José Antonio Bru - 1898: El año del desastre
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- Libro:1898: El año del desastre
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- Editor:Ediciones JC Clementine / Digitalia
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1898: El año del desastre: resumen, descripción y anotación
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Análisis de la sociedad española durante un siglo y medio, y de los movimientos político-sociales existentes en Europa.
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F OTOS DE PORTADA :
El acorazado Maine,
antes y después del accidente en aguas cubanas
D ISEÑO DE CUBIERTA :
Laura Moreno
Desde la Paz de Westfalia al reinado de Carlos IV.
Contraste de la sociedad cervantina
con la existente a principios del siglo XX
L A idea España fue creada por el carácter y las peculiaridades de unas personas que a lo largo del tiempo, prácticamente durante toda la Edad Media, fueron forjando con sus esfuerzos e ilusiones, con sus fracasos y alegrías, un proyecto de convivencia común dentro de un ámbito geográfico. Los Reyes Católicos aglutinaron costumbres, ideales y creencias de las gentes que vivían en ese espacio y sancionaron el Estado español. En ese momento los pueblos que lo conformaron estaban situados en un primer plano, tanto por su cultura como por cualquier otra cualidad anímica.
Desde esas fechas hasta el final del primer tercio del siglo XX la mayoría de los habitantes de España, y por tanto del pueblo español, tuvieron un grave retroceso en su forma de vivir y comportarse, hecho que se hizo más patente debido al avance logrado por otros pueblos de Europa occidental.
Este largo camino recorrido en el tiempo lo podemos dividir en tres etapas. La primera abarca desde los Reyes Católicos a la Paz de Westfalia del año 1648; en ella el pueblo español conserva las cualidades que poseía a principios del siglo XVI : son tiempos cervantinos. La segunda va desde esa fecha al reinado de Carlos IV; en ella el pueblo español sufre un claro deterioro, que se convierte en franco derrumbe social. En la tercera etapa, espacio de tiempo transcurrido entre 1788 y 1931, casi siglo y medio, justo el tiempo abarcado por «cinco generaciones perdidas».
Durante los últimos siglos del Medievo las diversas comunidades existentes dentro de los límites geográficos de la actual nación española impusieron sistemáticamente su fe y cultura en regiones europeas próximas; más tarde, durante el siglo XVI , ejercieron esa misma labor en otras zonas de Europa y ultramar. Ciudades como Toledo, Córdoba, Granada, Salamanca, Barcelona, amén de otras, fueron durante muchas décadas, e incluso siglos, modelos de cultura y urbanismo en la Baja Edad Media. En estas ciudades se compaginaba el estudio, el arte, el comercio y facetas tan distintas que iban desde la medicina a la forja de armas.
A finales del siglo XV las distintas regiones, o reinos, que iban a constituir España destacaban en Europa por sus sociedades, avanzadas en el desarrollo político, con sus consecuentes libertades, y en el plano cultural. Los Reyes Católicos crearon un nuevo estilo de nación, unificando los reinos, las instituciones rectoras y los proyectos, pero sin centralizar los órganos del Poder, tampoco geográficamente, y sin modificar las básicas peculiaridades políticas de cada reino.
Pero a la muerte de Fernando, sus descendientes Habsburgos, Carlos I y Felipe II, llevaron a cabo una fuerte centralización política y administrativa, apoyándose, el primero de ellos, en servicios realizados por extranjeros. Carlos I, para conseguir sus propósitos, tanto en el ámbito interior como en política exterior, tuvo que vencer, en auténticas guerras civiles, la resistencia de los pueblos de los dos poderosos reinos existentes en España antes de su unificación: Castilla y Aragón.
Las Comunidades de Castilla, o comuneros, y en Valencia y Baleares las colectividades conocidas como germanías, se sublevaron contra Carlos I y sus disposiciones, en el comienzo de su reinado. Las victorias obtenidas por el rey en perjuicio de los sublevados y, en el siguiente reinado, la injusta e ignominiosa decapitación de Juan de Lanuza (último Justicia de Aragón, al suprimir Felipe II los fueros aragoneses) fueron claves para las decrecientes libertades de los pueblos de Castilla y de la antigua Corona de Aragón.
