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El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Lord Acton
Si todas las ideologías tienen siempre aspectos complejos para encapsularlas en una definición cerrada y exclusiva, el anarquismo es una corriente de pensamiento y de acción que presenta mayores dificultades, si cabe, para conseguir una conceptualización del mismo. En realidad, puede ser tanto una interpretación de las relaciones sociales como una actitud ante el poder, y especialmente el Estado, que generó, a finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo XX , un movimiento social y sindical con aristas intelectuales y de acción muy diversas. Si queremos una definición enciclopédica nos limitaremos a señalar que los anarquistas pretenden una sociedad sin Estado ni autoridad establecida por cualquier procedimiento que busque reglamentar y normalizar las libres determinaciones de los hombres y mujeres en su convivencia en sociedad. La condición natural del hombre es la libertad y desde ella han de construirse las relaciones sociales; el Estado es una perversión de la naturaleza humana. El movimiento anarquista se ha ido configurando desde posiciones ideológicas diversas. En él han convergido ideas procedentes de la Ilustración, el liberalismo, los economistas clásicos o los denominados impropiamente socialistas utópicos, junto a una creencia en el progreso continuo a través de la ciencia.
Sin embargo, esto no es decir mucho, puesto que otras ideologías estarían también defendiendo la eliminación o disminución de los poderes políticos. Sin ir más lejos, el marxismo-leninismo proclamaba que una vez triunfara el comunismo en todo el mundo, después del período de la dictadura del proletariado como clase dirigente, no haría falta ningún poder coercitivo, ni estructuras militares o burocráticas. Sería el final de un proceso histórico donde la lucha de clases habría desaparecido, aunque mientras tanto la clase obrera debía controlar el poder del Estado para impedir que la burguesía y los mecanismos administrativos e ideológicos que habían configurado retomaran su dominio. Además, el término anarquista tiene también connotaciones negativas y así se emplea muchas veces cuando se quiere señalar que algo está descontrolado y sin rumbo, anárquico se configura como sinónimo de desbarajuste, de caos. O se relaciona con la destrucción por sus actividades históricas conectadas con el terrorismo a través de su prédica de la «propaganda por la acción» que provocó, a finales del siglo XIX y principios del XX , diversos atentados contra personalidades o instituciones que representaban, para los llamados también libertarios, el poder de una sociedad que explotaba a la mayoría de las personas. Por todo ello conviene referirse más a anarquismos, porque fueron diversos y, en algunos casos, contradictorios los principios que defendieron la necesidad de estructurar una sociedad sin Estado.
Aún con todas estas consideraciones podemos adscribirlo a un movimiento social y político que pretendió, de maneras diversas, eliminar los gobiernos y por tanto los Estados que, aun siendo elegidos de manera democrática, constituyen un poder de dominio injustificable para cualquier sociedad porque consolidan la desigualdad de hombres y mujeres provocando una desproporción entre los que poseen la mayor parte de la riqueza, que son una minoría, y los que trabajan y contribuyen a acrecentarla y viven principalmente de su salario. Lo único que logran los poderes del Estado es mantener los privilegios de los que se han apoderado de los bienes sociales, que deben ser colectivos. Y si existen aparatos gubernamentales que se concretan en el Estado, invariablemente se producirá la división entre oprimidos y opresores aunque se pretenda conquistar el poder para terminar con las desigualdades. Desde la acción política nada se transforma y de ahí su crítica a los partidos socialistas y comunistas que mantendrían las diferencias entre los que mandan y obedecen. El poder, como señaló el escritor lord Acton (1834-1902) y Bakunin asumió plenamente en su trayectoria revolucionaria, corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, y no se ha de destruir desde dentro del mismo, sino desde fuera.
La principal base social del anarquismo estuvo en los trabajadores industriales y los campesinos, aunque tuvo ramificaciones en sectores artísticos o literarios de las vanguardias de finales del siglo XIX y primer tercio del XX , y construyó, también en otros sectores, diversas tendencias que van desde una defensa de una pedagogía libre a grupos naturistas, vegetarianos, partidarios de la eugenesia, esperantistas (el esperanto es un intento de construir un idioma universal), neomalthusianos o pacifistas.
Pero aún con la dificultad de caracterizar el anarquismo como una corriente de pensamiento uniforme y sus múltiples ramificaciones, donde es difícil distinguir un nexo común que no sea la desaparición del Estado, tenemos que admitir que muchos de sus seguidores se identificaron con la denominación, y no parece adecuado insistir sólo en que el anarquismo no tiene una unidad básica ni coherencia interna por la mera circunstancia de que en él se incluyen perspectivas teóricas diversas y métodos de acción divergentes y en ocasiones contradictorios. Tendremos que explicar también por qué, si consideramos que bajo su techo se inscriben tendencias diversas y dispares, aceptaron la denominación de anarquistas o libertarios. Es indudable que el anarquismo como movimiento social y sindical mantuvo su poder de convocatoria entre la I Internacional y el final de la Guerra Civil española (1869-1939) y fue en España donde alcanzó su máxima expresión, pero también tuvo su apoyo en Latinoamérica y otros países de Europa. Y fueron los obreros y campesinos los que más se identificaron con él y reivindicaron, desde la acción directa, la colectivización de los medios de producción, sin que por ello tuviera que abolirse la libertad individual.
La acracia, no obstante, no se conecta con una clase en la línea que lo hacía el marxismo con el proletariado. Su propósito es liberar a toda la humanidad sin distinción de posición social en el capitalismo imperante, y si tiene mayor fuerza entre los trabajadores, los explotados, es porque estos padecen con mayor virulencia las desigualdades y la injusticia de una sociedad que impone a través del Estado los mecanismos de control para que todo favorezca a los poderosos. «Los anarquistas –diría el italiano Errico Malatesta– no luchan para conseguir el puesto de los explotadores, quieren la felicidad de todos los hombres, de todos sin excepción». Todo lo que posibilitará romper con los convencionalismos sociales y permitir la libertad individual combinada con la igualdad podía ser defendido desde el anarquismo. Obras como Un enemigo del pueblo, del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906), tuvieron multitud de representaciones en los ateneos libertarios por cuanto mostraban la rebeldía del individuo frente a las costumbres impuestas. De igual manera muchos anarquistas editaron y leyeron con entusiasmo al filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900), quien señaló que la racionalidad con que se pretende gobernar el mundo es una manera de disimular la voluntad de poder y dominio de unos sobre otros.