El espectacular viaje alrededor del mundo que Magallanes emprendió en el siglo XVI fue una odisea de tres años llena de violencia, sexo e increíbles aventuras. Partió de Sevilla en 1519 al mando de una flota de cinco barcos y doscientos tripulantes en busca de una ruta hacia las islas de las especias. Tres años después regresaba a Sevilla un solo barco, repleto de especias y tripulado sólo por dieciocho hombres demacrados y exhaustos.
Esos hombres contaron una historia extraordinaria de sufrimiento, maravillas, plagas, peligro y muerte, pues el propio Magallanes había encontrado su fin en una violenta escaramuza con unos nativos. Sin embargo, su gesta ha pasado a la historia como uno de los viajes de exploración más importantes que jamás ha emprendido la humanidad.
Magallanes. Hasta los confines de la Tierra
¡Oh sueño de felicidad! ¿Es de verdad
esta que veo la torre del faro?
¿Es ésta la colina? ¿Es ésta la iglesia?
¿Es éste mi propio país?
El 6 de septiembre de 1522 apareció por el horizonte, frente a Sanlúcar de Barrameda, una nave desvencijada.
A medida que la embarcación se acercaba, quienes se habían congregado junto a la orilla repararon en el lamentable estado del barco. El velamen estaba hecho jirones que daban gualdrapazos con la brisa, los aparejos estaban podridos, el sol había descolorido la pintura y los costados del casco estaban desconchados. En seguida enviaron a un práctico para ayudar a la nave a sortear los arrecifes y conducirla hasta el puerto. Los tripulantes del práctico se vieron frente a la pesadilla de todo marino: a bordo del barco que guiaban hasta el puerto iban tan sólo dieciocho tripulantes y tres prisioneros, todos ellos en un estado de desnutrición patente. La mayoría estaban tan débiles que no podían ponerse en pie ni hablar. Tenían la lengua inflamada y el cuerpo cubierto de dolorosos diviesos. El capitán había muerto, al igual que los oficiales, los contramaestres, los pilotos y casi todos los demás tripulantes.
El práctico fue guiando gradualmente a la destartalada nave más allá de los obstáculos naturales que protegían el puerto y, la nave, la Victoria fue surcando lentamente los suaves meandros del Guadalquivir hasta Sevilla, la ciudad de la que había partido tres años antes. Nadie sabía qué había sido de ella desde entonces, y su aparición fue toda una sorpresa para quienes gustaban de otear el horizonte y seguir la arribada de las naos. La Victoria era un barco misterioso y los rostros demacrados que asomaban en cubierta guardaban los oscuros secretos de su larga travesía hacia tierras desconocidas. A pesar de las penalidades soportadas durante el viaje, la Victoria y su diezmada tripulación habían logrado lo que ninguna otra expedición había conseguido nunca. Tras navegar rumbo oeste hasta llegar a Oriente y seguir luego en la misma dirección, habían hecho realidad un sueño tan antiguo como la imaginación humana: dar la vuelta al mundo.
Tres años antes, la Victoria había formado parte de una flotilla de cinco naves con una dotación total de 260 hombres, bajo mando de Fernando de Magallanes, un noble navegante portugués, que había abandonado su tierra para navegar al servicio de España, con una patente para explorar partes del mundo desconocidas y reivindicarlas para la corona española. La expedición que dirigió fue una de las más numerosas y mejor equipadas de la Era de los Descubrimientos. Pero de aquella flota no quedaba ahora más que la Victoria y su destrozada tripulación superviviente; una nave espectral torturada por el recuerdo de más de doscientos hombres que ya no vivían. Muchos tuvieron una muerte espantosa; unos, enfermos de escorbuto; otros perecieron torturados o ahogados. Magallanes había sido brutalmente asesinado y, ahora, la Victoria no era una nave que proclamase un triunfo, sino la viva imagen de la desolación y de la angustia.
Y, sin embargo, ¡qué historia más extraordinaria contaban los supervivientes! Una historia de motines, de orgías en lejanas playas, y de la exploración de todo el globo. Una odisea que cambió el rumbo de la historia y nuestro modo de ver el mundo. En la Era de los Descubrimientos, muchas expediciones terminaron en desastre y no tardaron en ser olvidadas. Pero aquella expedición, a pesar de las desgracias que se cebaron en ella, se convirtió en el viaje marítimo más importante de todos los tiempos.
La primera circunnavegación del planeta modificó las ideas del mundo occidental acerca de la geografía y de la cosmología, es decir, del estudio del universo y del lugar que ocupamos en él. Entre otras cosas, demostró que la Tierra es redonda; que las Américas no formaban parte de la India sino que formaban un continente distinto; y que los océanos cubrían la mayor parte de la superficie del globo. El viaje demostró de manera concluyente que la Tierra era, al fin y al cabo, un solo mundo. Pero también que era un mundo de conflictos continuos, tanto a causa de las fuerzas de la naturaleza como de los hombres. El precio de estos descubrimientos en vidas humanas y sufrimientos fue mayor del que nadie pudo imaginar al comienzo de la expedición. Los tripulantes que arribaron a Sanlúcar habían sobrevivido a una expedición que les llevó hasta los últimos confines de la Tierra y a los más oscuros recovecos del alma humana.
Autor
LAURENCE BERGREEN (Nueva York, 1950) es un historiador y biógrafo, graduado en Harvard, trabajó en varios medios de comunicación antes de publicar su primera biografía James Agee: a life. Ha escrito también las biografías de Irving Berlin, Al Capone, y Louis Armstrong. Ha escrito obras de tema histórico como Voyage to Mars: NASA’s search for life beyond Earth (2000) y Over the Edge of the World, (Magallanes. Hasta los confines de la tierra) (2003). Su biografía Marco Polo: From Venice to Xanadu (Marco Polo: de Venecia a Xanadu) (2007) ha sido llevada al cine. Su trabajo más reciente es Columbus: The Four Voyages (2011).
Bergreen ha colaborado en The New York Times, Los Angeles Times, The Wall Street Journal, Chicago Tribune, Newsweek y Esquire. Ha sido profesor en The New Scholl en New York y da frecuentemente conferencias y symposiums en diversas universidades.
Agradecimientos
Suzanne Gluck, mi agente literaria, me aportó una ayuda valiosísima durante todos y cada uno de los pasos del desarrollo de este libro. Ha sido todo un privilegio poder contar con su criterio y su inteligencia. En William Morrow me siento muy en deuda con mi editor, Henry Ferris, por su excelente trabajo y porque nunca dejó de creer en este libro. Le estoy también agradecido a Trish Grader por su entusiasmo y sus consejos, y querría hacer extensivo mi agradecimiento a Juliette Shapland y Sarah Durand. En HarperCollins UK debo darle las gracias a Val Hudson, cuyas contribuciones editoriales y amistad valoro en mucho, así como a Arabella Pike por todo su apoyo.