Portadilla
S ER FELIZ ES FÁCIL
Clemente García Novella
Créditos
1.ª edición: febrero 2014
© Clemente García Novella, 2014
© Ediciones B, S. A., 2014
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito legal: B. 2.875-2014
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-731-8
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Contenido
Dedicatoria
A Natalia
C ELIO : ¡Qué feliz eres, al estar loco!
O CTAVIO : ¡Qué loco eres, por no ser feliz! Dime… ¿qué te falta?
Los Caprichos de Marianne, I, 1 (1833),
A LFRED DE M USSET
INTRODUCCIÓN
INTRODUCCIÓN
¿Por qué tanta tensión?
La idea básica de este libro es muy sencilla: en nuestra búsqueda de la felicidad, las personas anhelamos técnicas rápidas y trucos cuanto más simples mejor. Sin embargo, esas técnicas servirán de poco si los que fallan son nuestros principios vitales, las circunstancias materiales y emocionales en las que nos encontremos o nuestra base física.
Muchos de nosotros, persiguiendo un mayor bienestar —o, más humildemente, en nuestro intento de tener los menos malestares posibles—, actuamos de esa manera: buscamos trucos. Y es comprensible, ya que hemos crecido en una época y un entorno en los que, ante las dificultades propias de la vida, lo más corriente es preguntarse: «¿qué puedo tomar?», en lugar de la que sería la pregunta adecuada: «¿qué puedo hacer?»
De acuerdo: es una actitud comprensible. Pero parece que está lejos de ser, a la larga, la más apropiada. «Tomarse algo» es sencillo. Ahora bien, que sea sencillo no quiere decir que sea siempre lo mejor. «Hacer algo» suele requerir un esfuerzo, por pequeño que sea, y también constancia para repetir lo hecho las bastantes veces como para que puedan verse los resultados. Solemos huir de aquello que nos demande esfuerzo y constancia, pero sus efectos serán, seguramente, mayores y más duraderos que los de tomarse algo. Por no hablar de que tomarse algo, por lo general, tiene más contraindicaciones y efectos secundarios.
«El ser humano es un animal racional», recuerdo que me repitieron muchas veces durante mis años escolares… Casi todo el mundo acepta con naturalidad que la conducta de los animales está determinada por reacciones no racionales, sino instintivas. Sin embargo, mucha menos gente acepta que eso mismo, en gran medida, también es válido para el animal humano. Esa sentencia de que el hombre es un animal racional —que se nos enseñaba como una verdad absoluta e incuestionable— es cierta solo en parte. Y en cualquier caso, pienso que, puestos a adjudicar un único calificativo al animal humano, el más apropiado sería emocional . «El ser humano es un animal emocional» sería mi frase si yo quisiera transmitir una única idea sobre nosotros a alguien que no hubiera entrado nunca en contacto con la humanidad. En la novela de divulgación científica titulada El viaje de Cloe , de los físicos Eugene Chudnovsky y Javier Tejada, la protagonista, una partícula extraterrestre llamada Cloe, acaba teniendo esa misma impresión: la de que en el cerebro humano las emociones predominan sobre la razón.
Es por eso por lo que ante un problema dado que nos quite felicidad —pongamos, por ejemplo, un excesivo nivel de ansiedad—, aunque nuestra parte racional sea perfectamente consciente de que la verdadera solución, para ser definitiva, puede requerir un cierto esfuerzo y empeño, nuestra parte emocional buscará una salida rápida, un truco sin dificultades aparentes —en nuestro ejemplo, esa salida podría ser tomar ansiolíticos (un tipo de medicación que frecuentemente genera dependencia).
