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Alan Badiou - El siglo

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Alan Badiou El siglo
  • Libro:
    El siglo
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2005
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El siglo: resumen, descripción y anotación

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El siglo XX ha sido juzgado y condenado: siglo del terror totalitario, de las ideologías utópicas y criminales, de las ilusiones vacías, de los genocidios, de las falsas vanguardias, de la abstracción como sustituto ubicuo del realismo democrático. No deseo abogar por un acusado que sabe defenderse solo. Tampoco quiero, como Frantz, el héroe de la pieza de Sartre Los secuestrados de Altona, proclamar: «Me eché el siglo al hombro y dije: ¡Responderé por él!». Sólo quiero examinar lo que este siglo maldito, desde el interior de su propio devenir, ha dicho que era. Quiero abrir el legajo del siglo, tal como se constituye en el siglo y no por el lado de los sabios jueces ahítos que pretendemos ser. Para hacerlo, utilizo poemas, fragmentos filosóficos, pensamientos políticos, obras teatrales. Todo un material, que algunos presumen anticuado, a través del cual el siglo declara en pensamientos su vida, su drama, sus creaciones, su pasión. Y veo entonces que a contrapelo de todo el juicio pronunciado, esa pasión, la del siglo XX, no fue en modo alguno la pasión por lo imaginario o las ideologías. Y menos aún una pasión mesiánica. La terrible pasión del siglo XX fue, contra el profetismo del siglo XIX, la pasión de lo real. La cuestión era activar lo Verdadero, aquí y ahora. A. B.

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Alan Badiou

El siglo

Título original: Le siècle

Traducción: Horacio Pons


Dedicatoria

La idea misma de estos textos sólo pudo ocurrírseme gracias a que Natacha Michel, a contrapelo de los anatemas pronunciados sobre las revoluciones y los militantes, y despreciando la anulación de todo ello por los «demócratas» de la actualidad, sentenció un día: «El siglo XX ha sucedido».

La matriz de estas trece clases proviene de un seminario dictado en el Collège international de philosophie durante los ciclos lectivos universitarios de 1998-1999, 1999-2000 y 2000-2001.

Agradezco por lo tanto a la institución, y sobre todo a su presidente de esos años, Jean-Claude Milner, por haberme dado refugio para la exposición pública de estas consideraciones.

Agradezco a los oyentes del seminario, cuyo apoyo colectivo permitió dar sentido a la iniciativa.

Y agradezco, para terminar, a Isabelle Vodoz, cuyas excelentes notas tomadas al calor de las improvisaciones, así como su dactilografía, sirvieron de materia prima para este pequeño libro.


1
Cuestiones de método

21 de octubre de 1998

¿Qué es un siglo? Evoco el prefacio que Jean Genet escribió para su obra Les Nègres [1] . En él, Genet plantea irónicamente la siguiente pregunta: ¿qué es un negro?, para agregar: «Y ante todo, ¿de qué color es?». Yo también tengo ganas de preguntar: ¿cuántos años son un siglo? En este caso se impone la pregunta de Bossuet: [2] «¿Qué son cien años, qué son mil años, cuando un solo instante los borra?». ¿Nos preguntaremos, entonces, cuál es el instante de excepción que borra el siglo XX? ¿La caída del Muro de Berlín? ¿El secuenciamiento del genoma? ¿El lanzamiento del euro?

Aun cuando nos supusiéramos capaces de construir el siglo, de constituirlo como objeto para el pensamiento, ¿se trataría de un objeto filosófico, expuesto a esa voluntad singular que es la voluntad especulativa? ¿El siglo no es ante todo una unidad histórica?

Dejémonos tentar por esa amante del momento, la historia. La historia, ese presunto soporte macizo de toda política. Yo podría decir con toda razonabilidad, por ejemplo: el siglo comienza con la guerra de 1914-1918, guerra que incluye la revolución de octubre de 1917, y termina con el derrumbe de la URSS y el final de la Guerra Fría. Es el pequeño siglo (75 años), fuertemente unificado. El siglo soviético, en suma. Lo construimos por medio de parámetros históricos y políticos completamente reconocibles y clásicos: la guerra y la revolución. Guerra y revolución reciben aquí el calificativo de «mundiales». El siglo se articula en torno de dos guerras mundiales, por un lado, y del origen, el despliegue y el hundimiento de la llamada empresa «comunista» como empresa planetaria, por el otro.