Castilla, con la derrota de los comuneros, sufrió un gran golpe político, pero esas fechas significaron, además, el inicio de la pérdida de la identidad de sus gentes, proceso que lentamente se consumaría debido al centralismo impuesto por los reyes Habsburgos y Borbones. Como muy bien expresó Sánchez-Albornoz: «Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla».
Catalanes y valencianos en su práctica totalidad, y el resto de los pueblos de la Corona de Aragón en menor medida, optaron, a la muerte de Carlos II, por los derechos del archiduque Carlos Habsburgo a la corona española. Tras ser derrotados, junto a las tropas austriacas, perdieron sus instituciones autonómicas por decisión del pretendiente vencedor: Felipe, duque de Anjou y primer rey Borbón de España con el nombre de Felipe V, victorioso gracias a los ejércitos de su abuelo Luis XIV y a la sinrazón de la validez otorgada al cambio de testamento «deseado» por un moribundo Carlos II, dado a conocer en el mismo día de su muerte por el cardenal Portocarrero, personaje clave en el trueque sucesorio. La frase pronunciada por Luis XIV, al conocer el nuevo texto («Ya no hay Pirineos»), no supuso el levantamiento efectivo del telón echado por Felipe IV y sí, en cambio, el paso, por primera vez en la historia moderna, de gentes armadas a su través y el punto de partida de una nueva guerra que asoló al pueblo español.
Los dos primeros reyes Habsburgo y el primer Borbón acabaron, en España, con las avanzadas libertades políticas de las «comunidades históricas», cristianas, que más se habían esforzado, durante la Edad Media, en conseguir un nivel social, económico y cultural suficiente para distinguirse en España y sobresalir en Europa.
* * * *
En la primera etapa a considerar, siglo XVI y primera mitad del XVII, la sociedad española continuaba con el carácter heredado de años anteriores, significándose por su cultura y el gran esfuerzo que desarrolló para cumplir con las metas propuestas por las instituciones que detentaban el Poder, es decir, la Monarquía y la Iglesia. Ampliar los dominios y llevar, o mantener, en ellos la fe católica y la cultura era el objetivo principal de los gobernantes españoles.
A partir del reinado de los Reyes Católicos se fue haciendo patente la inadecuada evolución de la sociedad española, al ir reduciéndose paulatinamente el porcentaje de individuos que constituían la clase media, todo lo contrario de lo que sucedió en Europa occidental, llegando a su máximo deterioro a principios del siglo XX . Se puede explicar esta reducción por varias razones. El motivo original fue la expulsión de un significativo número de profesionales y comerciantes, en la España de los Reyes Católicos, que no profesaban la fe católica. Después llegó una segunda fase en la que el desarrollo imparable de las clases aristocrática, religiosa y militar, constituyendo una clase elitista, no dejó lugar al florecimiento de la clase media y, por tanto, fue descendiendo continuamente el número de profesionales, industriales, comerciantes e incluso artistas. Concluido ese largo proceso, que duró trescientos años, el elevado peso de las clases elitistas resquebrajó toda la estructura social española, derrumbándose al ser insuficiente el pilar maestro de la clase media y, además, dejar de fluir trabajos y dineros provenientes de la América continental. Este derrumbe se produjo en el plazo de cinco largas generaciones, en él las clases inferiores sintieron toda la intensidad de la caída hundiéndose aún más.
Hubo que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX para que, con un continuo proceso de formación de la necesaria clase media, España tuviese una estructura social lógica para así poder homologarse, a final de siglo, con los países de Europa occidental.
Pasado un siglo desde las expulsiones de ciudadanos por motivos de religión, y con las normas político-religioso-sociales puestas en marcha por los Reyes Católicos y continuadas con rigor por los primeros Habsburgos españoles, existe en España una sociedad, aún avanzada y culta, pero que ya comienza a padecer el rigor de los poderes que la llevarían a la total decadencia. Miguel de Cervantes describe muy bien esta situación en «El Quijote»: «[…] quien quisiere valer y ser rico, siga, o a la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en su casa». Cervantes también lo expresa de una forma más escueta: «Iglesia, o mar, o casa real» o «más vale migaja de rey, que merced de señor».
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