Si el pensamiento de Maquiavelo despierta, desde hace varios siglos, un interés tan grande, es porque trata esencialmente de los problemas del poder, y porque todo lo que se relaciona con el poder apasiona no sólo a quienes lo ejercen o sueñan con ejercerlo, sino también a las multitudes. No hay por qué asombrarse, puesto que las condiciones de la existencia de los habitantes de un país dependen de la manera como éste es gobernado.
¿Cuál es la mejor forma de gobierno? ¿Vale más, para la prosperidad del Estado y la dicha de los ciudadanos, que el poder esté en manos de varios, o de uno solo? ¿Qué medios deben emplear los hombres para llegar al poder, para conservarlo y para asegurar la continuidad del Estado?
Maquiavelo no respondió formalmente a estas preguntas, pero constituyen el tema de sus dos principales obras: El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Trató estas cuestiones fundándose en su conocimiento de la historia antigua y con la experiencia que había adquirido en los acontecimientos de su tiempo, durante los años en que desempeñó importantes funciones en la cancillería florentina, y sobre todo, en el curso de sus numerosas misiones en la península y más allá de los Alpes.
Louis Gautier-Vignal
Maquiavelo
Título original: Machiavel
Louis Gautier-Vignal, 1969
Traducción: Juan José Utrilla
Prólogo
EL NOMBRE de Maquiavelo es conocido en el mundo entero, y aun aquellos que no han leído sus libros se valen del término de maquiavelismo para dar a entender una manera de pensar y de actuar que, rechazando todo escrúpulo, se inspira en la astucia y en la perfidia.
Si el pensamiento de Maquiavelo despierta, desde hace varios siglos, un interés tan grande, es porque trata esencialmente de los problemas del poder, y porque todo lo que se relaciona con el poder apasiona no sólo a quienes lo ejercen o sueñan con ejercerlo, sino también a las multitudes. No hay por qué asombrarse, puesto que las condiciones de la existencia de los habitantes de un país dependen de la manera como éste es gobernado.
¿Cuál es la mejor forma de gobierno? ¿Vale más, para la prosperidad del Estado y la dicha de los ciudadanos, que el poder esté en manos de varios, o de uno solo? ¿Qué medios deben emplear los hombres para llegar al poder, para conservarlo y para asegurar la continuidad del Estado?
Maquiavelo no respondió formalmente a estas preguntas, pero constituyen el tema de sus dos principales obras: El príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Trató estas cuestiones fundándose en su conocimiento de la historia antigua y con la experiencia que había adquirido en los acontecimientos de su tiempo, durante los años en que desempeñó importantes funciones en la cancillería florentina, y sobre todo, en el curso de sus numerosas misiones en la península y más allá de los Alpes.
Maquiavelo no teoriza. Indica —ya sea el régimen un principado o una república— los más eficaces medios de gobernar, sin tener en cuenta el derecho ni la moral. El realismo y la audacia de sus preceptos han llamado la atención de todos sus lectores.
Su pensamiento no presenta, como podría creerse, un interés meramente retrospectivo, ya que en ningún país del mundo han encontrado solución definitiva los problemas del poder, que siglo tras siglo siguen siendo esencialmente los mismos. Y aunque los medios de gobierno preconizados por Maquiavelo fueron aplicados mucho antes de él, El príncipe y los Discursos aún pueden ser, para los gobernantes, fuente de reflexión y de inspiración.
Como los hombres reciben tan honda impronta de los acontecimientos de que son testigos, y particularmente de los que afectan las condiciones de su propia existencia —guerras, invasiones, revoluciones, crisis económicas y financieras, desempleo, miseria—, sólo es posible analizar la formación de su espíritu y los móviles de sus actos estudiando de cerca las circunstancias de su existencia.
Maquiavelo es producto de su medio y de su época. Ha sufrido la influencia de lo que ha visto a su alrededor siendo joven, y también de todo lo que ha ocurrido en el plano político y militar mientras él se encontraba en funciones en la cancillería florentina y que, por cierto, constituye la historia de la Europa occidental a principios del siglo XVI.
Si se desea comprender a Maquiavelo y su obra, resulta, pues, necesario estudiar lo que, durante tantos años, era objeto de sus preocupaciones cotidianas, y conviene situarlo en el centro mismo de los acontecimientos en los que tuviera participación directa.
I. En la escuela de la política
DE LOS veintinueve primeros años de la existencia de Maquiavelo, que fueron, para él, «la mitad del camino de la vida», según la expresión de Dante, puesto que vivió cincuenta y ocho, no sabemos casi nada. Sin embargo, conocemos la fecha de su nacimiento (3 de mayo de 1469) y suponemos que pasó en Florencia y en la propiedad de su familia, no lejos de allí, su infancia y su juventud.
Sobre su familia, que era antigua y de origen señorial, estamos bastante bien informados. Los Maquiavelo llegaron en el siglo XIII a establecerse en Florencia (en el barrio de Oltrarno, cerca del Ponte Vecchio), donde desempeñaron numerosos cargos públicos, como el de prior y el de gonfalonero. A diferencia de tantas grandes familias florentinas dedicadas al comercio o a la banca, ellos no se enriquecieron.
El padre de Nicolás Maquiavelo, Bernardo, jurisconsulto y tesorero de la Marca de Ancona, fue un hombre austero. Su madre, Bartolomea de Nelli, de familia antigua y arruinada, era mujer de letras y escribía poesías.
Al parecer, los estudios de Nicolás fueron buenos. Aprendió el griego y llegó a ser buen latinista. En el plano de la inteligencia y la cultura, fue el producto e una ciudad excepcional. Desde hacía dos siglos, Florencia había dado al mundo grandes escritores, innumerables artistas de primera línea, y su genio, en la época del Renacimiento, se manifestaba en todos los dominios.
Durante la juventud de Maquiavelo, la república de Florencia era uno de los seis principales Estados de la península; los otros eran el estado Saboyano-Piamontés, el ducado de Milán, la república de Venecia, el Estado pontificio y el reino de Nápoles. Había en la península muchos otros Estados de menor importancia, que sin embargo desempeñaban un papel político, como la república de Génova, el ducado de Ferrara, el marquesado de Mantua, el ducado de Urbino, y las repúblicas de Siena y de Lucca…
En la segunda mitad del siglo XV, podía verse en Florencia la mayor parte de los monumentos que aún admiramos allí. En las colinas que rodean la ciudad se elevaban ya incontables villas en medio de jardines.
En 1469, año del nacimiento de Maquiavelo, el Estado florentino era una república, mas no una democracia en el sentido que a ésta le damos hoy. Durante largo tiempo, las facciones rivales habían dividido la ciudad: gibelinos y güelfos, Blancos y Negros, partidarios de los Donati y de los Cerchi, de los Albizzi o de los Ricci. Los Médicis se habían elevado poco a poco, poniendo su inmensa fortuna al servicio de su ambición y adulando al pueblo en el cual se apoyaban. Cosme de Médicis había engrandecido el prestigio de la familia al dar su protección a los escritores y a los artistas. Su hijo Pedro era enfermizo y pobre de espíritu. Pero Lorenzo, hijo de Pedro, dotado de una inteligencia superior, supo dirigir con arte los negocios del Estado al mismo tiempo que sus propios asuntos, y se ganó el nombre de «Magnífico» por su habilidad política y por su mecenazgo. Lorenzo ejercía un poder casi absoluto, del que no se quejaba la mayoría de la población, pues había sabido procurar al Estado florentino la paz y la prosperidad.