron en los lugares más insospechados, y propusieron argumentos sin un ápice de sentido. «Pesadilla» no era un término hiperbólico; era el fin de toda arrogancia.
El invierno de nuestra separación