Martin Cohen - Cuentos filosóficos
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- Libro:Cuentos filosóficos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2008
- Índice:3 / 5
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Cuentos filosóficos: resumen, descripción y anotación
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¿Por dónde abordar la filosofía? Yo me introduje en la materia a través de tres libros. El primero fue una traducción de La condición humana, de André Malraux. El segundo, Historia de la filosofía occidental, de Bertrand Russell, y el tercero, La República de Platón.
Naturalmente, no es habitual leer estos libros. La condición humana es una obra de ornato típicamente francesa, bastante insustancial. Verbosa, compleja y bastante pesada. Russell se parece mucho, muchísimo, a una conferencia que debería haber acabado hace una hora. Y La República, aunque rebosante de ideas, parece estar escrito en una especie de código. Con todo, cada uno de estos libros me fue útil para un propósito. El primero, aunque ilegible, era imponente y lo suficientemente pequeño como para llevarlo de aquí para allá. El segundo fue muy informativo, aunque un poco soporífero, y el tercero me resultó bastante fascinante, si bien algo extraño y resueltamente oscuro.
Mi intención es combinar estas tres funciones en el libro que ahora les presento. Las tres funciones positivas, quiero decir. Es lo suficientemente pequeño para llevarlo a todos lados (e impresionar a la gente), es bastante informativo, y por último (y más importante) está lleno de extrañas y oscuras anécdotas filosóficas.
Algunos pensarán que están demasiado avanzados como para necesitar anécdotas, y que quieren en cambio largos tratados, de los de verdad. ¿De qué le serviría a alguien que quiere leer la Crítica de la razón pura de Kant en su jeringoza original saber que su autor consideraba venenoso el café, o que se enrollaba en las sábanas con tres vueltas cada noche antes de dormir? ¿Por qué alguien que ha comprendido la Fenomenología del espíritu querría saber que Hegel concibió su teoría de que la sociedad se fundamenta en el conflicto mientras trabajaba como profesor? ¿O por qué John Stuart Mill, la quintaesencia del racionalismo británico y exponente de la teoría conocida como «utilitarismo», consideraba que la poesía era «el estilo de escritura más filosófico»? Mill escribió a su amigo Wordsworth, autor del poema de los «narcisos», para decirle que le había mostrado que la poesía «es verdad», no individual o puntualmente, sino en general; no una verdad que «se sostiene en el testimonio externo, sino que se lleva viva en el corazón a través de la pasión». Las historias convencionales nos dicen que esto fue una aberración por su parte, una debilidad momentánea.
Yo quiero presentarles una crónica alternativa de filósofos con debilidades humanas, un retrato que a veces puede minar su estatus de árbitros de la moral o teóricos rompedores de tradiciones. Pero es que, al contrario de lo que se afirma, los filósofos no constituyen una raza aparte. Son criaturas como el resto de los mortales, creadas en este planeta (aunque a veces reclamen autoridad sobre él), niños que crecieron hasta hacerse hombres y mujeres, con experiencias, influencias y, de manera más notoria, también prejuicios. No es que Aristóteles reflejara la visión griega de la raza superior: la inventó él. (John Locke y el obispo Berkeley también eran conscientes de la dudosa naturaleza de los beneficios de la trata de esclavos). Marx no era el solitario que se pasaba todo el día encerrado a la British Library, sino más bien un hombre dado a los cigarros, a la cerveza, y también a su mujer, mucho más que mantener a sus hijos (muchos de los cuales murieron de malnutrición).
Estos detalles personales no nos hablan tan sólo de trivialidades sin importancia, sino que nos ofrecen la perspectiva de todo el conjunto. Como señaló Sherlock Holmes en La aventura de un caso de identidad, «hace tiempo que me guío por el axioma de que las pequeñas cosas son, infinitamente, las más importantes».
