Introducción
Ante un escenario tan cambiante y en un momento tan crítico de nuestra historia, sentí que era necesario repensar las bases de la crianza. En este libro volqué gran parte de las ideas y los conceptos que fui desarrollando en mi larga experiencia de trabajo con familias y también como madre y abuela, tratando de ahondar en temas complejos y de reflejarlos con claridad y, sobre todo, de ofrecerles a los adultos sugerencias útiles y salidas a los conflictos más frecuentes en las diferentes edades de los hijos.
Atravesamos tiempos difíciles. En los días que organizaba los capítulos, durante enero de 2020, un grupo de adolescentes golpeó hasta matar a un chico en la puerta de un boliche de Villa Gesell. Otra vez la violencia entre nuestros jóvenes. Y cuando estaba por entregar el archivo a mis editores, sobrevino la cuarentena por la pandemia del COVID-19. El encierro nos puso a prueba a todos, confinándonos en nuestras casas y alejándonos de muchas personas queridas y de lugares habituales. Por un lado, un hecho más de violencia del que tenemos que aprender qué hicimos mal para que no se vuelva a repetir. Por el otro, una enfermedad global que puso en peligro a la humanidad, sobre todo a los más vulnerables, y por la que se hace inevitable fortalecer los lazos comunitarios y también fortalecernos como adultos responsables y amorosos que acompañan a sus hijos a ser mejores personas. Decidí reflexionar sobre ambos temas.
En la primera parte, La familia de origen y nosotros como padres, incluí cuestiones que permiten revisar la propia infancia para continuar o bien desterrar pautas, conductas o estilos a la hora de ser padres con el fin de criar a los hijos en libertad. ¿Cómo era nuestra familia cuando éramos chicos? ¿Con qué modelos de maternidad y paternidad nos formaron? La idea es pensar primero individualmente sobre los criterios personales para luego lograr acuerdos en pareja, aunando esas decisiones. En resumen: qué padres tuvimos y qué padres podemos y nos gustaría ser, integrando nuestra historia.
En la segunda parte, Criar personas de bien, reuní aspectos que pueden contribuir a formar a los hijos para que se conviertan en personas con una ética y una moral que les permitan actuar bien, aun cuando ya no estén bajo nuestra supervisión o junto a nosotros. Cómo educarlos para que sean respetuosos y empáticos, para que eviten la violencia, el abuso y el maltrato más adelante en sus vidas. También los modales, la competencia sana, la iniciativa, las habilidades sociales, cuestiones que hace algunos años estaban implícitas en la crianza, porque la sociedad trabajaba con ese objetivo común, pero que en la actualidad se hace indispensable volver a pensar ante la diversidad de enfoques de crianza y educación y el modo en que entran a nuestros hogares a través de la tecnología, inevitablemente y sin nuestro permiso. A esto se agrega que la velocidad de los cambios no da tiempo a que una cultura se instale y se transmita de generación en generación, como ocurría hasta no hace tanto tiempo, por lo que los padres tienen hoy un rol fundamental e ineludible en la formación de los hijos.
En la tercera parte, Preparados, listos, ¡ya!: los chicos crecen, me refiero a las distintas crisis que surgen a lo largo del camino, desde la primera infancia hasta la adolescencia tardía o la adultez joven, cuando los chicos salen de casa para hacer su vida independiente. Toco temas como el destete de los bebés, pasando por la importancia de no quemar etapas o de los rituales, hasta la sexualidad de los adolescentes. A medida que nuestros hijos crecen, varían las temáticas y también los problemas. Los padres tenemos que estar atentos a los acomodamientos y las modificaciones que debemos hacer en cada etapa, sin apurarnos y a la vez sin detener a nuestros chicos en ese abrirse al mundo porque, como dice Khalil Gibrán en el poema “Tus hijos no son tus hijos”, somos “el arco” del cual ellos son lanzados como “flechas vivas”. Y qué importante es adaptar nuestro arco a cada edad y a las necesidades de cada etapa.
