Los mitos clásicos; las grandes hazañas de dioses, héroes, monstruos y mortales; y el encuentro entre éstos y el destino, no siempre afortunado están en este Cursillo de Mitología, publicado originalmente en El Espectador. Argos, igual a aquel gigante de cien ojos, resuelve, como un oráculo gracioso y sabio a la vez, todos los misterios sobre la antigüedad greco-romana, sin dejar atrás la pícara descripción de las pasiones, los vicios y las virtudes de los dioses, creados a semejanza de los humanos. De esta manera trae a nuestros días las historias de aquella época con un humor inigualable, demostrándonos una vez más que podemos aprender divirtiéndonos.
Argos
Cursillo de Mitología
ePub r1.0
Ninguno23.08.13
Título original: Cursillo de Mitología
Argos, 1983
Diseño de portada: Ninguno
Imagen de portada: Captura de Ancient Greek Punishment
Editor digital: Ninguno
ePub base r1.0
ROBERTO CADAVID MISAS «ARGOS», (Andes, Antioquia, Colombia, 1914 – Medellín, Antioquia, Colombia, 1989). Ingeniero Civil de la Escuela de Minas, profesor universitario y crítico del lenguaje. Conocido con el seudónimo de ARGOS, fue miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. Entre 1985 y 1989, publicó en el periódico El Colombiano de Medellín, su columna La Historia de Antioquia.
Obras publicadas:
Gazaperas gramaticales (1992);
El quijote a lo paisa (1993);
Cursillo de historia de Colombia (1995);
Cursillo de historia sagrada (1995);
Cursillo de mitología; Historia de Antioquia (1996);
Refranes y dichos (1996).
Presentación
Durante muchos años, «La Gazapera» se publicó en el periódico El Espectador. Cada día, con precisión y claridad, y no sin una buena dosis de humor, Roberto Cadavid, conocido por todos sus lectores como Argos, cumplió la función necesarísima de procurar que en el periodismo colombiano no se perdiera el correcto uso del idioma, ni se incurriera en equivocaciones al citar personajes, lugares o acontecimientos. Periodistas, escritores y lectores comunes corregían allí frases contrahechas y construcciones impropias. También en El Espectador, domingo a domingo publicó Argos su Cursillo de Mitología, toda una humanización de los dioses y héroes griegos mediante descripciones de ellos, y sus hazañas hechas con un sabroso lenguaje y risueña malicia.
En su forma primera de columna semanal, el cursillo de Mitología incluía referencias a hechos de la actualidad nacional de ese entonces. Por considerar que perdieron su vigencia, y que su inclusión hoy lejos de aclarar haría confusos algunos apartes para los lectores, se obviaron sin alterar en nada el contenido de la obra.
Que sea Jorge Franco Vélez, gran amigo de Argos, quien rinde homenaje al autor, y dé la bienvenida al lector a este cursillo, del que seguramente saldrá con más conocimientos en su cabeza, y más sonrisa en su corazón.
Para Argos
(El día que parió su libro)
En tu Cursillo de Mitología
eres un genio de la travesura,
lo trágico lo pintas con ternura
y lo tierno con ágil ironía,
dioses griegos en trance de arriería,
Penélopes rajadas en costura,
Midas guayaquileros de la usura,
Cupidos que no tienen puntería;
Edipitos que arreglan con la mama
su complejo filial en una cama,
y Argonautas tras áureo vellocino,
son otros tantos seres fabulosos
que poblaron tus sueños asombrosos
de paisa griego allá en tu risco andino.
Jorge Franco Vélez.
1: Júpiter
Para que no se vayan a imaginar que lo que les voy a contar son invenciones mías, les informo que la sustancia de estos relatos la tomé del delicioso librito Mythology, de Edith Hamilton, del cual no conozco versión española. Fue la señora Hamilton una de las más reconocidas autoridades mundiales en Mitología, estudio al que dedicó toda su larga vida. Con decirles que a los 90 años de edad fue declarada ciudadana honoraria de Atenas.
Empecemos, pues, este cursillo por los dioses mayores, que eran doce. Pero que no se me vayan a dejar venir todos en cargamontón, sino de a uno.
El primero que sale es Zeus, el comandante de todos ellos:
Con este nombre figuraba en la cédula de ciudadanía griega; en la romana, como Júpiter. Él era el que mandaba en el cielo; el que juntaba y arremolinaba las nubes y cuando se enverracaba decía a disparar rayos y centellas (que, entre otras cosas, no sé qué son), y desataba unos lapos de agua que eso parecía la hora llegada. Y seguía lloviendo, agua, Dios, misericordia, hasta que se le quitaba la bejuquera. ¿Y saben con qué? Con una sardina bien querida o como alguna señora ajena, no importaba de quién fuera.
Porque nuestro padre Zeus, para que lo sepáis, mis queridos camaradas machistas, fue el primer promotor, o como quien dice el pionero y decidido impulsor de la liberación masculina. Era la ñera sarda para jugársela a la casinadita de Hera, que era…
—¿Hera que era? Cacofonía…
—No le hace. No me interrumpa. Hera, que era su mujer. La misma a la que los romanos le decían Juno. Ésa sí era la maldita vieja más intransigente y celosa que ustedes se puedan imaginar. Cómo les parece que un vez… Pero ya sonó la campana y tengo que soltarlos a recreo.
En la próxima clase les cuento algunas de las perradas de nuestro padre Zeus, si mi Dios me da vida y salud. Y si no les da pereza a ustedes.
Hasta después, pues.
2: Júpiter
En la última clase empecé a hablarles de Zeus o Júpiter como un dios ya hecho y derecho, que vivía echándole el cuento a toda la que se dejara. Pero, en vista de que han resultado más interesados en este cursillo de lo que yo imaginaba, lo voy a dictar en debida forma, empezando por el principio.
Y el principio de Zeus (y de cualquiera) son los padres. El taita de él era Cronos, que viene a ser el Saturno de los romanos. Era el dios del Tiempo. Con Rea Cibeles, su hermanita, tuvo a Zeus. Porque en ese tiempo como que no le ponían muchas bolas a impedimentos de parentescos y cismatiquerías de esas y le echaban mano a la que estuviera más cerquita.
Pero, cómo les parece que a Cronos le dijeron que uno de sus hijos lo iba a destronar, y entonces, cuando dijo él a llenarle la barriga de huesos a Rea y ella a tener muchachos, hágase de cuenta una paisa sin planificación familiar, el malvado padre desnaturalizado se los iba tragando uno por uno. Y llegó a zamparse hasta cinco; pero cuando Rea tuvo el atraso para el sexto fue a consultar el oráculo, y éste le dijo:
—Hija mía: ese niño que te va a nacer va a ser el dios más importante de todos, pa que te pongás orgullosa. Él va a destronar a ese infame marido tuyo, que te ha hecho perder todas esas preñeces… ¡Será por buenas que son…! ¡Pero ésta sino la vas a perder. Cuando nazca, escóndelo bien escondido del viejo! ¡Cuidadito, pues!
Rea le obedeció al oráculo al pie de la letra, de modo que cuando empezó a sentir las afugias y los retorcijones cogió una piedra larguita y la envolvió en unos trapos y quedó hágase de cuenta un culicagadito recién nacido envuelto en pañales. Y con una sirvienta se lo mandó como desayuno a su adorado esposo, y ella salió a coger, no la cama, como cualquier otra, sino el monte, como las gallinas.