Prólogo
Cuenta la leyenda que Crisipo, uno de los filósofos más importantes del estoicismo antiguo, apasionado de la lógica, pero también del humor, murió de un ataque de risa al ver a un asno comerse unos higos, echar unos tragos de vino y, tras ello, tambalearse como un borracho.
En honor a Crisipo y a otros filósofos bienhumorados, este libro trata de rescatar las muestras de humor que nos ha dejado la historia de la filosofía, pero también las bromas de que han sido objeto los filósofos y sus ideas (tal vez burlarse de la filosofía también sea, como dijo Pascal, hacer filosofía).
Muchas de estas bromas y anécdotas fueron reales, pero otras han sido inventadas en algún momento de nuestra tradición cultural y desde entonces es difícil separarlas de la imagen que proyectan los filósofos a los que fueron atribuidas. De todos modos, el autor de este libro no inventa nada (si es que ello es posible) y su aportación se limita a proporcionar, cuando lo cree oportuno, un contexto filosófico a las bromas seleccionadas, permitiéndose, de vez en cuando, alguna que otra licencia en la forma de exponerlas. De la bibliografía utilizada queda constancia en las páginas finales.
Aunque no creo que se pueda decir que ésta sea una obra seria de filosofía, como la que Wittgenstein creía que podía escribirse a base de chistes, lo cierto es que, entre burlas y bromas, este libro ofrece un pequeño repaso a la historia de la filosofía, mostrando en ocasiones la cara cómica de algunas controversias filosóficas, de manera que el libro bien podría haberse titulado Breve historia bufa de la filosofía.
Y eso que, ciertamente, la filosofía no es una disciplina pródiga en humor. A no ser que uno piense, como Bertrand Russell, que «todo acto de inteligencia es un acto de humor». Pero, aunque en filosofía no abunden los Chaplin, los Keaton, los Popoff, ni los Charlie Rivel, tampoco han faltado en su carpa notables familias de humoristas. En la Antigüedad destacaron sobre todo los cínicos y los cirenaicos. Los más famosos fueron Antístenes, Diógenes de Sínope y Crates entre los cínicos, y Aristipo entre los cirenaicos. Todos ellos discípulos traviesos de Sócrates, siendo Diógenes tal vez el más travieso de todos. No en vano, Platón dijo de él que era un «Sócrates enloquecido». Por cierto que, gracias a otro Diógenes, Diógenes Laercio, nos han llegado muchas de las simpáticas anécdotas que la tradición ha atribuido a éstos y a otros filósofos de la Grecia antigua.
Después de ellos, los más dotados para el humor fueron Voltaire en el siglo XVIII , Friedrich Nietzsche en el XIX y Bertrand Russell en el siglo XX . Precisamente uno de ellos, Nietzsche, fue quien escribió que el hombre es el animal que sufre tan intensamente que ha tenido que inventar la risa. Por lo demás, al autor de Así habló Zaratustra le encantaban las bromas: «Yo me cuento a mí mismo tantos chistes idiotas —dijo—, se me ocurren tantas payasadas, que a veces me pongo a reír socarronamente durante media hora en plena calle». Recordemos que en sus últimos días de lucidez se le ocurrían bromas como convocar un congreso ficticio de casas reales europeas, con «una proclama para aniquilar a la casa Hohenzollern, esa raza de criminales e idiotas escarlata».
Seguramente Nietzsche se hubiera podido reír un buen rato con muchas de las bromas que se cuentan en este libro, algunas de las cuales, las referidas a la filosofía antigua, él ya conocía. ¿Y tú, lector, estás dispuesto a reírte con los extravagantes aciertos y los disparates lógicos de estos locos filósofos?
