Isaac Asimov - Trasplante obligatorio: la biología en la ciencia ficción
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- Libro:Trasplante obligatorio: la biología en la ciencia ficción
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Trasplante obligatorio: la biología en la ciencia ficción: resumen, descripción y anotación
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Trasplante obligatorio
La biología en la ciencia ficción
Isaac Asimov
Charles G. Waugh
Martin H. Greenberg
(Recopiladores)
Colección Super Ficción 97
Título original: Caught in the organ draft
Traducción de Hernán Sabaté
© 1983 by Nightfall Inc., Charles G. Waugh and Martin H. Greenberg
© 1986, Ediciones Martínez Roca, S. A.
Presentación de contraportada
Cuando la ciencia ficción penetra en la biología puede inducirnos a grandes especulaciones en el estudio de la vida.
Con esta antología de relatos seleccionados por Isaac Asimov y sus colaboradores Martin H. Greenberg y Charles G. Waugh, tenemos ocasión de conocer la importancia de esta ciencia para los grandes maestros de la ciencia ficción. En este volumen se presentan doce relatos cuyo denominador común es la biología, tratando diferentes aspectos de la evolución, la biología celular, la genética, la fisiología, la reproducción o la ecología.
En «Ruido atronador». Ray Bradbury nos sitúa en el año 2500, transportándonos al pasado en un peligroso safari a la Tierra. Poul Anderson, en "Los hijos del mañana», narra una historia de mutaciones genéticas y sus consecuencias después de una guerra atómica. En «Trasplante obligatorio», cuento que da título a esta antología, Robert Silverberg nos remite a una época y un lugar en el que los jóvenes se ven obligados a donar un órgano de su cuerpo. De lo contrario morirán irremediablemente.
Los relatos de Fredric Brown, James S. Schmitz, Ursula Le Guin, Thomas N. Scortia, entre otros, completan este volumen.
Introducción
La palabra biología procede de dos vocablos griegos, bios y logos . El primero significa «vida»; el segundo, «palabra» o, en términos más abstractos, «discurso racional» o, traducido a fórmulas modernas, «pensamiento científico». La biología es, pues, tal como indica la propia palabra, «la ciencia de la vida».
Ningún otro tema puede ser más importante para nosotros, ya que nosotros mismos somos un ejemplo de lo que se entiende por seres vivos.
La importancia de la biología no es, sin embargo, un asunto de mera contemplación egoísta de nosotros mismos. Tengamos en cuenta que, en nuestro inmenso Universo formado por cien mil millones de galaxias constituidas cada una de ellas por un promedio de cincuenta mil millones de estrellas, sólo conocemos un mundo –el que habitamos– que posea vida.
Parece improbable que en un Universo de estas dimensiones sólo haya un rincón donde pueda encontrarse vida, y puede argumentarse (como de hecho sucede) que en realidad hay muchos lugares, muchos millones de lugares en cada galaxia, quizás, en los que exista vida. No obstante, tal posibilidad sigue constituyendo una especulación y carecemos de pruebas de primera mano, de evidencias concluyentes, acerca de la existencia de vida en otros puntos del Universo, salvo aquí, en la Tierra.
Más aún: si limitamos nuestro estudio a la Tierra, podemos decir que la vida es un fenómeno que únicamente se da en la superficie del planeta. La vida es algo frágil que depende de una gama muy limitada de condiciones ambientales, las cuales amenazan siempre con cambiar, hasta el punto de borrar de la faz del planeta muchas variedades de seres vivos . Heladas, incendios, sequías, inundaciones, erupciones volcánicas, depredadores, parásitos...
Incluso existen indicios que llevan a pensar que, periódicamente, se han producido (al menos en seis ocasiones distintas) colisiones de la Tierra con pequeños asteroides que han tenido por resultado la destrucción casi total de la vida en el planeta. La más reciente de estas ocasiones pudo haber sucedido hace apenas 65 millones de años.
