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Carlos Gil Andrés - 50 cosas que hay que saber sobre historia de España

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Carlos Gil Andrés 50 cosas que hay que saber sobre historia de España
  • Libro:
    50 cosas que hay que saber sobre historia de España
  • Autor:
  • Editor:
    Ariel
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  • Año:
    2019
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50 cosas que hay que saber sobre historia de España: resumen, descripción y anotación

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Nuestros orígenes

Desde los registros fósiles de Atapuerca hasta las pinturas rupestres de Altamira la península Ibérica constituye un escenario privilegiado para estudiar y conocer el Paleolítico, la primera etapa de la prehistoria. Andar erguidos, fabricar instrumentos, dominar el fuego, desarrollar el lenguaje, representar el mundo. Empezar a ser como somos.

Cronología

1.200.000 BP Mandíbula de homínido en Atapuerca 800.000 BP Restos del Homo antecessor, Atapuerca 300.000 BP Fósiles de la Sima de los Huesos, Atapuerca 150.000 BP Dominio del fuego 120.000 BP Hombre de Neandertal 40.000 BP Presencia de Homo sapiens 35.000 BP Primeras pinturas rupestres en la cordillera Cantábrica 30.000 BP Últimos neandertales en la península Ibérica 20.000 BP Aparición del propulsor para la caza 15.000 BP Sala de los Bisontes, Altamira 11.000 BP El arco y la flecha 10.000 BP Holoceno. Final de la última glaciación

El 8 de julio de 1994 los arqueólogos del equipo de investigación de Atapuerca no podían contener sus gritos de alegría. Habían encontrado un diente humano en un estrato del yacimiento de la Gran Dolina con una antigüedad de al menos 800.000 años antes del presente (BP). Al primer resto le siguieron muchos más fósiles, algunos con indicios de prácticas de canibalismo, todos ellos con una peculiar morfología que dio lugar a la definición de una nueva especie de homínido, el Homo antecessor. Otro gran descubrimiento llegó en 2008 con el hallazgo en la Cueva de la Sima del Elefante de una mandíbula humana de más de 1.200.000 años de antigüedad, asociada a útiles de sílex rudimentarios. Tenemos más de un millón de años de historia que contar.

La hominización Los fósiles más antiguos de la Sierra de Atapuerca no constituyen un punto de partida sino un jalón más en el larguísimo proceso de la hominización. Un lento y complejo camino que no es, como se suponía, una vía recta que une nuestros orígenes con el presente sino algo mucho más parecido a un árbol de muchas ramas. Los orígenes se encuentran en África, hace cinco o seis millones de años, cuando nos separamos de los chimpancés y los gorilas para adoptar la postura erguida, el bipedalismo. Es razonable suponer que nuestros primeros antepasados tenían características muy similares al Ardipithecus ramidus o al Australopithecus anamensis, que vivieron hace más de 4 millones de años, o al Australopithecus afarensis y al Australopithecus africanus, con registros fósiles de 3 millones de años. Lo que parece más seguro es nuestra vinculación con los restos de Homo habilis hallados en el este del continente africano, asociados a las primeras herramientas líticas, con fechas entre 2,5 y 1,5 millones de años. Piedras talladas con tosquedad pero que evidencian el aumento del cerebro, el inicio del pensamiento abstracto y cooperativo, el cambio de la alimentación, con la introducción de la carne y las grasas de animales, y una mayor complejidad social. El desarrollo de estos homínidos está ligado a un gran cambio climático, a la reducción de las selvas lluviosas y la expansión de ecosistemas abiertos, una capacidad de adaptación al medio que prepara el terreno para la expansión geográfica hacia otros continentes.

Ese papel parece que fue desempeñado por otra especie posterior, el Homo ergaster, con fósiles datados entre 1,8 y 1 millón de años, aproximadamente. Se trata del primer antepasado al que podríamos mirar cara a cara, con una envergadura similar a la nuestra, un mayor volumen cerebral y la habilidad para fabricar herramientas más elaboradas. Su aparición casi coincide con el inicio del Pleistoceno, la primera división de nuestra era cuaternaria. La Tierra se enfrió progresivamente y aparecieron las glaciaciones, con períodos intermedios más suaves. Y grupos pequeños de seres humanos se expandieron, gracias a su capacidad de adaptación al medio, hasta el extremo oriental de Asia. Y también hacia el occidente europeo.