FILOSOFÍA ANTIGUA
D EL MITO AL LOGOS
Según Aristóteles, la filosofía surge de la admiración que los hombres sienten ante el mundo. Es el asombro que experimentamos ante el espectáculo enigmático que despliega el universo lo que nos mueve a filosofar. Pero, como el propio Aristóteles se encargó de indicar, ése es el mismo fondo del que surgen los mitos, y también ellos, al igual que la filosofía, pretenden proporcionar una interpretación coherente de la realidad que otorgue un sentido al mundo.
Sin embargo, mientras que los mitos no pueden dar una explicación de aquello que cuentan, ni pueden dar razón de sí mismos, la filosofía sí está en condiciones (o al menos aspira a estarlo) de justificar racionalmente sus afirmaciones.
Con el tiempo, los mitos fueron sustituidos por otras formas de interpretar la realidad y, aunque al principio convivieron con la filosofía, después fueron desapareciendo hasta ser finalmente arrinconados en nuestras sociedades por el conocimiento de orden científico. De manera que el mito, que originariamente significaba en griego «palabra verdadera», ha acabado siendo sinónimo de algo así como relato inventado o cuento. Como vio Max Weber, el proceso de desencantamiento del mundo es consustancial al desarrollo de las sociedades modernas.
En el siglo XX , Kostas Axelos (un filósofo que intentó conciliar el marxismo con la filosofía de Heidegger) quiso imaginar la paradójica escena en la que los propios personajes de un mito (el de los centauros, quienes según la mitología griega tenían cabeza y tronco de humano, pero extremidades inferiores de caballo) asumen esa experiencia de desencantamiento:
«Dos centauros (padre y madre) observan a su hijo pequeño mientras juguetea en una playa mediterránea. Entonces, el padre se vuelve hacia la madre y le pregunta:
—Y ahora, ¿quién le dice que sólo es un mito?».
L AS DOS GEMELAS
Tales de Mileto, quien pasa por ser el primer filósofo de la historia, y a quien se atribuye haber dicho que todo procede del agua y que ése es el elemento común a todas las cosas, sostenía también que no había verdadera diferencia entre la vida y la muerte. A propósito de esto, alguien le preguntó una vez:
—Y si no hay diferencia, ¿por qué no te mueres?
—Por eso —contestó Tales—, porque no hay diferencia.
S IN PROGENIE , POR COMPASIÓN
—¿Cómo es que no tienes hijos? —le preguntaron a Tales en otra ocasión. Y él contestó:
—Por compasión hacia los niños.
E L DESPISTE DE LOS FILÓSOFOS
Desde el principio, los filósofos tuvieron fama de despistados, tal como sugiere una de las anécdotas más famosas de la historia de la filosofía. Según cuenta Platón en el Teeteto, andaba Tales en cierta ocasión observando los astros cuando fue a caer en un pozo. Una graciosa criada tracia que presenció la escena se burló de él diciéndole:
—¿Qué quieres ver en el cielo si no eres capaz de ver el suelo que pisas?
L A TRANSMIGRACIÓN DE LAS ALMAS
Si hemos de hacer caso de las leyendas, la vida de Pitágoras debió de ser de lo más apasionante. Viajó a Egipto y Babilonia (donde fue discípulo de Zoroastro) y finalmente se estableció en Crotona, en el sur de Italia. Allí fundó una secta, la de los pitagóricos, que le rendía culto como hijo de Apolo. La secta cultivaba el estudio de las matemáticas y se regía por la práctica rigurosa de ciertas reglas, entre las que figuraban algunas más bien extravagantes, como la de no comer habas, la de no orinar de cara al sol o la de no dejar en la cama la huella del cuerpo al levantarse.
Tuvo fama de adivino y de utilizar para sus predicciones el poder de los números, pues, según él, los números son el principio de donde surgen todas las cosas.
Él y sus seguidores, los pitagóricos, defendían la teoría de la transmigración de las almas, según la cual, cuando nuestro cuerpo muere, el alma se encarna en otro cuerpo (que puede ser de un animal o de un vegetal). Sólo cuando el alma ha conseguido purificarse cesa la cadena de transmigraciones y puede volver a morar en el mundo celeste.