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Ben Dupré - 50 cosas que hay que saber sobre filosofía

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Ben Dupré 50 cosas que hay que saber sobre filosofía
  • Libro:
    50 cosas que hay que saber sobre filosofía
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2017
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50 cosas que hay que saber sobre filosofía: resumen, descripción y anotación

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Con frecuencia se ha considerado a la filosofía como la disciplina académica - photo 1

Con frecuencia se ha considerado a la filosofía como la disciplina académica por antonomasia, con sus practicantes firmemente enclaustrados en sus torres de marfil, al margen de los problemas de la vida real. Nada más lejos de la realidad, el pensamiento filosófico se ocupa de los asuntos que importan. Para decidir qué deberíamos hacer, en vez de qué podemos hacer, tenemos que recurrir a la filosofía. Para aprender a vivir, para saber de justicia, de lenguaje, de estética, de realidad e irrealidad, para gozar, para amar, tenemos que recurrir a la filosofía.

En esta colección de 50 ensayos escritos de un modo tan accesible como lúcido, Ben Dupré nos presenta y nos explica todos estos conceptos que han merecido la atención de los pensadores, desde Antigua Grecia hasta el presente.

Ben Dupré 50 cosas que hay que saber sobre filosofía 50 cosas - 0 ePub r11 - photo 2

Ben Dupré

50 cosas que hay que saber sobre filosofía

50 cosas - 0

ePub r1.1

Banshee 26.08.17

Título original: 50 philosophy ideas you really need to know

Ben Dupré, 2007

Traducción: Elisenda Julibert

Editor digital: Banshee

Corrección de erratas: Un_Tal_Lucas

ePub base r1.2

Introducción Durante la mayor parte de su dilatada historia la filosofía ha - photo 3

Introducción

Durante la mayor parte de su dilatada historia la filosofía ha contado con un número considerable de individuos peligrosos provistos de ideas peligrosas. A causa de sus ideas presuntamente subversivas, Descartes, Spinoza, Hume y Rousseau, por nombrar sólo a unos pocos autores, fueron amenazados con la excomunión, o forzados a aplazar la publicación de sus obras, o privados de las promociones profesionales, u obligados a exiliarse. Y al más notable de todos los filósofos, el ciudadano ateniense Sócrates, lo consideraron una influencia tan nociva que decidieron ejecutarlo. No hay muchos filósofos en la actualidad a los que se ejecute por sus ideas, lo cual es una lástima (en cuanto que indica hasta qué punto el sentido del peligro se ha ido desvaneciendo).

En la actualidad, la filosofía se considera la disciplina académica por antonomasia, con sus practicantes firmemente enclaustrados en sus torres de marfil, al margen de los problemas de la vida real. Pero la caricatura se encuentra lejos de la verdad en muchos sentidos. Los problemas de la filosofía son siempre profundos y a menudo difíciles, pero también importan. La ciencia, por ejemplo, tiene la capacidad de llenar el mercado con toda clase de golosinas, desde los niños de diseño hasta la comida modificada genéticamente, pero por desgracia no nos proporciona —y no puede hacerlo— el manual de instrucciones. Para decidir qué deberíamos hacer, en vez de qué podemos hacer, tenemos que recurrir a la filosofía. A veces, a los filósofos los mueve el placer de escucharse exprimiéndose el cerebro (e incluso puede resultar entretenido escucharles), pero por lo general aportan claridad y comprensión a asuntos que nos incumben a todos. Estos asuntos son precisamente los que este libro pretende reunir y explorar.

Tradicionalmente los autores suelen atribuir la mayor parte del mérito a los otros y se acusan de la mayor parte de los errores a sí mismos; tal vez sea una tradición, pero es un tanto ilógico (pues el mérito y los errores deberían darse la mano), y por lo tanto es una práctica difícilmente encomiable en un libro sobre filosofía. Así pues, con el mismo espíritu de P. G. Wodehouse al dedicar The Heart of a Goof a su hija, «sin cuya infatigable simpatía y estímulo hubiera terminado [el] libro en la mitad de tiempo», me complace por lo menos compartir el mérito con otros. En particular me alegra atribuírselo a mi jovial y trabajador editor, Keith Mansfield, por todas las cronologías y por las muchas citas bibliográficas que ha aportado. También me gustaría agradecer a mi editor en Quercus, Richard Milbank, su constante confianza y apoyo. Y mi mayor agradecimiento se lo debo a mi mujer, Geraldine, y a mis hijas, Sophie y Lydia, sin cuya infatigable simpatía…

El cerebro en una cubeta

Imaginad que un científico diabólico hubiera sometido a un experimento a un ser humano. Se habría extraído del cuerpo el cerebro de la persona y colocado en un recipiente con nutrientes que mantendría con vida el cerebro.