Otros, en verdad, igualmente obsesionados por la historia o por lo que denominan «la memoria», cuentan el siglo de manera muy distinta. Y puedo seguirlos sin dificultad. Esta vez, el siglo es el lugar de acontecimientos tan apocalípticos, tan espantosos, que la única categoría apropiada para decretar su unidad es el crimen. Crímenes del comunismo stalinista y crímenes nazis. En el corazón del siglo, entonces, está el Crimen que da la medida de todos los crímenes, el exterminio de los judíos de Europa. El siglo es un siglo maldito. Para pensarlo, los principales parámetros son los campos de exterminio, las cámaras de gas, las masacres, la tortura, el crimen estatal organizado. El número interviene como calificación intrínseca, porque la categoría de crimen, por estar ligada al Estado, designa la masacre masiva. El balance del siglo plantea de inmediato la cuestión del recuento de los muertos. [3] ¿Por qué esa voluntad contable? Ocurre que el juicio ético sólo encuentra aquí su real en el exceso aplastante del crimen, la cuenta de las víctimas por millones. El recuento es el punto en que la dimensión industrial de la muerte se cruza con la necesidad del juicio. Es lo real que suponemos en el imperativo moral. La conjunción de ese real y el crimen de Estado lleva un nombre: este siglo es el siglo totalitario.

Notemos que es aún más breve que el siglo «comunista». Comienza en 1917 con Lenin (algunos lo harían comenzar de buena gana en 1793, con Robespierre, pero en ese caso sería demasiado extenso), [4] alcanza su cenit en 1937 por el lado de Stalin y en 1942-1945 por el lado de Hitler, y culmina en sus aspectos esenciales en 1976, con la muerte de Mao Tsé Tung. Dura, por ende, unos sesenta años. Eso, si ignoramos a algunos supervivientes exóticos, como Fidel Castro, o ciertos resurgimientos diabólicos y descentrados, como el islamismo «fanático».

Sin embargo, para quien pase con frialdad por encima de ese pequeño siglo en su furor mortífero, o para quien lo transforme en memoria o conmemoración contrita, sigue siendo posible pensar históricamente nuestra época a partir de su resultado. En definitiva, el siglo XX será el siglo del triunfo del capitalismo y el mercado mundial. Por fin, al enterrar las patologías de la voluntad desatada, la correlación bienaventurada del Mercado sin restricciones y de la Democracia sin orillas habría instaurado el sentido del siglo como pacificación o sabiduría de la mediocridad. El siglo expresaría la victoria de la economía, en todos los sentidos del término: el Capital, como economía de las pasiones irrazonables del pensamiento. Es el siglo liberal. Este siglo en que el parlamentarismo y su soporte abren la vía regia de las ideas minúsculas es el más corto de todos. Iniciado a lo sumo luego de la década de 1970 (últimos años de exaltación revolucionaria), dura treinta años. Siglo feliz, se dice. Siglo parvo.

¿Cómo meditar filosóficamente sobre todo esto? ¿Qué decir, según el concepto, acerca del entrecruzamiento del siglo totalitario, el siglo soviético y el siglo liberal? La elección de un tipo de unidad objetiva o histórica (la epopeya comunista, el mal radical, la democracia triunfante…) no puede sernos de utilidad inmediata. Pues para nosotros, filósofos, la cuestión no es qué pasó en el siglo, sino qué se pensó. ¿Qué pensaron los hombres de este siglo que no fuera el mero desarrollo de un pensamiento anterior? ¿Cuáles son los pensamientos no transmitidos? ¿Qué se pensó que antes fuera impensado y hasta impensable?

El método será el siguiente: tomar de la producción del siglo algunos documentos, algunas huellas que indiquen cómo se pensó el siglo a sí mismo. Y más precisamente, cómo pensó su pensamiento, cómo identificó la singularidad pensante de su relación con la historicidad de su pensamiento.

Para ilustrar este aspecto metodológico, permítanme plantear la pregunta hoy provocadora y hasta prohibida, que es ésta: ¿cuál era el pensamiento de los nazis? ¿Qué pensaban? Hay una manera de volver siempre de manera generalizada a lo que hicieron (se propusieron exterminar a los judíos de Europa en las cámaras de gas) que impide absolutamente todo acceso a aquello que, al hacerlo, pensaban o creían pensar. Ahora bien, el hecho de no pensar lo que pensaban los nazis impide también pensar lo que hacían y, en consecuencia, veda toda política real de prohibición del retorno de ese accionar. Mientras no se lo piense, el pensamiento nazi permanecerá entre nosotros impensado y, por consiguiente, indestructible.

Cuando se dice con ligereza que lo que hicieron los nazis (el exterminio) es del orden de lo impensable o lo inabordable, se olvida un punto capital: que lo pensaron y lo abordaron con el mayor de los cuidados y la más grande de las determinaciones.

Decir que el nazismo no es un pensamiento o, en términos más generales, que la barbarie no piensa, equivale de hecho a poner en práctica un procedimiento solapado de absolución. Se trata de una de las formas del «pensamiento único» actual, que es en realidad la promoción de una política única. La política es un pensamiento, la barbarie no es un pensamiento: por lo tanto, ninguna política es bárbara. Este silogismo no apunta sino a disimular la barbarie —evidente, sin embargo— del capital-parlamentarismo que hoy nos determina. Para salir de ese disimulo es preciso sostener, en y por el testimonio del siglo, que el nazismo mismo es una política, es un pensamiento.

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