De espíritus y fantasmas
Ensayos sobre magia y teoría de la sensibilidad en el Renacimiento
Ernesto Priani Saisó
De espíritus y fantasmas
edĕre
Autoría
Ernesto Priani Saisó
Para Adriana
Presentación
Hace mucho tiempo que la filosofía olvidó —como si se tratase de un viejo arte ya superado gracias a las argucias de la modernidad— el uso de una de las facultades que el viejo Aristóteles había encontrado en el alma humana. En la parte concupiscible o sensible de esa alma, el Estagirita halló la fantasía. Siglos más tarde, otros filósofos como Marsilio Ficino y Giordano Bruno, entre otros, habrían de reencontrarse con esta facultad única. Mientras tanto, la fantasía ya había sido traducida al latín, convirtiéndose, en lo que a vocablos respecta, en la imaginación; había sido a veces confundida con esa nueva imaginatio; y, finalmente, había sido desvinculada del nuevo término, engendrado por ella misma. El periplo de la fantasía de la Antigúedad clásica al Renacimiento es, a su vez, la carta geográfica de los ensayos que contiene este volumen.
Pero poco o nada nuevo nos diría un recuento de las etapas evolutivas de la fantasía. Por ello, los ensayos que siguen no son sólo una historia de esta facultad humana, sino, más allá de esto, la recuperación de un pensamiento de frontera, el viaje hacia una encrucijada entre los senderos abiertos por el Renacimiento y los caminos vetados por la modernidad, la inmersión en la delgada línea que, en gran parte del pensamiento occidental, divide el cuerpo del alma, el valor de la virtud, la belleza y el amor del bien. En esta encrucijada se encuentran, como narran las antiguas leyendas, los espíritus y fantasmas de aquellos olvidados por los vivos. Este libro es, entonces, un recordatorio para el pensamiento filosófico actual, una invitación a rememorar aquello que, como filósofos, hemos olvidado.
Cada ensayo de este volumen es autónomo, aborda un solo tema y lo hace desde una sola perspectiva. Y, sin embargo, cada ensayo se sitúa, a su manera, en esa línea fronteriza que Ficino redujo —retomando el pensamiento de Lucrecio— a una frase elíptica y magistral: «casi cuerpo, casi alma». Pues, para el filósofo florentino, como para muchos de sus contemporáneos, la fantasía y la imaginación no serían posibles sin el intermedio de unos mensajeros peculiares: los spiriti, que son casi alma, casi cuerpo. El espíritu, ese conjunto de pequeños corpúsculos que no son del todo materiales ni del todo etéreos, conforman, para el Renacimiento, la parte sensible del alma que media entre lo físico y lo anímico, entre el puro pensamiento y la funciones fisiológicas más básicas. En efecto, el espíritu ordena e interviene en cada idea, en cada acción, en cada pasión humana porque él es guardián de las puertas entre lo sensible y lo inteligible, porque él se encarga de llevar, como por magia, el cuerpo al pensamiento y el alma a la carne.
¿Cómo dejar, entonces, en el olvido al espíritu y a la fantasía si en ellos se condensa la ambigiedad y, al propio tiempo, la mayor virtud de la naturaleza humana? La magia y la teoría de la sensibilidad del Renacimiento son recordadas aquí, traidas al presente en este volumen con una intención clara: abrir nuevas vías para el pensamiento filosófico —particularmente para la ética— libres de las ataduras contemporáneas. Y no hay nada mejor que buscar en un pasado tan exuberante como el Renacimiento —ahí donde confluyen Marsilio Ficino y Francois Rabelais, Giordano Bruno y Hermes Trismegisto, Raimundo Llull y Dionisio Acropagita— para sacudirse un presente que, en ciertos aspectos, parece corto de vista.
Así, los ensayos que se ofrecen a la lectura quieren traer al presente la olvidada facultad de la fantasía y a sus mensajeros, los espíritus. Con ellos y en ellos, el lector sabrá acerca de la influencia de los astros en la vida contemplativa de los hombres, acerca del mal de ojo y el enamoramiento, de la belleza como virtud, del ejercicio creativo de la sexualidad y hasta de una afortunada digestión mediada por la adecuada administración del espíritu. De la idea al proceso orgánico o viceversa, los textos aquí reunidos conforman una breve y sugerente narración de las aventuras de la fantasía y, sobre todo, un puntilloso cuestionamiento de la manera en que concebimos, hoy, la naturaleza y la acción humanas, tan alejadas ya de la fantasia, del cuerpo, del espíritu y la magia.
Los editores
Preámbulo. Una inquietud y una alternativa
Nada deja al azar aquel que posee todas las cosas y quiere todo lo que posee.
Corpus Hermeticum
El Imperio romano fue siempre un cruce de caminos, un inagotable circular de personas de las más distintas razas y religiones en una Babel de límites inmensos. Es ahí donde quiero comenzar la historia de una inquietud y una alternativa, pues es en ese espacio y en ese tiempo donde aparece una forma de interrogarse que, a la postre, será la base a partir de la cual ciertos hombres buscarán respuestas dentro de ellos mismos, entendiéndose como cópula entre dos realidades distintas: la que constituye el mundo físico y material, y la que conforma ese otro plano de la existencia humana que es lo inteligible, aquello que sólo el entendimiento aprehende.
Quiero seguir desde el origen el camino que esos hombres trazaron entonces, pues es justo con ellos como podremos arribar finalmente a la idea renacentista de espíritu, una realidad intermedia entre lo físico y lo inteligible, en la que el Renacimiento colocó la capacidad de sentir, imaginar, recordar y fantasear. Me interesa hacer este recorrido porque sobre la noción de espíritu aquellos hombres construyeron una ética que encuentra sus raíces en la condición anfibia del hombre y que se aleja, por ello mismo, tanto de la mera descripción psicológica de las costumbres como de los afanes sistemáticos que buscan fundarla sólo en el plano de lo inteligible.
Pero antes de llegar a esa idea, que recorre todo este libro, brotando aquí y allá, es necesario caminar despacio, remontarnos varios siglos y partir, si no de la fuente misma, sí del punto en que los caminos concurren en el Imperio romano para dar nacimiento a tres cuestiones clave sin las cuales el espíritu sería poca cosa: la concepción anfibia de la naturaleza humana, entre la inteligencia y el cuerpo; el hallazgo de la interioridad del hombre como cópula de dos realidades a las que pertenece simultáneamente; y la capacidad de autotransformación del hombre, producto de su inquietud interna y, al mismo tiempo puerta hacia el bien.
Para rastrear estas tres cuestiones, tomaré como punto de partida lo que sostienen algunos historiadores en el sentido de que al término de la expansión del Imperio romano se produce un cambio significativo en la concepción que el individuo tiene de sí mismo. El hombre, antes parte de una empresa común con otros hombres —la del Imperio— se encuentra de pronto solo ante su destino, pues la paz de Roma no significó quietud para el alma sino, por el contrario, una fuerte y violenta agitación. Algunas de las peticiones que se conservan de los oráculos así lo demuestran. Se trata de interrogantes que todavía hoy se hacen en la penumbra de un tarot o en la afable conversación con una amigo: ¿renunciaré?, ¿seré senador?, ¿me beneficiaré esta temporada?, ¿me abandonará mi mujer?
La filosofía y la religión son, en ese momento, los instrumentos para buscar sosiego en el alma, tanto como lo son hoy el ejercicio, los calmantes o una sesión semanal con el psicoanalista. A partir del año 100, como señala el historiador Paul Veyne, los dioses adquirieron la función «de gobernar, aconsejar y proteger a sus fieles, a fin de
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