Afortunadamente, a pesar de lo mucho que nuestra herencia genética, nuestra bioquímica y nuestros hábitos contraproducentes implantados a fuerza de repetición determinan nuestro comportamiento, aún seguimos siendo animales racionales. Creo que nuestra inteligencia es perfectamente capaz de encauzar nuestras emociones en dirección hacia la felicidad por el camino del buen juicio. Todavía podemos utilizar nuestra parte racional, eso que a mí me gusta tanto llamar sentido común, para salir de muchos pozos, por profundos que sean. A ese sentido común que todos poseemos recurriré muchas veces a lo largo de este libro. Es ese sentido común el que, tarde o temprano, hará que nos demos cuenta de que la mejor forma de eliminar unos hábitos que son perjudiciales para nosotros, que nos aportan infelicidad, no es tomar algo, sino reemplazarlos por unos hábitos nuevos y mejores. Y para ello, hace falta empeño.
Empeño : ese sería el otro término clave, además de sentido común , que me gustaría resaltar antes de meternos en más harina. ¡Ojo, no nos vengamos abajo sin motivo! Empeño no implica un gran nivel de esfuerzo, ni de dificultad. Ni mucho menos. Empeño quiere decir, sencillamente, tomar la decisión de hacer algo en vez de tomarse algo o de no hacer nada. Empeño quiere decir, tan solo, adoptar una resolución y tener constancia para repetir lo decidido hasta que se implante en nuestro cerebro, en nuestros hábitos, y se convierta en un reflejo automatizado que nos resulte tan sencillo como respirar.
Empecemos a navegar por las aguas de la felicidad, entonces.
Antes de nada, vamos a tratar de comprender por qué muchas veces nuestras emociones se apoderan de nosotros de forma absolutamente contraproducente para nuestro bienestar. «¿Por qué tanta tensión?» es el título de esta introducción. ¿Qué nos ocurre? ¿Por qué reaccionamos, tan a menudo, de forma tan exagerada y desproporcionada ante las cosas que nos suceden?
La psicología evolutiva y la medicina nos dan respuestas a esas preguntas y explicaciones que nos seducen. Imaginemos que nos encontramos de frente con un animal salvaje, completamente fuera de control, que supone una amenaza para nuestra vida. Un bisonte, por ejemplo. El sistema límbico, la parte más primitiva de nuestro cerebro, tomará el mando —por decirlo de una manera gráfica— sobre el neocórtex, la parte más racional. Se producirán en nuestro organismo unas reacciones fisiológicas rapidísimas que pueden salvarnos la vida. La adrenalina y el cortisol empezarán a correr por el torrente sanguíneo. La sangre circulará muy rápidamente para llevar más oxígeno a cada uno de nuestros músculos. Estos se tensarán. Se liberará gran cantidad de glucosa. Aumentará la frecuencia cardiaca. Se acelerará el ritmo respiratorio… Es lo que se conoce como la respuesta huida o lucha . Nuestro cuerpo se prepara, bien para correr, bien para enfrentarse a la situación amenazante. La tensión generada en nosotros por el bisonte es positiva para el objetivo final de seguir vivos: hace que aumenten nuestras posibilidades de supervivencia. Como tan magníficamente supo expresar el escritor Ramón J. Sender, «la conciencia de un peligro es la mitad de la seguridad y de la salvación».
Ahora bien, en nuestros días ya no solemos encontrarnos de frente con animales salvajes, como les ocurría a nuestros ancestros de forma cotidiana. Sin embargo, cometemos el error de seguir percibiendo —y reaccionando en consecuencia— como amenazantes para nuestra vida cosas que tan solo son molestas, latosas, dolorosas, desagradables, inoportunas, engorrosas de solucionar, fastidiosas o trabajosas. Es un error que, además, volvemos a cometer obstinadamente cada vez que rumiamos dándole vueltas y vueltas en nuestra cabeza una y otra vez a esas situaciones. Los escáneres cerebrales muestran claramente que, cuando rumiamos, es decir, cuando volvemos a traer a nuestra memoria una de esas situaciones desagradables, nuestro organismo se dispara exactamente igual que cuando vivimos esa situación realmente.
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