Las terminaciones nerviosas estarían conectadas a una computadora super científica capaz de provocar en la persona la ilusión de que todo es completamente normal. Parecería haber gente, objetos, el cielo, etc.; pero en realidad todo lo que la persona experimentaría sería el resultado de impulsos que van desde la computadora hasta las terminaciones nerviosas.

¿Se trata de una pesadilla de ciencia ficción? Tal vez, pero eso es exactamente lo que diríamos si fuéramos un cerebro metido en una cubeta. Si nuestro cerebro estuviera en un recipiente en vez de en el cráneo, cada una de nuestras experiencias sería exactamente igual que si hubiéramos vivido en un cuerpo real inmerso en el mundo real. El mundo circundante —esta silla, el libro que sostenéis con las manos, y las propias manos— forma parte de la ilusión, la poderosísima computadora del científico introduce en vuestros cerebros los pensamientos y las sensaciones.

Probablemente no creáis ser un cerebro flotando en una cubeta. Es posible que la mayoría de los filósofos no crean ser cerebros en cubetas. Pero no se trata de que lo creamos sino tan sólo de admitir que no es posible tener la certeza de que no lo somos. El problema es que, si realmente somos un cerebro en una cubeta (simplemente no podemos descartar la posibilidad), todas las cosas que creemos conocer del mundo serían falsas. La mera posibilidad parece minar nuestras pretensiones de conocimiento acerca del mundo exterior. ¿Existe alguna forma de escapar de la cubeta?

Cronología

Los orígenes de la cubeta El clásico y elocuente relato moderno del cerebro en - photo 4

Los orígenes de la cubeta El clásico y elocuente relato moderno del «cerebro en una cubeta» lo urdió el filósofo norteamericano Hilary Putnam en su libro Razón, verdad e historia (1981), pero el germen de la idea se remonta mucho más atrás. El experimento mental de Putnam actualiza una historia de terror del siglo XVII (el genio maligno —malin génie—, convocado por el filósofo francés René Descartes en sus Meditaciones de 1641). El propósito de Descartes consistía en edificar el conocimiento humano sobre fundamentos inquebrantables, para lo cual adoptó la «duda metódica» (desechaba cualquier creencia susceptible del menor grado de incertidumbre). Tras señalar el carácter engañoso de nuestros sentidos y la confusión propia de los sueños, Descartes llevó su «duda» hasta el límite:

«Debo suponer… que algún genio maligno inmensamente poderoso y astuto ha dedicado todas sus energías a engañarme. Debo pensar que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las formas, los sonidos y todas las cosas externas son meras ilusiones oníricas que este genio ha inventado para cautivar mi juicio». Entre los escombros de sus antiguas creencias y opiniones, Descartes vislumbra un solo punto de certeza —el cogito— en el que fundar de un modo (aparentemente) seguro la reconstrucción que se ha propuesto como tarea (véase ).

Desgraciadamente para Putnam y Descartes, aunque ambos están haciendo de abogado del diablo —al adoptar posiciones escépticas para frustrar el escepticismo—, a algunos filósofos les ha impresionado más su habilidad para plantear el atolladero del escepticismo que sus posteriores tentativas para salir de él. Apelando a su propia teoría causal del significado, Putnam intenta mostrar que la escena del cerebro en una cubeta es incoherente, pero a lo sumo parece conseguir mostrar que de hecho un cerebro en una cubeta no podría expresar el pensamiento de ser un cerebro en una cubeta. Efectivamente, demuestra que el estado de ser un cerebro envasado es invisible e indescifrable para el espíritu, pero no está claro que esta victoria semántica (si lo es) consiga resolver el problema relativo al conocimiento.

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