A las diez horas del día 14 de marzo de 1936, José Antonio Primo de Rivera fue arrestado en Madrid bajo la acusación de posesión ilícita de armas, e ingresó al día siguiente, de noche, en la antigua celda de Largo Caballero en la cárcel Modelo de la misma ciudad. El 5 de junio fue trasladado a la prisión de Alicante, donde permaneció hasta su ejecución el 20 de noviembre.
Tras el gran éxito de La pasión de José Antonio, y cuando todo o casi todo se creía contado sobre las circunstancias de su muerte, José María Zavala vuelve a sorprendernos ahora con otro arsenal de documentos inéditos.
Sin abandonar el ritmo trepidante de un thriller ni el rigor habitual de su información, ofrece en estas páginas datos novedosos y relevantes localizados en los «expedientes perdidos» de los que participaron en la muerte de José Antonio: desde el juez que lo «juzgó» hasta el miserable que estampó luego su firma en la orden de ejecución, pasando por el director de la cárcel de Alicante o los miembros dle pelotón de fusilamiento que segaron su vida en el patio de aquella prisión.
José María Zavala
Las últimas horas de José Antonio
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Titivillus 15.05.15
Título original: Las últimas horas de José Antonio
José María Zavala, 2015
Editor digital: Titivillus
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A Paloma, mi mujer, sobrina nieta de Ortega y Gasset y «joseantoniana» del alma
JOSÉ MARÍA ZAVALA es un conocido periodista y escritor español, nacido en Madrid, en 1962. En sus más de veinte años de experiencia profesional ha sido jefe de información del suplemento económico del diario El Mundo, responsable de la información financiera y de comunicación del mismo periódico, redactor del diario económico Expansión y subdirector de la revista Capital, promovida por el grupo alemán Bertelsmann.
Ha colaborado en proyectos editoriales para El Mundo, La Razón, en la revista La Aventura de la Historia y en el semanario Alba; también interviene en Intereconomía Televisión, y en programas especiales en TVE, Antena 3 y Tele 5.
Es autor de una treintena de libros, entre los que sobresale su trilogía sobre la Guerra Civil prologada por el hispanista Stanley George Payne, La infanta republicana, La maldición de los Borbones y Bastardos y Borbones. También ha publicado El Borbón non grato, la única biografía del duque de Cádiz, y Don Jaime, el trágico Borbón, sobre el duque de Segovia, a los que se suma El Borbón de cristal, la primera biografía del príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battenberg, prologada por Luis María Anson. Otras obras suyas son El patrimonio de los Borbones, Las mentiras de ZP y Padre Pío: los milagros desconocidos del santo de los estigmas. A este título se suman La reina de oros, La doble vida de María Cristina de Borbón, la biografía de la cuarta esposa de Fernando VII y madre de Isabel II; y Las apariciones de El Escorial. Una investigación. Su La pasión de José Antonio supone una aportación fundamental al lado más humano del fundador de la Falange en el 75 Aniversario de su muerte, con documentos inéditos sobre los pormenores de su fusilamiento, los intentos de rescate de la cárcel de Alicante y los amores silenciados.
Otras obras publicadas son: Así se vence al demonio y Los secretos del rey.
1. EL ÓRDAGO
«[José Alonso Mallol, director general de Seguridad] quería vigilar tan concienzudamente nuestro traslado, que enviaba su propio coche».
MIGUEL PRIMO DE RIVERA
–E ste hombre es un miserable —sentenció, con mezcla de rabia e impotencia, José Antonio Primo de Rivera.
Poco antes, el Hispano-Suiza blanco, lustroso, del director general de Seguridad, José Alonso Mallol, se había detenido en el arcén de la carretera que conducía hasta Alicante.
El automóvil, de carrocería y cristales blindados, con seis ocupantes a bordo, había abandonado dos horas antes el patio de la cárcel Modelo de Madrid para enfilar luego la carretera general de Andalucía en dirección a Ocaña, donde debía tomar la desviación de Albacete. Al salir a la calle, se le incorporó como escolta un turismo con siete guardias de Asalto armados hasta los dientes con mosquetones y munición.
Eran alrededor de las veinte horas del 5 de junio de 1936.
«La noche era agradable y fresca», recordaba Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, en su diario mecanografiado sin fechar, conservado hoy en la denominada «Carpeta de tío Miguel» que su sobrino, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, me permitió consultar amablemente en su casa de Madrid, con motivo de mi opúsculo sobre la maleta de José Antonio, a finales de 2011.
La decisión de ceder el flamante automóvil para que los hermanos Primo de Rivera viajasen hasta Alicante no era precisamente un acto generoso ni benevolente de Alonso Mallol, sino que, como explicaba el propio Miguel, aquel «quería vigilar tan concienzudamente nuestro traslado, que enviaba su propio coche».
Para respirar mejor la atmósfera casi de plenilunio en la Moncloa, sentado en uno de los baquets delanteros junto a la ventana, Miguel bajó con dificultad el espeso cristal blindado, pues, para colmo, iba maniatado.
José Antonio y él permanecían custodiados por dos policías, uno de los cuales indicó al hermano menor que lo subiera para mayor seguridad hasta que saliesen de la ciudad. Miguel obedeció, resignado. Necesitaba ensanchar los pulmones, aunque fuera con el aire viciado de la capital, tras treinta y seis días de reclusión en su caso.
José Antonio y él se contentaron así con escrutar a través de las ventanas, asombrados en parte, el animado espectáculo de la ciudad, añorando sin duda la vida extramuros de la prisión.
El viaje hasta Ocaña, en la provincia de Toledo, a unos setenta kilómetros de Madrid, transcurrió casi en silencio. Alrededor de dos horas interminables, durante las cuales José Antonio maquinaba mentalmente el plan que podía salvarles la vida, advirtiendo de ello discretamente a su hermano con un ligero codazo.
De vez en cuando, los policías miraban hacia atrás para comprobar si el vehículo de escolta les seguía a prudencial distancia.
Entre tanto, el chófer de confianza de Alonso Mallol cruzaba palabras inaudibles con un comisario de la Dirección General de Seguridad sentado a su derecha; ambos permanecían separados de los cuatro pasajeros restantes por una mampara de cristal situada en el mismo epicentro del habitáculo interior.
Fue entonces cuando un viejo truco sirvió para romper definitivamente el hielo, al dejar atrás la población de Ocaña: con el pretexto de fumarse un cigarrillo, Miguel hizo ademán de impotencia para ver si le desataban. Para su sorpresa, los agentes accedieron finalmente con cierta amabilidad y, aunque José Antonio tampoco probó esta vez el tabaco, encendieron los tres restantes sus pitillos, entablándose la primera conversación que muy pronto derivó en un vibrante monólogo del fundador de la Falange que pudo cambiar el destino de la historia de España.