El editor económico del prestigioso Daily Telegraph, Edmund Conway, nos presenta y aclara las ideas básicas de la economía en 50 pequeños ensayos claros y atractivos. Empezando por los más básicos, como «la mano invisible» de Adam Smith y concluyendo con las últimas investigaciones sobre economía, salud y felicidad, el autor nos orienta sobre temas esenciales para entender cómo funciona realmente el mundo económico. A través de ejemplos tomados de la vida real y comentarios de reputados economistas, 50 cosas que hay que saber sobre economía ofrece una visión fascinante de todo el panorama económico y cómo éste influye en nuestras vidas, desde la compra de una casa, el precio del petróleo o el pago de impuestos.
Edmund Conway
50 cosas que hay que saber sobre economía
ePub r1.0
Banshee31.12.13
Título original: 50 Economics Ideas You Really Need to Know
Edmund Conway, 2009
Traducción: Luis Noriega
Editor digital: Banshee
ePub base r1.0
EDMUND CONWAY. Es editor de economía de Sky News, el servicio de noticias 24h de televisión emitido por Sky Television. Es un antiguo corresponsal del periódico Daily Mail y editor económico del Daily Telegraph y el Sunday Telegraph.
Conway se unió a Sky News en agosto de 2011 como primer editor económico para cubrir la crisis financiera y la Gran Recesión, así como la crisis del euro. Entre sus muchos entrevistados está la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, el Canciller del Exchequer (agencia tributaria británica), George Osborne, y el gobernador del Banco de Inglaterra, Sir Mervyn King.
Introducción
« Una [materia] triste, árida y, de hecho, bastante vil y penosa, a la que podríamos llamar, a título honorífico, la ciencia lúgubre. »
Esta descripción de la economía de Thomas Carlyle se remonta a 1849, pero, para bien o para mal, ha calado. Es difícil que esto resulte sorprendente. La economía es una disciplina que, por lo general, pasa desapercibida hasta que las cosas van mal. Sólo entonces, cuando una economía se enfrenta a una crisis y miles de personas pierden su trabajo o los precios suben demasiado o caen demasiado deprisa, tendemos a prestarle atención. Y en esos momentos sin duda alguna parece bastante funesta, en especial cuando insiste en los retos y las restricciones que tenemos que asumir, pues nos recuerda que la realidad es que no podemos tener todo lo que queremos y que los seres humanos somos criaturas inherentemente imperfectas.
La verdad, he de añadir, como suelen hacer los economistas, es muchísimo menos sencilla. Si la economía fuera simplemente un estudio de cifras, estadísticas y teorías, entonces la analogía de la ciencia lúgubre quizá podría mantenerse. Pero la economía es, en su esencia misma, el estudio de las personas. Es una indagación de cómo la gente triunfa, de qué la hace feliz o contenta, de cómo la humanidad ha logrado a lo largo de generaciones hacerse más saludable y próspera de lo que nunca había sido.
La economía examina lo que impulsa a los seres humanos a hacer lo que hacen, y observa cómo reaccionan cuando se enfrentan a la dificultad o al éxito. Investiga las elecciones que la gente hace cuando tiene un conjunto limitado de opciones y cómo sopesa los pros y contras de cada una. Es un estudio que integra historia, política y psicología y, sí, una ecuación extraña, o dos. Si la tarea de la historia es decirnos qué errores cometimos en el pasado, corresponde a la economía averiguar cómo podemos hacer las cosas de forma diferente la próxima vez.
Si logra ese cometido es otra cuestión. En el momento en que este libro se imprimía, el mundo lidiaba con una de las mayores crisis financieras de la historia, después de que los mercados internacionales se vieran superados por el efecto acumulado de unos créditos que tardarían décadas en pagarse. Algunos de los bancos más grandes y antiguos del mundo se derrumbaron, y comerciantes y fabricantes quebraron. Esta crisis tenía muchos aspectos novedosos: involucraba nuevos instrumentos financieros de gran complejidad, por ejemplo, y se producía en un contexto económico inédito, pues por primera vez desde el final de la guerra fría la posición de Estados Unidos como superpotencia mundial resultaba cuestionada. Sin embargo, en el fondo era muy similar a muchas de las crisis del pasado. Si podemos cometer los mismos errores una y otra vez, se quejaba la gente, ¿qué sentido tiene la economía?
La respuesta es muy sencilla. El conocimiento que hemos adquirido a lo largo de los siglos sobre la mejor forma de manejar nuestras economías nos ha hecho más ricos, más saludables y más longevos de lo que nuestros antepasados podían imaginar. Esto no es en absoluto gratuito. Basta mirar a los países del África subsahariana y de ciertas partes de Asia, donde las personas siguen viviendo en las mismas condiciones en que lo hacían los europeos en la Edad Media, para comprobar que nuestra prosperidad no está en absoluto garantizada. Lo cierto, sin embargo, es que es extremadamente frágil, pese a lo cual, como ocurre siempre con las cuestiones económicas, damos estos logros por sentados y tendemos a centrarnos en el aspecto lúgubre de las cosas.
Así es la naturaleza humana. Muchos libros de economía intentan disipar esas ilusiones. No obstante, ésa es una labor algo desesperada y, para ser sincero, muy alejada de mi estilo. El objetivo de este libro es sencillamente explicar cómo funciona la economía. El secreto oculto de la economía es que en realidad no es para nada complicada: ¿por qué debería serlo? Es el estudio de la humanidad, y como tal sus ideas son con frecuencia poco más que sentido común.
Por otro lado, este libro no ha sido escrito para ser leído como una exposición continua: cada una de estas cincuenta ideas debería poder leerse de forma independiente, aunque he resaltado aquellas partes en las que podría ser útil remitirse a otro capítulo.
Lo que espero es que para cuando haya leído la mayor parte de los capítulos, sea capaz de pensar un poco más como lo hacen los economistas: planteando preguntas inquisitivas acerca de por qué actuamos como lo hacemos; rechazando la sabiduría convencional; entendiendo que incluso las cosas más sencillas de la vida son más complejas de lo que parecen (y, debido a ello, también más hermosas).
Esta introducción es un ejemplo práctico. Lo más normal es que un autor incluya en ella los agradecimientos a todas aquellas personas que contribuyeron al resultado final. Pero ¿por dónde empezar? ¿Debo empezar por agradecer a los propietarios de los bosques donde se talaron los árboles empleados para hacer el papel en el que está impreso? ¿O a los trabajadores de la fábrica que produce la tinta utilizada en sus páginas? ¿O a los operarios de las máquinas con las que se encuadernó? Como tantas cosas en este mundo interconectado en el que vivimos, millones de personas desempeñaron algún papel en la creación de este libro, desde los editores e impresores del producto que tiene en tencia mundial resultaba cuestionada. Sin embargo, en el fondo era muy similar a muchas de las crisis del pasado. Si podemos cometer los mismos errores una y otra vez, se quejaba la gente, ¿qué sentido tiene la economía? Sus manos, hasta las empresas de transporte que lo trasladaron hasta la librería en donde lo adquirió.
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