Y en la cuarta y última parte, Solo con el amor no alcanza, abordo aspectos centrales de la crianza: la autoestima, la comunicación, el estrés y la empatía. Me detengo especialmente en cómo ayudar a los hijos en momentos difíciles, cuando perdemos a un ser querido, sufrimos una injusticia, estamos en peligro. Cada edad requiere de ciertas palabras y ciertos gestos de los padres que seguro no resolverán del todo un problema, pero sí lo aliviarán. Además, como soy abuela, quise sumar algunas ideas sobre el rol que cumplimos y cómo podemos estar presentes en el proceso de crianza de nuestros nietos y acompañar a nuestros hijos en su tarea como padres, esos que alguna vez fueron nuestros chiquitos y hoy ya son adultos.
Deseo aclarar que, al igual que en todos mis libros anteriores, cuando hablo de “mamá” no me refiero solo a ella, sino al cuidador o figura de apego principal para los chicos. También les doy un uso genérico a las palabras “padre” y “padres”, roles que pueden ser ejercidos y compartidos por más de una persona dentro de la familia o ir variando a lo largo del crecimiento. Del mismo modo, cuando hablo de “niño” o “chico” aludo tanto a varones como a niñas, salvo que mencione un nombre específico. Lo hago de esta manera por una cuestión de practicidad. Por el momento, la “x”, la “e” o la “@” no me resultan soluciones lo suficientemente universales y valederas para mencionar a los niños de manera general.
A partir del éxito de mi libro Criar hijos confiados, motivados y seguros , fui invitada a escribir en diferentes medios de comunicación. Agradezco al diario La Nación y las revistas Sophia y Tigris por el espacio que me brindaron en todos estos años. Ese trabajo, el de publicar regularmente, es la base de esta obra que tienen en sus manos. Me ilusiona pensar que podrá acompañarlos en la gran aventura de ser padres.
1
La familia de origen
y nosotros como padres
Los temas que nos atraviesan a todos
Lo que me tocó
En muchos temas y especialmente en la crianza, estamos más cerca de hacer lo que podemos que lo que queremos. Quizás sin saberlo tenemos no solo madre y padre internalizados, sino también abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y choznos danzando dentro de nosotros, dirigiendo nuestras decisiones y ¡sin nuestro permiso!
¿Qué quiero decir con esto? Que como muchos aprendizajes de nuestra infancia fueron anteriores a la palabra hablada e inconscientes, solemos repetir sin revisar las pautas de nuestra familia. Salvo que algo nos haya molestado lo suficiente como para que tratemos de hacer exactamente lo contrario, aunque esto tampoco resulta una buena respuesta integrada, sino una actitud oposicionista y algo infantil.
Ocurre entonces que, sin saber el origen de lo que hacemos, no podemos quedarnos un rato más en la cama a la mañana porque “desaprovechamos” la mejor hora del día, o trabajamos y nos sentimos culpables porque no ponemos a nuestros hijos en primer y único lugar en la familia, nuestra mente tiene claro lo importante que es para todos nuestro trabajo, pero una voz interior no nos deja en paz con sus acusaciones: tu mamá estaba siempre en casa a la hora del té; la noche es para comer con los chicos, no para salir con amigas; para ser una buena madre tenés que postergar no solo tus deseos, sino además tus necesidades en aras de tu familia. No alzamos a nuestro bebé para evitar malcriarlo; no dejamos faltar a nuestra hija en sala tres, ni pasar un día sin bañarse; hacemos un escándalo porque alguno no quiere saludar o porque no termina su plato de comida. Por suerte esa voz interior a veces también nos alienta: el cielo es el límite, probá, no es grave equivocarse, tenés derecho a una carrera profesional, vos podés, decidí por tu cuenta, no importa si te equivocás, ceder una vez no es el fin del mundo.