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Robert Charroux - Tesoros ocultos

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Robert Charroux Tesoros ocultos
  • