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Manuel Vázquez Montalbán - Crónica sentimental de España

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Manuel Vázquez Montalbán Crónica sentimental de España

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«Nueva sensibilidad» es una expresión que he visto escrita muchas veces y que acaso yo mismo he empleado alguna vez. Confieso que no sé, realmente, lo que puede significar. Una nueva sensibilidad sería un hecho biológico muy difícil de observar y que, tal vez, no sea apreciable durante la vida de una especie zoológica. Nueva sentimentalidad suena peor y, sin embargo, no me parece un desatino. Los sentimientos cambian a través de la historia y aun durante la vida individual del hombre. En cuanto resonancias cordiales de los valores en boga, los sentimientos varían cuando estos valores se desdoran, enmohecen o son sustituidos por otros. ¿Cuántos siglos durará el sentimiento de la patria? Y aun dentro de un mismo ambiente sentimental, ¡qué variedad de grados y de matices! Hay quien llora al paso de una bandera, quien se descubre con respeto, quien la mira pasar indiferente, quien siente hacia ella antipatía, aversión. Nada tan voluble y tan vario como el sentimiento. Esto debieran aprender los poetas que piensan que les basta sentir para ser eternos. Algunos sentimientos perduran a través de los siglos, mas no por eso han de ser eternos.

Antonio Machado

(Del discurso de ingreso

en la Academia de la Lengua)

Manuel Vázquez Montalbán, 1971

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Este libro está escrito a partir de la serie de cinco reportajes que bajo el - photo 1

Este libro está escrito a partir de la serie de cinco reportajes que bajo el mismo titulo publicara la revista Triunfo entre setiembre-octubre de 1969. Sobre esta base se ha manipulado y se ha intentado enriquecer el texto original, sin que perdiera el tono mantenido de crónica poética, al que yo atribuyo buena parte del sorprendente éxito que tuvieron los reportajes. La lista de agradecimientos por los comentarios, críticas e incluso aportaciones de material, que marcan la distancia entre los reportajes y el presente libro, seria bastante larga. Recuerdo ahora, sin esforzarme, que el historiador Pepe Termes me regaló un viejo cancionero de los años cuarenta (me ha sido utilísimo) y que el escritor Joan de Sagarra me obsequió con un montón de cancioneros dificilísimos de encontrar.

Quiero dedicar especialmente este libro a mis compañeros de redacción de Triunfo y agradecer a su director-gerente, José Ángel Ezcurra, el permiso concedido para la reproducción de los reportajes.

Barcelona, julio de 1970

I
LOS AÑOS CUARENTA

Y la vio muerta en el río,

como el agua la llevaba,

¡ay, corazón, parecía una rosa!,

¡ay, corazón, una rosa mu blanca!

(Canción de consumo que cantaba Conchita Piquer)

Llevaban extraños abrigos con mucha hombrera, mucha solapa, mucho peso, sobre no menos extraños cuerpos, con mucho hueso o mucha grasa, mucho bigote o mucho pecho. Hablaban mucho. Callaban mucho. Pero por encima de todo trataban de olvidar todo lo que podían, y el derecho a la supervivencia de sus razones para sobrevivir era la mejor terapéutica automática que podían aplicarse. En verano, en los barrios populares, era muy posible verles en camiseta; gastada camiseta sin mangas, transparente de lavadas, incluso con ventanas-agujeros abiertas al tacaño aire fresco. Hablaban de la guerra, de lo que hicieron y no hicieron en la guerra, hablaban de la presente y corriente Segunda Guerra Mundial, de lo que hacían y de lo que harían los vencedores en la guerra. Hablaban de Manolete, de Pepe Luis Vázquez, de Amparo Rivelles, de Lina Yegros, de Indalecio Prieto, de Roosevelt, de Rommel, de la Pasionaria… Hablaban del hermano que tenían en Francia, en México o muy bien empleado en el Banco Español de Crédito. Cantaban. Cantaban canciones de lenta y larga moda, aún no abierto el apetito voraz de disc-jockey. Pasodobles… Suspiros de España… o aquella canción:

Yo tenía veinte años

y él me doblaba la edad,

en sus sienes había noches

y en las mías clariá.