Así pues, debemos concebir la vida como un fenómeno que únicamente se da en un planeta y sólo de manera precaria, pendiente de un hilo.
Sin embargo, ¿no demostraría tal situación que la vida es un hecho de ínfima importancia en el Universo como conjunto? ¿No sería la vida, entonces, un fenómeno evanescente, una insignificante y temporal enfermedad de la materia, un pequeño forúnculo surgido en el poderoso todo de la existencia?
Un momento...
De todas las substancias y materias que conocemos, sólo los seres vivos parecen mostrar alguna señal de «conciencia», de percepción de su entorno, de capacidad de demostrar respuestas adaptativas; es decir, de reaccionar al medio ambiente de forma que se obtenga un máximo de posibilidades de autoconservación y de supervivencia.
Y ello es, con toda certeza, una propiedad única. Todos los objetos no vivos soportan las condiciones ambientales que se les presentan. La materia no viva afronta los desastres exactamente igual que afrontaría las condiciones más favorables. Sólo los seres vivos «saben protegerse de la lluvia», metafóricamente hablando. Incluso los árboles, que no pueden moverse para evitar el hacha, extienden las raíces para buscar agua y abren las hojas para recibir la luz del Sol.
Esta conducta singular del ser vivo otorga al mismo unas cualidades que compensan e incluso superan lo insignificante de su cantidad y su tremenda fragilidad.
Cabría aducir que, al ser nosotros mismos –ejemplos de seres vivos– quienes valoramos la importancia relativa de la capacidad de dar respuestas adaptativas en contraposición a las mencionadas desventajas de la reducida cantidad y la gran fragilidad, nuestro juicio mal puede ser considerado imparcial.
Esto es cierto, pero precisamente en poder afirmarlo radica la diferencia fundamental. Sólo la vida puede emitir tal juicio, porque únicamente la vida posee la conciencia suficiente para hacer que surja una cuestión de juicio. La vida posee una suprema importancia por la razón misma de que únicamente ella puede señalar y decidir la importancia de una cuestión.
De hecho, ahora nos estamos refiriendo no ya a la capacidad de respuesta adaptativa, sino al pensamiento abstracto, lo cual es algo todavía más restringido. En la actualidad hay quizás unos dos millones de especies vivas y, en los tres mil millones de años en que la vida ha venido existiendo en el planeta, quizás haya habido en total unos veinte millones de especies. Y, de entre todas ellas, sólo una especie, el Homo sapiens , ha dado pruebas irrefutables de capacidad de pensamiento abstracto.
Por supuesto, quizás esto sea una muestra de vanidad por nuestra parte. Es posible que chimpancés, gorilas, elefantes, delfines, ballenas, cuervos, pulpos y quién sabe cuántas especies más, disfruten de algo que pueda definirse, en una interpretación más o menos amplia, como pensamiento abstracto. No obstante, queda fuera de toda duda que, incluso si ello es cierto, los seres humanos poseemos un grado de pensamiento abstracto tan superior al de las restantes especies que nos eleva a un plano netamente superior al de éstas; casi podemos afirmar que tal superioridad cuantitativa representa una diferencia cualitativa.
Remitámonos a hechos o ejemplos concretos: el Homo erectus , un predecesor nuestro de menor capacidad cerebral, fue la primera especie de toda la historia de la Tierra en utilizar deliberadamente el fuego. El Homo sapiens heredó esta capacidad, mientras que ninguna otra especie de seres vivos del planeta, aunque sea o haya sido inteligente, ha hecho uso del fuego.
No consideremos, sin embargo, al Homo sapiens como un mero beneficiario pasivo del genio inventor e innovador del Homo erectus . El primero ha elaborado, en lo que es apenas un instante en términos geológicos, la inmensa parafernalia de lo que denominamos civilización tecnológica, y no cabe la menor duda de que sólo el Homo sapiens posee o ha poseído (en la Tierra) la capacidad necesaria para desarrollar una tecnología tan compleja.
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