La «verdadera historia» de la filosofía no es tanto la historia de los individuos como de las ideas, y más particularmente, de ideas robadas, tomadas prestadas o modificadas. Es interesante ver que el grandioso cogito cartesiano viene en realidad de san Agustín, cuyos intereses nada tenían que ver con la fundamentación del conocimiento. (A Agustín le gustaba pensar que sus pensamientos estaban inspirados por Dios). O, más recientemente, que Wittgenstein tomó su misteriosa categoría de «cosas de las que es mejor callar» de otro fantasioso austríaco llamado Otto Weininger.
Y también es la historia de las ideas perdidas; por ejemplo, aunque Platón haya considerado la posibilidad de que las mujeres tuvieran «la misma alma» que los hombres, Aristóteles esgrimió buenas razones filosóficas para sostener que sólo las ideas de los hombres deben tenerse en cuenta (explicando que las mujeres tienen menos dientes, no tienen alma y que sus corazones no laten), y ésta es la afirmación que ha configurado la filosofía desde entonces. De modo que aquí las mujeres jugarán un papel pequeño. Aparecen Hipatia, Harriet Taylor Mill, la esposa de Marx y la compañera de Sartre, pero sólo fugazmente, en la trastienda. ¡Ojalá no hubiera sido así! Pero la historia de la filosofía la escribieron los hombres, y es de la historia de donde provienen nuestros relatos, a los que llamaremos, por su equivocidad, cuentos filosóficos.
Existe un nuevo hábito al publicar un libro, aunque no resulta muy amable, de agregar una suerte de «anti-agradecimientos», donde el autor denuncia a todos aquellos que lo han estorbado, perturbado o en cualquier modo molestado durante la escritura de la obra en cuestión (o, en verdad, en cualquier momento de su vida).
Ay, yo debo renunciar aquí a ese placer, en parte por falta de espacio, pero también porque, con toda honestidad, en lo que respecta a la escritura de este libro, no puedo pensar en nadie que me perturbara. En cambio, me gustaría ofrecer unos agradecimientos más convencionales, donde poder dar cuenta públicamente de mi gratitud y mi aprecio por la ayuda recibida. Porque una historia de la filosofía es, por naturaleza, un gran emprendimiento, e incluso una historia alternativa como ésta resulta una tarea bastante exigente.
Afortunadamente, hoy en día tenemos Internet, que hace que casi todos los grandes textos de la filosofía se encuentren inmediatamente disponibles (para aquellos que gocen del lujo de acceder a la red), junto a un vasto arsenal de material complementario, así como opiniones y análisis de todo tipo. De modo que mi primer agradecimiento es para aquellos entusiastas de la filosofía desconocidos o anónimos que han proporcionado, sin ánimo de lucro, investigaciones filosóficas y materiales en la web.
Pero este libro es también un reflejo de los intereses específicos de sus editores, en particular del excelente Jeff Dean, que guía estos proyectos desde que son meras ideas hasta su fruto o su olvido. Y también me gustaría agradecer aquí a todos los especialistas de Blackwell, su apoyo y ayuda durante el proceso de producción.
Pensé en no agradecer a Raúl por sus dibujos, porque me parece que su rol es tan central que agradecerlo sería situarlo en el margen. Pero los dibujos son geniales y he apreciado y disfrutado mucho trabajando con él. De modo que quizá esté bien mencionarlo.
Finalmente, me gustaría agradecer especialmente los cuidadosos, perspicaces y totalmente apropiados comentarios y sugerencias de los «lectores» profesionales, incluyendo, por supuesto, a la gran musa filosófica (y pariente no muy lejana) Brenda Almond, una de las más grandes, aunque no reconocidas, mujeres filósofas, así como a mi no profesional aunque muy especial lectora Judit.
Las mujeres en filosofía y por qué no son muchas
En muchos libros de referencia de filosofía aparecen tan sólo unas cuantas mujeres, dispersas, como agregadas. En filosofía, como decía Aristóteles, parece que a las mujeres les faltó cierta virtud, la facultad filosófica vital de la racionalidad.
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