El tiempo de la piedra tallada

El estudio de los útiles de piedra usados por los grupos humanos del Paleolítico tiene un valor extraordinario porque permite conocer su modo de vida, la relación con el medio y los cambios y continuidades culturales. Una compleja cadena tecnológica que la literatura de divulgación científica ha intentado simplificar definiendo cinco «modos» o conjuntos de técnicas e instrumentos. En el Paleolítico inferior encontramos el Modo 1 (Olduvayense), de choppers y lascas (2.000.000-800.000 años BP), y el Modo 2 (Achelense), de hachas de mano bifaciales (800.000-300.000); en el Paleolítico medio el Modo 3 (Musteriense), de útiles sobre lascas procedentes de núcleos preparados (130.000-35.000); en el Paleolítico superior el Modo 4 (Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense), con producción de láminas especializadas y un gran número de útiles de hueso (35.000-10.000); y, finalmente, en el Mesolítico el Modo 5, herramientas diversas compuestas de elementos microlíticos (10.000-8.000).

Cazadores-recolectores Es el momento de la montaña caliza de Atapuerca, un yacimiento único en el mundo con un registro paleontológico y arqueológico que comprende un millón de años. Desde los primeros restos del Homo antecessor hasta la extraordinaria colección de fósiles de la Sima de los Huesos allí se hallaron más de 30 individuos pertenecientes a la especie Homo heidelbergensis, datados hace 300.000 años, quizá la primera manifestación de un rito funerario. Representan a la población biológica que ocupó Europa durante varios cientos de miles de años. Pequeñas bandas de cazadores y recolectores de vegetales, con contactos culturales y genéticos, que se desplazaban de manera estacional en busca de recursos para intentar asegurar una supervivencia difícil, con una esperanza media de vida que no alcanzaba los 30 años de edad.

La extensión de los glaciares por el continente contribuyó a la evolución aislada de estos primitivos europeos, a la aparición, hace 120.000 años, del Homo neanderthalensis. Los robustos neandertales nos han dejado huellas de los hogares donde dominaron el fuego, de su habilidad para tallar la piedra y el hueso, de sus prácticas de enterramiento con evidencias de ritual funerario y del inicio de un comportamiento simbólico capaz de una comunicación a través del lenguaje. Aun así, y pesar de su adaptación a las necesidades de la caza y el frío, no sobrevivieron.

Cromañones Los que sí lo hicieron pertenecen a otra especie, la nuestra, el hombre de Cro-Magnon, Homo sapiens sapiens, nacida en África hace 200.000-150.000 años. Somos emigrantes africanos que nos asomamos al continente europeo a través de Oriente Próximo y llegamos hasta los Pirineos hace unos 40.000 años. Los sapiens eran más ligeros y gráciles, con una mayor capacidad de adaptación a medios cambiantes gracias a una tecnología superior (auriñaciense), el uso especializado de materiales de origen animal (asta, hueso y marfil) y el desarrollo de nuevas armas de caza, como el propulsor.

Desarrollaron el aparato fonador, que permitió la riqueza de nuestro lenguaje articulado; el gusto por los adornos personales y los objetos decorativos, y las primeras manifestaciones artísticas, representaciones en piezas pequeñas transportables (arte mueble), y grabados y pinturas en las paredes de abrigos y cuevas (arte rupestre o parietal). El arte del Paleolítico superior encuentra en la península Ibérica un lugar privilegiado, con más de un centenar de cuevas que conservan restos valiosos, las más importantes situadas en la franja cantábrica. Las primeras representaciones, según trabajos de datación recientes, se producen hace 35.000 años. Las pinturas más famosas, las de la sala de los Bisontes de Altamira, en Santillana del Mar, fueron pintadas hace menos de 15.000 años, en medio del paisaje desolador de la última glaciación, el final del reinado de los mamuts y los osos de las cavernas. Son «santuarios» enigmáticos, escenarios mágicos que admiramos sin comprender porque no conocemos su código, las claves simbólicas que desentrañan su significado. Pero sin duda servían para explicar el mundo.

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