Presentado a
CON ADMIRACIÓN POR LA GRANDEZA DE LO QUE ESTÁS CONSTRUYENDO, CUANDO SOLO DIOS LO VE
Por
FECHA
Caribe-Betania Editores es un sello de Editorial Caribe, Inc.
© 2005 Editorial Caribe, Inc.
Una subsidiaria de Thomas Nelson, Inc.
Nashville, TN, E.U.A.
www.caribebetania.com
Título en inglés: The Invisible Woman
© 2005 por Nicole Johnson
Publicado por: W Publishing Group
Una división de Thomas Nelson
A menos que se señale lo contrario, todas las citas
bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera 1960
© 1960 Sociedades Bíblicas Unidas en América Latina.
Usadas con permiso.
ISBN 0-88113-296-9
ISBN 978-0-7180-2404-8 (eBook)
Vida cristiana / Vida práctica / Mujeres
Traducción: Carla Dongo Palacios
Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial
de esta obra sin la debida autorización por
escrito de los editores.
Impreso en E.U.A.
Printed in the U.S.A.
Dedicatoria
A MI HERMANA, VANESSA,
LA MUJER INVISIBLE MÁS HERMOSA A LA QUE YO JAMÁS HAYA PODIDO VER.
Índice
C omenzó a suceder gradualmente…
Entraba en una habitación y nadie lo notaba. Le decía a mi familia algo así como: «Por favor, bajen el volumen del televisor». Y nada pasaba. Nadie se levantaba, ni siquiera se movía para tomar el control remoto. Me quedaba allí de pie durante todo un minuto, y luego volvía a decir, alzando un poquito más la voz: «¿Podría alguien bajar el volumen del televisor?» Nada. Finalmente, llena de frustración, iba y lo bajaba yo misma.
Un día estaba caminando con mi hijo Jake a la escuela. Sostenía su mano y estábamos por cruzar la calle cuando el guardia encargado del tránsito peatonal le dijo: «¿Quién es esa persona que está contigo, niño?»
«Nadie», dijo, encogiéndose de hombros.
¿Nadie? El guardia de tránsito peatonal y yo nos reímos. Mi hijo sólo tiene cinco años, pero mientras cruzábamos la calle pensé: Oh, Dios mío, ¿nadie?
Luego comencé a notar este tipo de cosas más y más a menudo, porque ya no sólo tenía que ver con los niños. Estaba en la tienda de comestibles buscando cereales con sabor a fruta. Un empleado de la tienda pasó por mi lado y le dije: «Disculpe, pero, ¿podría…?», y se fue. Caminó de largo por mi lado para ayudar a una mujer que estaba más allá en el pasillo y que estaba teniendo problemas para encontrar azúcar extrafina. Se veía como de 22 años, así que dio la casualidad que ella misma era extrafina. Me quedé sola en mi búsqueda de cereales.
Otra noche, mi esposo y yo estábamos en una fiesta. Llevábamos allí unas tres horas y yo ya estaba lista para partir. Noté que él le estaba hablando a un amigo del trabajo. Así que me acerqué, y cuando hubo una pausa en la conversación, le susurré: «Estoy lista para partir cuando quieras». Él simplemente siguió hablando, y ni siquiera se volvió hacia mí ni tan sólo notó que hubiera alguien parado allí.
Fue allí cuando comencé a atar cabos. No creo que él me pueda ver. No creo que alguien me pueda ver.
Soy invisible.
Todo comenzó a tener sentido, las miradas en blanco, la falta de respuesta, la manera en que alguien entraba en la habitación mientras yo estaba al teléfono y pedía que lo llevara a la tienda. Dentro de mí pensaba: «¿Acaso no puedes ver que estoy al teléfono?» Obviamente no. Nadie puede ver si estoy al teléfono, o cocinando, o barriendo el suelo, o incluso descansando, porque nadie me puede ver en absoluto. Podría pararme de cabeza en la esquina e inevitablemente alguien se preguntaría en voz alta: «¿Está mi camiseta de fútbol limpia?»
