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Clemente García Novella - ¿Dónde está Dios, papá?

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Clemente García Novella ¿Dónde está Dios, papá?

¿Dónde está Dios, papá?: resumen, descripción y anotación

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La sencilla pregunta de unos niños – los hijos del autor – da su título a ¿Dónde está Dios, papá? Lo que en un principio iban a ser sólo unas cuantas notas, redactadas para aclarar sus propias dudas, se acabaron convirtiendo en este libro. Como el propio Clemente Gª Novella explica en el prólogo, conforme los párrafos iban surgiendo se dio cuenta de que quizás otros padres se estarían encontrando en su misma situación: la de querer responder ciertas preguntas desde una perspectiva agnóstica o atea, en lugar de con las explicaciones que habitualmente brindan las religiones. A lo largo de 200 páginas, el padre-autor va contestando a las 24 interrogantes que dan inicio a otros tantos capítulos. A pesar del estilo infantil de las preguntas, las respuestas también van dirigidas a lectores adultos, padres o no, que estén interesados en saber algo más sobre las bases racionales que sustentan la no creencia en dioses. En palabras del autor, la pretensión del libro no es convertirse en un «catecismo ateo», sino servir de herramienta para aquellos padres que quieran enseñar a sus hijos unos valores universales de forma directa, sin la intermediación de ninguna divinidad. Tanto niños como adultos han de sentirse libres de poder analizar, sirviéndose del sentido común, cualquier supuesto. Cualquiera, incluidos dos que los credos religiosos suelen dar por sentados: la existencia de los dioses y la existencia del alma.

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¿Dónde está Dios, papá? — leer online gratis el libro completo

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A mis padres Vuestros hijos aunque estén con vosotros no os pertenecen - photo 1

A mis padres

Vuestros hijos, aunque estén con vosotros, no os pertenecen.

Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos,

porque ellos tienen los suyos propios.

Podéis esforzaros en ser como ellos,

pero no busquéis hacerlos como vosotros.

K HALIL G IBRAN

Prólogo

El porqué de este libro

La edad exacta no la recuerdo, pero sé que mis dos hijos eran muy jóvenes cuando me preguntaron por primera vez si existía Dios. Es una duda que yo nunca tuve de niño. Crecí en el seno de una familia religiosa. Me eduqué en un colegio católico. La existencia de Dios era algo que se daba por hecho, sobre lo que no se vacilaba. Por supuesto yo creía en un dios: el de la época y el país en el que nací. No tuve la opción de no creer, de la misma forma que siguen sin tenerla la mayoría de los niños en el mundo. Para mis hijos, sin embargo, sí había una alternativa; que Dios no existiera era una posibilidad. Al oírles hacerme preguntas, al oírles dudar, me pareció que tenían mucha suerte porque nadie fuera a imponerles sus creencias.

A todas sus interrogantes respecto a la existencia o no de Dios, he tratado siempre de contestar de forma honesta, sin endulzar mis respuestas. También he intentado dejarles claro que, aunque mi punto de vista tiene una base racional, al fin y al cabo no es sino eso: un punto de vista; una interpretación; una forma de ver las cosas entre las varias posibles. En todo momento he querido que supieran que la mayoría de la humanidad no opina lo mismo que su padre y que hay miles de millones de personas en el mundo que sí creen en uno o varios dioses.

Mientras estoy escribiendo estas líneas, ellos aún no tienen edad para comprender muchas de las ideas de las que voy a hablar aquí, pero espero que, cuando llegue el momento en que puedan entenderlas, estas páginas les gusten. Incluso, tal vez, lleguen a ayudarles en sus vidas.

Ése fue el origen de este libro. Al principio, quise exponer sobre el papel de forma ordenada, para mí mismo, lo que opinaba sobre los dioses y las religiones con el fin de poder explicárselo mejor a ellos, de poder responder con sentido a sus dudas. Después, conforme los párrafos iban surgiendo, pensé que, en unos años, ellos mismos podrían ojearlos. Finalmente, me di cuenta de que ciertos adolescentes, y también algunos padres, podrían estar interesados en leer lo que yo estaba escribiendo. Me pareció que debía de haber muchos que se estarían encontrando en mi misma situación: la de querer responder desde una perspectiva agnóstica o atea las preguntas a las que habitualmente se contesta con las respuestas que brindan las religiones.

