El ex-banquero Manuel Puerto Ducet describe a partir de su experiencia personal y profesional, el establishment del Estado español, formado por las élites financiera-empresarial, política, militar, jerarquía católica, universitaria y mass media, que serían los herederos naturales del Régimen Franquista y que habrían fagocitado todas las esferas de decisión, iniciando una deriva autoritaria que ha convertido a esta seudodemocracia en su rehén. El libro es una crónica desde dentro, y no se rehuyen los nombres de los protagonistas, por muy influyentes que estos sean.
Manuel Puerto Ducet
Oligarquía financiera y poder político en España
Redención de los pecados de cuello blanco en los países PIGS
ePub r1.0
marianico_elcorto12.12.13
Título original: Oligarquía financiera y poder político en España
Manuel Puerto Ducet, 2012
Diseño de portada: Natalia Serrano y Alex Torres
Retoque de portada: Orhi
Editor digital: marianico_elcorto
ePub base r1.0
MANUEL PUERTO DUCET. Profesor Mercantil en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles, Economista por la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, Miembro numerario del Instituto Español de Analistas de Inversiones, y Miembro fundador y Ex-Director Regional de Cataluña y Baleares de BANIF y Banco BANIF . Fue Consejero de la Sociedad de Inversiones y Fondos de Inversión del Grupo Central-Hispano, y miembro permanente del Comité de Redacción de la revista BANIF , hasta que Abandonó el Grupo junto a otros directivos de la Entidad por discrepancias con la nueva filosofía de inversión.
Notas
Dedicatoria
Era yo uno de esos niños que veía continuamente al rey desnudo y además lo pregonaba. Pasaba los veranos en la masía familiar y al cumplir los 10 años, mi padre me llevó a un bonito rincón para plantar un árbol; ignoro por qué eligió un algarrobo —quizás fuera una indirecta a mi cabezonería—. Mientras cavábamos el hoyo, me lanzó uno de esos mensajes que un hijo no olvida: «Si sigues así por la vida, no harás más que recibir palos; debes morderte la lengua y si alguna vez no lo haces, que sea por algo que valga realmente la pena». Lo cierto es que le he hecho caso y se pueden contar con los dedos de una mano, las veces en las que decidí echar los pies por delante. El algarrobo ha superado el medio siglo de vida y ha demostrado ser mucho más sabio y prudente que yo; nada se le escapa y solo quedan por encima, los jilgueros que le sobrevuelan, que no pueden evitar rendirle homenaje postrándose continuamente sobre sus ramas. En momentos de duda, me tiendo bajo su sombra y recibo los mejores consejos; no creo que haya mucha gente que le deba tanto a un árbol como yo. Este libro es un homenaje a mi padre, al que espero no defraudar.
Prólogo
Es difícil que al prologar un libro, alguien pueda experimentar una sensación más gratificante que la mía, rememorando secuencias profesionales imborrables y otras que quedarán depositadas en el baúl de los recuerdos personales. Unas y otras, enaltecen al autor de este libro. En mi ámbito familiar, dejó huella la figura de mi tío materno Torcuato Fernández-Miranda, cuya trayectoria discurrió por caminos distintos a los de Manuel Puerto, pero que en su momento, pude apreciar un paralelismo por lo que respecta a sus comportamientos éticos y La indomable vocación por defender lo que en conciencia uno y otro consideraban justo, aun enfrentándose a quienes por diversas razones parecían tener la partida ganada. La profunda convicción en la defensa de unos principios, hicieron en más de una ocasión batirse en retirada a eventuales opositores que a buen seguro no estaban revestidos de las mismas certidumbres.
He sido testigo de cómo el autor de este libro, expulsaba de su despacho —como si fuera una mercader del templo— a una acaudalada y altiva dienta por poner en duda su profesionalidad y regresar ésta a los tres días con un presente, suplicando perdón. No he conocido a nadie que supiera combinar de mejor manera la amabilidad en el trato con la firmeza en defensa de unos principios. Pendía sobre su cabeza, la responsabilidad sobre decisiones diarias de inversión, pero paradójicamente, le he visto atravesar por sus momentos más amargos, cuando una colaboradora en la que durante años había depositado su confianza, le defraudó al cometer un pequeño desfalco.
