Magallanes y Elcano. “Primus circumdediste me” (tal como tuvo que suceder)
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Magallanes Y Elcano.
“ Primus
circumdediste me”
(Tal como tuvo que suceder)
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Ricardo Alonso Cabellos.
Historia cimentada en las narraciones y relatos emitidos por:
Antonio Pigafetta, cronista oficial de la misma expedición, en que fue integrante destacado de ella.
Ginés de Mafra, piloto de la “Trinidad”, quien aficionado a las letras, también comentó todas las vicisitudes experimentadas durante el viaje efectuado por tantos hombres que partieron en busca de aventuras desconocidas, ignorando a qué se iban a exponer y qué iban a encontrarse, donde la mayoría de los que partieron se fueron quedando por el camino.
Gonzalo Fernández de Oviedo Valdés, cronista de Indias, que relató como desarrollaban los nativos el juego de pelota.
Antonio de Brito, capitán general portugués de la zona de Oriente, que también supo describir los hechos acontecidos en aquella zona de las Indias Orientales.
CAPITULO I
A l joven Fernäo le costaba dificultad poder seguir los pasos largos y rápidos del estirado mayordomo, y si a eso se añadía que el hombre era alto y espigado, le obligaba a ir corriendo tras él, para llevar su ritmo y no perderse en el laberinto de salas y pasillos del palacio real de Lisboa.
–Vamos, vamos –le apremiaba el fámulo–. Más aprisa, más aprisa.
El zagal se azacanó por acelerar sus andares, a fin de no rezagarse. Sudaba y se sentía cohibido; nunca se había visto con anterioridad en lugar más egregio.
–Vamos, vamos –le volvió a acuciar el otro–. Doña Leonor te quiere conocer.
Doña Leonor era la reina, esposa del monarca Juan II, de Portugal.
Juan II, apodado el "Príncipe Perfecto", hijo de Alfonso V y sobrino-nieto de don Enrique "el Navegante". Había actuado como regente durante ausencias de su padre en los años 1475 y 1477. Ya en el trono, limitó el poder de la aristocracia y aplacó severamente a los nobles que se le oponían, llegando a ajusticiar a uno de ellos con sus propias manos. En el transcurso de su reinado, la costa occidental de África fue explorada por los navegantes portugueses: Diogo Cam dio con la desembocadura del río Congo, y Bartoloméu Dias con dos bajeles sobrepasó el cabo del extremo sur del hemisferio, al que apodó con el nombre de Cabo de las Tormentas, a causa del mal tiempo que en ese transcurso de la travesía le acompañó, mas el rey no estimó apropiado el nombre designado y lo conmutó por el de Buena Esperanza. En 1484 y asesorado por una junta, negó su apoyo a Colón. Otrora, mediante el Tratado de Tordesillas, en 1494, Portugal y la Corona de Castilla solventaron sus pretensiones coloniales, repartiéndose la conquista del mundo no cristiano.
Los dos personajes del principio desembocaron en una gran sala, cubiertas sus paredes de tapices y los suelos de alfombras procedentes de los exóticos países de Oriente, traídos expresamente de los reinos de Catai y Cipango.
Al fondo de la amplia estancia, en un pedestal de tres escalones y sentada en una butaca con el respaldo y asiento repujados en terciopelo y cuero curtido de vaca, se encumbraba la dama, que a Fernäo se le figuró una diosa escapada del Olimpo; jamás había visto a alguien con tal belleza y distinción. Mientras varias doncellas le proporcionaban un suave aire confortante con descomunales abanicos de plumas de pavo real. Ella semejaba dormitar en esos instantes y apenas prestó atención a quienes acudían.
Al llegar a sus pies, el mayordomo hizo una profunda reverencia y obligó al chico a imitarle. Ambos se hincaron de rodillas ante la egregia mujer, con las palmas de las manos en el suelo y la cabeza apoyada por la frente en el tapiz.
–Señora –dijo el hombre, manteniendo la misma postura y sujetando a su acompañante con la mano en el hombro, a fin de que no se irguiera antes de tiempo, cansado de permanecer tanto en esa incómoda postura–, éste es el muchacho recomendado como paje para vos.
La suntuosa dama aparentó salir un poco del ostracismo y aburrimiento en que estaba sumida. Bostezó, levantó la cabeza y clavó los ojos en Fernäo, en actitud inquisidora.
–A ver, a ver –dijo, desde su nivel superior y privilegiado, denotando interés–. Levántate. Que te mire bien.
Fernäo no atinaba ahora a ponerse en pie, del nerviosismo que le embargaba. Hubo de ser el otro quien le ayudase a izarse; él por último se pudo alzar ante la reina, tembloroso.
Con un ademán con la mano, doña Leonor le insinuó que se girara sobre sí, para revistarle más minuciosamente. El aludido no la comprendió. Tuvo que ser otra vez el mayordomo quien le diera una vuelta en redondo, ante la tenue sonrisa de ella, al ver el azoramiento del pequeño.
–¿Qué opináis, mi señora? ¿Os parece bien?
–¡Psch...! Tiene buena planta, pero se le nota a la legua estar muy verde. Habrá de pasar primeramente por la escuela de pajes, si queremos que llegue a ser uno bueno.
–Lo que vos digáis, señora –asintió el lacayo.
–¿Cuál es tu nombre, zagal? –le preguntó directamente doña Leonor.
–Fer... Fernäo, Fernäo Magalhäes.
Fernäo Magalhäes había nacido en el año 1480 en la ciudad de Sabrosa, provincia de Tras-os-Montes, siendo hijo de un hidalgo portugués venido a menos.
Desde entonces y con el visto bueno de la reina, el joven Magalhäes alternó el aprendizaje en la escuela de pajes y navegantes y las funciones en el palacio.
Fernäo, sin tener todavía noción alguna de los albures de la vida, solamente se afanaba en atender solícito a su reina, y se mostraba conmovido al estar junto a tipos principales, pues no era raro ver ostentarse por los salones palaciegos cantidad de protagonistas sobresalientes de la sociedad, cultura, astronomía y marinería.
Por eso, al escuchar al rey de verborrea con aquel marino únicamente once años mayor que él, de nombre Vasco de Gama, le sedujo desde el primer momento. Aunque éste era todavía muy joven, al contar sólo con veintitantos años, se codeaba con los cosmógrafos más significativos de la época, y no hacían otra cosa que dialogar de los problemas de la navegación y las trayectorias que se podrían seguir para llegar a nuevos territorios allende los mares.
Aunque Portugal siempre fue una nación a la vanguardia de las conquistas marinas, actualmente estaban verdaderamente disgustados y el fundamento se cifraba en que a un marino de nombre Cristóbal Colón se le había ocurrido elaborar unos proyectos avariciosos y andar el camino por occidente hacia las Indias Orientales, el país de las Especias, tan solicitadas y valiosas para aliñar los comestibles.
Al tal Cristóbal Colón desde edad muy temprana le fustigó la fiebre de surcar los mares. A los 15 años ejerció de grumete, primero, luego como marinero y ya tuvo gobierno en barco desde los 20 años. Esto le valió para recorrer las aguas del Mediterráneo, al servicio de las más pujantes firmas mercantiles genovesas. En este apartado, aún terció en los enfrentamientos de Renato de Anjou y el rey de Aragón, Juan II, por enseñorearse con la corona de Nápoles.
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