Las páginas que siguen a continuación son el resultado final de todo ese proceso. Aunque, finalmente, el título del primer capítulo haya sido el que ha dado nombre a todo el libro, éste también podría haberse titulado El ateísmo contado a mis hijos. Sin embargo, este libro no pretende ser un «catecismo ateo». En absoluto. Los cristianos educan a sus hijos como cristianos, los musulmanes como musulmanes, los judíos como judíos, los hinduistas como hinduistas… así que, ¿los ateos no tienen derecho a educar a sus hijos como ateos? Pues bien, a pesar de ser yo mismo ateo, creo que la respuesta es no: los ateos no hemos de educar a nuestros hijos en el ateísmo (tampoco es necesario: los niños nacen ateos; son los adultos los que les enseñan a creer en dioses e imprimen en sus cerebros las creencias religiosas que ellos, a su vez, recibieron de sus mayores y que se correspondían con la época y el lugar del mundo en los que les tocó crecer).

Creo que en lo que ha de instruirse a los niños no es en ser ateos, sino en rechazar el dogmatismo y las creencias por imposición. A lo que hay que enseñarles es a pensar libremente y a analizar de forma crítica cualquier supuesto. Estoy completamente de acuerdo con las palabras que escribió, hace más de dos siglos, el ilustrado escocés James Beattie: «El objetivo de la educación debería ser enseñar cómo pensar antes que enseñar qué pensar». Me parece que, de lo que debemos proteger a nuestros hijos es, en general, de cualquier adoctrinamiento y de cualquier opinión impuesta por otros.

Todo niño debería sentirse libre de aplicar de manera imparcial la capacidad de razonar y el sentido común a cualquier hipótesis, incluida y como cualquier otra —¿por qué no?— la de que existe un dios todopoderoso que diseñó y creó el mundo en el que vivimos y que es capaz de alterar el funcionamiento de las leyes naturales de ese mundo si nosotros se lo pedimos mediante la oración.

El supuesto de que los dioses existen ha sido siempre considerado como un asunto metafísico. «La fe y el intelecto son terrenos separados. La razón no tiene nada que decir cuando de materias de fe se trata», nos dicen, en ocasiones, los pastores de los distintos credos o muchas personas con convicciones religiosas. Es una forma muy antigua de protegerse; un procedimiento sutil para blindarse ante cualquier examen cabal. Según yo lo entiendo, no tenemos que sentirnos obligados a aceptar ese escudo invisible. La educación que quiero que mis hijos reciban no ha de imponerles ninguna traba a que puedan servirse de su discernimiento para examinar cualquier cuestión. Incluida la de si existen o no los dioses.

Además, mi opinión es que los niños pueden aprender a pensar sin restricciones, libremente, sin que las personas que sostienen creencias en dioses y en otras vidas tengan por qué sentirse atacadas por ello.

Si, después de haber recibido ese tipo de educación, mis hijos, conforme vayan creciendo, experimentan la necesidad de tener algún tipo de creencia religiosa, podrán hacerlo utilizando su libertad. Y yo, como padre, me sentiré tranquilo de no haber determinado sus creencias por las mías.

Me gusta que mis hijos escuchen a personas religiosas, con convencimientos diferentes de los que yo tengo para que, como escribió Montaigne, «froten y limen sus cerebros contra los de otros». El hecho de que, en su misma clase, haya otros niños que estén recibiendo enseñanzas religiosas me parece provechoso para ellos: es una buena manera de que se expongan directamente a otras formas de ver el mundo. Para lo bueno y para lo malo, muchas de las personas con las que mis hijos tendrán que convivir a lo largo de sus vidas estarán viviendo las suyas desde una perspectiva teísta. No sería bueno para ellos que no hubieran tenido contacto desde niños con las creencias de otras gentes. No entenderían que buena parte de las cosas que suceden en el mundo, o de las motivaciones que mueven a las personas a tal acción o a tal otra, sólo pueden llegar a comprenderse si se tienen en cuenta los fenómenos religiosos.

Creo que la intolerancia se cura viajando; que el fanatismo en las opiniones propias se cura viajando por las opiniones de los demás. En matemáticas, en geología, en química, en literatura… podrán encontrar conocimiento, saber, certeza. En cuestión de dioses, sólo opiniones.

Aquí van las mías.

P ARTE I

SOBRE DIOSES

1

¿Dónde está Dios, papá?

En la imaginación de las personas. En sus deseos.

Ah, entonces ¿no existe?

Mirad… La mayoría de la gente en el mundo cree que sí que existe un dios muy poderoso que creó el sol, las estrellas y todos los planetas. También la Tierra, con todo lo que hay en ella: mares, montañas, ríos, árboles, plantas, animales, seres humanos…

Yo pienso que lo que pasa es todo lo contrario. No es que un dios haya creado el mundo y a la humanidad. Hemos sido nosotros, los seres humanos, los que, con nuestra imaginación, hemos creado, hemos inventado, a todos los dioses de la historia porque deseábamos que existieran.

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