Y en la escuela los niños recitaban de corrido:

España es la patria mía

y la patria de mi raza.

Miras hacia el Nuevo Mundo,

al viejo vuelves la espalda.

En 1939 un negro cubano y cantante llegó a España sin saber que iba a ser la voz de la trivialidad como válvula de escape de un pueblo; una trivialidad que, precisamente en 1939, tenía aire triste de nocturno.

Cuando silenciosa

la noche misteriosa

inunda con su manto la ciudad,

el eco de tu voz

me llama junto a ti

y yo no hago más que recordar.

Esta fue la primera canción que Antonio Machín voceó. Su eco sobrevive sobre aquellas gentes náufragas, que en las colas ejercitaban el loable empeño de la supervivencia.

El pasado me atormenta,

qué lejos estás de mí…

… proseguía la canción de Antonio Machín, como un paisaje; aquella melodía servía para una despedida (cualquier melodía sirve para una despedida) y, en efecto, a algo se estaba diciendo adiós cotidianamente. Algo moría día a día en cada español de los nacientes años cuarenta: la sonrisa de la victoria, la fe, la esperanza… y sobre todos quedaba una macabra divisa de supervivencia.

LA RECONSTRUCCIÓN DE LA RAZÓN

La guerra civil española, o casi mejor fuera llamarla la Spain’s Civil War, del mucho provecho historiográfico y político que han sacado de ella los anglosajones en general, había dejado una costumbre de irracionalidad que se plasmaba en el comportamiento personal y colectivo, en la épica personal y colectiva. Los años cuarenta se caracterizan por la reconstrucción de la razón a estos dos niveles y en su recorrido hay el claro ecuador de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Esta crónica sentimental se escribe desde la perspectiva del pueblo, de aquel pueblo de los años cuarenta que sustituía la mitología personal heredada de la guerra civil por una mitología de las cosas: el pan blanco, el aceite de oliva, el bistec de cien gramos, el jabón bueno, un corte de buen paño. La mitología del racionamiento y de las restricciones está presente de una manera obsesiva en los años cuarenta. La sentimentalidad colectiva se identifica con una serie de signos de exteriorización: las canciones, los mitos personales y anecdóticos, las modas, los gustos y la sabiduría convencional. Todos estos signos exteriores son cultura popular y están configurados por los medios de formación de la cultura de masas. En los años cuarenta, la radio, la enseñanza, los cantantes callejeros y rurales, la prensa, la literatura de consumo se aprestaron a despolitizar la conciencia social. Lo consiguieron casi totalmente e introdujeron el reinado de la elipsis, tácitamente convenido, para expresar lo que no podía expresarse. También el temple popular era elíptico y, en la dificultad de llamar al pan pan y al vino vino, a veces hay que buscar la clave en un acento, en un tono, en un silencio entre dos palabras. Qué agresivo puede ser el verso…

del por qué de este por qué la gente quiere enterarse…

… aunque sea el verso de una tonadilla que trata de cuestiones de amor prohibido. Había que oírlo cantado por las mujeres de la postguerra, por las mujeres que más padecían la postguerra, por las mujeres que siempre han padecido todas las postguerras de la Historia, sin ganar ninguna guerra.

La crónica sentimental de los años cuarenta testifica el gráfico en alza de un ritmo vital. La sustitución del carretón de mano por la furgoneta, del toreo tristísimo de Manolete por el toreo «rock and roll» de los años cincuenta, de aquellos futbolistas a destajo por Kubala y Di Stéfano… es la distancia que separa los años cuarenta de los cincuenta. Santo Tomás de Aquino y el padre Ceferino González se repartieron todos los decanatos de las facultades de Filosofía y Letras de España. Balmes era un neoconservador peligroso en 1940. En cambio, en 1951 Balmes ya había sido rehabilitado y los más audaces se atrevían a proponer la rehabilitación de Ortega y Gasset en un diez por ciento de su obra. Para aquellos pioneros del

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