Soy invisible.
Cuando sirvo la cena, todos actúan como si ésta simplemente hubiese aparecido de la nada. Los cuatro nos podemos sentar con una comida completa delante de nosotros, y Jake dirá: «Yo no quería leche», como si estuviera hablándole al aire. Es a ese mismo aire al que mi esposo le habla cuando inspecciona la mesa cargada de comida y dice: «No hay mantequilla». He llegado a comprender que esto significa: «No te puedo ver. Ni siquiera me estoy dirigiendo a ti, pero cuando digo que no hay mantequilla, la mujer de la mantequilla se levantará y la traerá».
Y tiene razón. Listo, la mantequilla aparece como por arte de magia, la leche se cambia por jugo, y continuamos con la cena. Nadie da las gracias, porque nadie ve que alguien haya hecho algo.
Los miembros de mi familia no tienen idea de cómo sus medias regresan a sus cajones; de cómo sus gustos favoritos terminan en esa misteriosa bolsa de papel marrón que está junto a la puerta esperando ser recogida cuando van de salida; de quién viene a recogerlos después de la escuela o de por qué el perro no ya no se orina en la alfombra.
Tim, mi hijo adolescente, le hace caso a todos menos a mí. Mi esposo Miguel les habla a otras personas como si estuviera interesado en los detalles de sus vidas y ni siquiera me pregunta cómo fue mi día. Mi hijo que está en el kindergarten quiere jugar, pero mi cuerpo es tan sólo una montaña sobre la cual pasa sus camiones. Soy nadie. En una habitación atestada de gente, nadie me ve a los ojos. En la tienda de comestibles, sólo soy una madre que viste sudaderas como cualquier otra madre, y que busca los cereales con sabor a fruta que estaban rebajados y que ahora se han agotado. En una cena de negocios, tan sólo soy otra esposa como cualquier otra esposa allí, que trataba de encontrar algo bonito que ponerse y está feliz de salir de casa. Soy invisible.
¿Es esto el resultado luego de 17 años de matrimonio y dos hijos?
Me llamo Carla Fisher, ¿pero acaso importa? La mayoría de las veces sólo soy mamá o cariño, la mujer de la mantequilla o el chofer. Algunas veces soy «¿Te importaría?» o «Cuando tengas un minuto…» también paso como: «Ya que estás levantada», o «Ya que de todos modos estás saliendo…».
Ni siquiera el perro me ve. Tenemos una perra sabuesa de casi cuatro años de edad llamada Bonnie. Esto es especialmente difícil porque Bonnie también es invisible en nuestra familia. La hacen a un lado por mejores juguetes, le dan la vuelta por el vecindario y por lo general la pasan por alto desde que perdió su condición de linda cachorrita. Por un tiempo pensé que tal vez habría un acuerdo entre ambas, pero el otro día lo rompió descaradamente. Me miró directamente y se orinó justo sobre la alfombra. Nunca me quitó los ojos de encima mientras lo hacía. ¡La muy descarada!
Al principio no me importaba ser invisible. Pensé que tal vez se trataba tan sólo de una condición temporal, pero cuanto más persistía, tanto más difícil se hacía lidiar con ella. Cuanto más me entregaba a mi familia tanto más invisible me hacía. Era el efecto totalmente opuesto al que estaba acostumbrada. Ya sea en la universidad o en el centro de trabajo, cuanto más me esforzaba, cuanto más daba, tanto mayor era la recompensa que recibía. Me hacía más visible, no menos visible. Pero en mi casa, cuanto más hago, tanto más se da por descontado. Si preparo el desayuno tres días seguidos, nada pasará si no lo preparo el cuarto día. Hay un encogimiento de hombros colectivo en la familia y a nadie parece importarle de un modo o de otro.
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