No tuvo reparos en enfrentarse al mismísimo presidente de SEAT , cuando éste, exigió un trato de favor en detrimento de otros clientes y amenazó con retirar del Grupo todo el negocio de la empresa automovilística. Mi admirado jefe, gozó de gran prestigio en el ámbito profesional y sus sugerencias fueron siempre valoradas hasta que a mediados de los noventa, BANIF dejó de ser BANIF y nuestros caminos se separaron. Experimenté una gran alegría cuando me propuso prologar este libro y no tanta cuando me sugirió rebajar los elogios. Antes de leerlo, estaba convencida una vez más de que no me defraudaría, pero en esta ocasión, se han visto superadas todas mis expectativas. Espero que ustedes puedan compartir tan agradables sensaciones, y disfrutar de la valiente sinceridad de un personaje que combina como pocos, ironía, intuición y experiencia, sin hacer concesiones a lo políticamente correcto.
Silvia Alonso Fernández-Miranda
Introducción
Cognoscetis veritatem et peritas liberabit
Pese a no tratarse de una historia con final feliz, me consideraría afortunado si este libro resultara para el lector la mitad de tonificante que ha sido para mí el escribirlo. Anticipo que va a ser desmitificador y, en conciencia, obligadamente iconoclasta. Incide en aspectos de los que por caprichos del destino, fui testigo muy cercano y que —a pesar de encontrarnos en la era de la información— permanecen ocultos y ocultarlos a una mayoría de ciudadanos.
Los pre-revolucionarios del siglo XXI tienen precisamente en la información su mejor arma; tan solo les resta utilizarla con tino para identificar a sus auténticos enemigos. Que no caigan en el desánimo cuando falsos profetas les regañen y vayan predicando por ahí, que han sido insolidarios con futuras generaciones al haberse endeudado en detrimento de sus nietos. Es la condición humana la que no tiene remedio; la misma que llevó a algún reconvertido telepredicador a delinquir cuando surcaba los procelosos mares de la abundancia y amarraba su yate junto al del rey. Mi generación fue algo más austera e idealista que la actual, aunque mucho menos que la de mis mayores. No fue debido a que el Espíritu Santo estuviera más atento en su tarea de inspirar a los humanos o porque fuéramos de mejor pasta. En un dilatado periodo de postguerra —sobrellevado con «seiscientos» de motores recalentados— no había más salida que la de apretarse el cinturón y soñar con un mundo mejor. De haber nacido medio siglo más tarde, sin duda hubiéramos cometido los mismos errores.
La peor lacra para la sociedad biempensante es la hipocresía emanada por el que yo he dado en llamar «Gran Sanedrín Financiero», avalada por una clase política a la que ha abducido. Se expande simpáticamente a través de una falla de sedimentos yuxtapuestos, de cuya presión pocos pueden sustraerse. Transcurrido un siglo desde que el primer mundo decidió apostar por su homologación democrática, el reducto de las finanzas continúa resistiendo como un valiente, manteniendo su endogamia y consiguiendo que los instrumentos de control público se manifiesten absolutamente estériles. Si atendemos a incorporaciones tardías, como es el caso de España, el panorama es todavía más desolador. La eficacia de instituciones como la Comisión Nacional del Mercado de Valores es prácticamente nula, mientras que el Banco de España persigue hormigas y se le cuelan los elefantes. La Ley para la Reforma del Mercado de Valores de 1988 acabó con los excesos de unos peculiares fedatarios públicos conocidos como Agentes de Cambio y Bolsa, pero una vez más salimos de Málaga para meternos en Malagón. El resultado fue la rendición sin condiciones a una banca que, desde entonces, se hizo con todos los resortes de intermediación y que goza de una inmunidad absoluta, por sus posiciones de privilegio e información privilegiada. Lo que queda del sistema financiero español tras las obligadas cesiones a Europa adolece de un mal congénito que deriva de un engranaje económico acrisolado en la autocracia y contaminado por una voraz bancarización, que impide desplegar la auténtica igualdad de mercado. Todo ello ha influido decisivamente, agravando el impacto de una crisis que, pese a ser global, no ha afectado por igual a todos los países.