Sospecho que muchas lectoras entenderán que este libro se construye desde el femenino con una voluntad universal y la intención de que este responda a un genérico neutro. Habrá, seguro, quien a pesar de ello vea en su uso un mensaje excluyente, dirigido solo a mujeres. Ojalá estos matices sirvan al propósito de lo que aquí narro y abran discusiones sobre el lenguaje y las identidades normativas.
INTRODUCCIÓN
La montaña
En una época muy muy lejana, hubo una vez un explorador que oyó contar leyendas sobre una montaña cercana en la que se atesoraban riquezas naturales tan tremendas que harían de su ciudad la más rica del mundo. Animado por vecinos y vecinas, partió en busca de la montaña, aunque regresó meses después con una noticia decepcionante: la había encontrado, sí, pero era un terreno árido.
Todo el mundo acabó por olvidarse de la montaña, salvo una persona que, movida por la persistente sensación de que la leyenda debía tener algo de cierto, se marchó de la ciudad para buscar aquella gran montaña. A su regreso, esta segunda exploradora sorprendió a toda la ciudad al afirmar que la montaña sí que estaba cubierta por una frondosa vegetación, unos árboles enormes y al menos unos pocos cientos de especies de plantas.
Confusa, la gente empezó a incriminarse entre sí. Acusaban al primer explorador de confabular con las ciudades vecinas y pusieron en duda también la integridad de la segunda exploradora. Sin embargo, ambos exploradores decían la verdad: sencillamente, habían visto la montaña desde posiciones distintas.
Como mujer negra de ascendencia africana que trabaja en un mundo de ideas dominado por lo masculino y lo blanco, yo me asemejo a la segunda exploradora que ha recorrido el otro lado de la montaña metafórica. Si pensamos que los conceptos universales de este libro —conocimiento, poder, belleza— representan la montaña, he escrito aquí sobre ellos desde la perspectiva de esa segunda exploradora; en mi caso, se trata de una perspectiva feminista, negra y afrocentrista, en lugar del punto de vista eurocéntrico y patriarcal —al que me referiré en el libro como perspectiva «europatriarcal»— con el que nos hemos acostumbrado a examinar esos conceptos.
No obstante, mi principal motivación para escribir desde un ángulo feminista, negro y afrocentrista no es luchar contra la visión europatriarcal. No tengo como objetivo convencer al primer explorador de que se equivoca respecto a la montaña. Eso lo situaría a él, de nuevo, en el centro del relato. Lo importante para mí es el relato «oculto» de la segunda exploradora: es su mundo el que pretendo colocar en el centro.
Destaco la palabra «oculto» porque El otro lado de la montaña tampoco aspira a ofrecer una perspectiva «nueva» o «alternativa» a la visión europatriarcal. También así situaríamos el centro en la blanquitud y lo masculino, al dejar implícito que ambos elementos son los ejes en torno a los que ha de girar todo lo demás. Mi negritud y mi feminidad no son ángulos «nuevos» ni «alternativos» para mí. Son los únicos ángulos que conozco en lo que respecta a la raza y al género.
Por otro lado, pese a que mi negritud y mi feminidad son cualidades que me llevan a entender intrínsecamente la opresión y el prejuicio, no me colocan de forma automática en una posición de víctima, como tampoco las personas nacidas blancas y varones son todas automáticamente opresoras.
La etnia, el género y la raza son factores fortuitos que, pese a ello, y a causa de los relatos que conforman la sociedad, tienen un gran impacto en cómo vemos el mundo y en cómo este a su vez nos ve.
No cambiaría la posibilidad de entender el modo que tiene la realidad de conectarse a esos relatos por la ilusión de que vivo en un mundo de fantasía daltónico, posfeminista, posracial y meritocrático. Tal y como escribió la insustituible Toni Morrison, en referencia a la ingenuidad que históricamente se ha atribuido a las mujeres blancas por recibir cuidados de mujeres de otras procedencias étnicas: «Las mujeres negras siempre se han considerado a sí mismas superiores a las mujeres blancas, no desde un punto de vista racial, sino solo en términos de su capacidad para funcionar de una manera equilibrada en el mundo».
Lo que Morrison quería decir con esta provocadora afirmación es que, aunque la feminidad negra pueda complicarte más la vida, ser una mujer negra es una bendición, sobre todo porque reduce el riesgo de adoptar una actitud ingenua y ambivalente ante la realidad.
Así pues, lo importante de la visión oculta de la segunda exploradora es que altera el pensamiento unidimensional y contribuye a tener un conocimiento más vibrante del mundo. Las feministas negras siempre hemos subrayado que los discursos feministas han de ser anticapitalistas y antiimperialistas, en vista de que el capitalismo es un sistema que se centra en los beneficios y de que el imperialismo es el medio usado para satisfacer la obsesión con el crecimiento y el beneficio. No tiene sentido «aplastar el patriarcado», como afirman hacer muchas feministas occidentales, sin luchar contra el imperialismo y el capitalismo. Después de todo, en suelo europeo no hay diamantes, ni hay coltán en Estados Unidos. Los recursos que dan solidez a los patriarcados occidentales se obtienen en su mayoría en el Sur global y por medios nada éticos.