Javier Manso - Breve historia de Juana I de Castilla

Retratos de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando. El de Isabel (hacia 1500-1504) es obra del pintor flamenco Juan de Flandes y se conserva en el palacio real de Madrid.

Cuando ambos monarcas contrajeron matrimonio, todos pensaron que se trataba de la unión de dos casas reales, a la manera en que se estaban produciendo uniones similares en otras latitudes, por lo que ambos pueblos, Castilla y Aragón, mantendrían su independencia, sus distintas formas de gobierno y sus respectivas estructuras administrativas. No fue así. En esas Cortes decisivas para la historia de España, los Reyes Católicos decidieron que su unión llevaría consigo la de sus pueblos, y además sentaron las bases para la creación de un Estado moderno. No lo hicieron ideando unos nuevos métodos de gobierno revolucionarios respecto a los anteriores, pero sí pusieron orden en las estructuras de poder que ya existían, y reorganizaron de forma centralizada los poderes ejecutivo, judicial y eclesiástico. Finalmente, aplicaron esta forma de organización en todos sus territorios, incluidos los nuevos que se iban incorporando a la Corona, y fueron implacables en la gestión, aplastando de raíz cualquier amago de disidencia.

Su idea de España, sin embargo, venía de la más remota Edad Media, de la época visigoda, o incluso más allá, de la Hispania romana. Los Reyes Católicos fueron capaces de ceder en lo esencial y de entenderse entre ellos, de forma casi increíble, formando una curiosa diarquía en perfecta igualdad que resultó irrompible hasta incluso después de la muerte de ambos. Y lo hicieron con luz y taquígrafos, pues cada uno de ellos nombró al otro corregente de su reino: el 28 de abril de 1478 Isabel otorgaba a Fernando plenos poderes para ejercer como soberano en Castilla, a pesar de que este era un reino mucho mayor en todos los aspectos que el que aportaba el aragonés; y el 14 de abril de 1481 Fernando nombra a su esposa igualmente regente en paridad de sus reinos, heredados de su padre Juan II de Aragón, que había fallecido en 1479 a la asombrosa edad para la época de 81 años.

En definitiva, aplicaron orden a todo, luchando contra los elementos, hasta lograr poner en marcha con éxito la administración y el gobierno del primer Estado de Europa: la seguridad de la población, las explotaciones agrarias y ganaderas, el sistema monetario, el sistema judicial, etc. Pero, además, durante su reinado se consiguió finalizar la Reconquista, con la toma del reino de Granada en enero de 1492, a base de un enorme esfuerzo económico y sobre todo personal, lo que entre otras cosas dio a los reyes un gran prestigio y les valió la gratitud de todas las casas reales europeas y de sus poblaciones.

Por si fuera poco, también fueron determinantes en la consecución de un hecho que cambió drásticamente el curso de la historia: apoyaron sin reservas la aventura de un desconocido marino genovés a quien nadie había dado crédito hasta entonces, y que acabó descubriendo un nuevo y vastísimo continente al otro lado del Atlántico, lo que reportó a España una dimensión geográfica y económica desconocida hasta aquellas fechas. Hablamos por supuesto del descubrimiento de América, que entonces se llamaron las Indias Occidentales, por parte de Cristóbal Colón.

El rey Fernando, como buen aragonés, tampoco olvidó durante sus años de reinado mirar hacia el Mediterráneo, donde consiguió hacer aún mayor el conjunto de territorios unidos a la Corona española gracias a sus conquistas en Nápoles, Sicilia y otros territorios italianos, con personajes legendarios como el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, comandando las temibles tropas españolas. Y la guinda personal en su pastel: Navarra, la «abuela vascona de España», que decía Sánchez Albornoz, incorporada también a la lista de reinos dirigidos por Isabel y Fernando, gracias al empeño de este último.