© Ediciones Siruela, S. A., 2019
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Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
Prólogo
La extrañeza ante lo cotidiano
Esta edición reúne todos los cuentos de Carmen Martín Gaite desde su primera juventud hasta los últimos años de su vida. Los cuentos juveniles publicados en la revista universitaria de Salamanca, Trabajos y Días, nos informan de las preocupaciones existenciales y tanteos formales de la primera fase de la obra de Carmen Martín Gaite, antes de entrar en contacto con el grupo de prosistas de Revista Española. Los últimos relatos nos confirman la libertad imaginativa y la capacidad de experimentación de quien ya había consolidado su trayectoria literaria con un doble reconocimiento de público y de premios.
Las ediciones anteriores de sus Cuentos completos —tanto en Alianza (1978) como en Anagrama (1994)— ofrecían una idea muy parcial de su producción cuentística, ya que en ellas Martín Gaite recogió los cuentos que formaron parte de Las ataduras (1960) y de la tercera edición aumentada de El balneario (1977). Después llegarían «El castillo de las tres murallas» (1981), «El pastel del diablo» (1985) y la variedad de registros estilísticos de sus últimos cuentos, entre los que incluyo los dos cuentos de Navidad (1996-1997) y una pieza maestra, «El otoño de Poughkeepsie» (2002), a la que denomino «un cuento autobiográfico», siguiendo la acertada propuesta de quien fue su primera editora, Maria Vittoria Calvi.
El pensamiento narrativo de Carmen Martín Gaite huyó de la enconada tendencia de la preceptiva literaria a segregar netamente unos géneros de otros. Puedo citar llamativos ejemplos hasta en la elección de sus títulos, como el poema que cierra la tercera edición de A rachas, «Todo es un cuento roto en Nueva York», o la confluencia entre cuento y teatro en la edición para Anagrama de sus Cuentos completos y un monólogo (1994), en la que incluyó junto a sus relatos de Las ataduras y El balneario la pieza teatral «A palo seco». El lector de este volumen podrá comprobar su uso teatral del diálogo y del escenario dentro de sus relatos que se convierten en ocasiones en una auténtica puesta en escena, o la convergencia entre poesía, narración y ensayo en su cuento «Flores malva», una anotación que tanto nos recuerda el ensayar narrando o divagando de El cuento de nunca acabar. Este cruce de géneros desembocará en una concurrencia última: la convivencia entre ficción y escritura del yo, que percibimos en toda su obra, pero que sostiene, con un particular pulso narrativo, en «El otoño de Poughkeepsie».
Tengo la convicción de que a Martín Gaite no le persuadía ninguna teoría que abogase por las diferencias sustanciales y, sobre todo, cualitativas entre un relato breve y una novela corta o larga, porque ella percibía más continuidad que diferencias; máxime cuando consideramos que el cuento en su acervo no solo era un género literario, sino también un modo de conocimiento, de relación, de estar en el mundo: «el cuento bien contado condiciona y transforma la relación inicial entre quien lo emite y lo recibe», escribe a propósito de El beso de la mujer araña de Manuel Puig. Aunque de sus frecuentes reseñas de las colecciones de cuentos (de Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Elena Fortún, Juan Eduardo Zúñiga, Manuel Andújar, Francisco Umbral y José Donoso) y de su labor traductora (de los cuentos de hadas victorianos, de Perrault y de Felipe Alfau), también se desprende que era muy consciente de las peculiaridades de esta modalidad literaria y combatió, al igual que otros cuentistas del medio siglo, el arraigado tópico de que era un «género menor». En su reseña de Largo noviembre de Madrid, de Juan Eduardo Zúñiga, sostiene con su personal léxico crítico que «en un cuento caben menos artificios y es más difícil dar el pego que en una novela; hay que ceñirse limpiamente y de un solo trazo, sin adornos para disimular el temblor del pulso, a la línea que lo contornea, afrontar el riesgo de la concisión, a palo seco. Por eso hay pocos cuentos buenos».
El cuento fue un género decisivo en la formación de Carmen Martín Gaite como escritora y lo cultivó, con mayor o menor intermitencia, a lo largo de toda su singladura literaria. De 1948 data la publicación de su primer relato, «Desde el umbral», y de 1997, la del último, «En un pueblo perdido». Ante tan dilatado recorrido temporal, me atrevería a afirmar que el hilo de continuidad de la narrativa breve de Carmen Martín Gaite fue la extrañeza ante lo cotidiano. El cuento, como la poesía, respondió a su amor por todo lo inaprensible, por atender a un trozo de vida aparentemente irrelevante y por explorarlo demoradamente. El cuento fue sin duda un formato propicio por su brevedad para recoger, a través de la técnica del apunte impresionista, el tono menor de la existencia, ese material minúsculo, fragmentario y en continua mudanza al que cuadran mal las nociones de principio y final. Por ello el relato breve frente a la novela tendrá otro tempo, donde no es preciso buscar antecedentes ni fijar consecuentes.
De cualquier modo, en este itinerario literario y vital de cincuenta años que Todos los cuentos trazan se podrían diferenciar tres núcleos estilísticos: los cuentos mayoritariamente neorrealistas del medio siglo, los Dos cuentos maravillosos, y la variedad de registros formales y temáticos de los últimos cuentos: desde los relatos de Navidad a la narración de escenas, reflexiones y secuencias de diario íntimo procedentes de sus Cuadernos informales y esporádicos. Esta variedad de modalidades también advierte de la pluralidad de los intereses literarios y vitales de la autora: desde la voluntad de dar testimonio a la introspección o desde el ámbito de lo cotidiano a los cuentos de hadas.
«El balneario»con «Las ataduras»
En 1978 Carmen Martín Gaite reordenó sus dos colecciones de relatos hasta entonces publicadas, El balneario y Las ataduras, para Alianza Editorial bajo el título de Cuentos completos. Esta edición fue resultado de la nueva lectura que emprende de su narrativa breve a la altura de la transición política, mientras redactaba El cuarto de atrás. Tras un lapso de veinte años, la mirada retrospectiva de nuestra autora sobre su cuentística significó una doble sorpresa; por un lado, comprobó el valor testimonial de su narrativa breve sobre un tiempo vivido que comenzaba a ser repentinamente historia; por otro, pudo constatar cómo en esos relatos aparecían ya los temas fundamentales de su proyecto narrativo. La principal novedad de la recopilación de 1978 consistió en el criterio de ordenación temático que le llevó a reagrupar sus relatos por asuntos: desde los cuentos «de la rutina» a aquellos en los que predomina «una especie de alegato contra la injusticia social». Es la agrupación que mantenemos en esta esta edición.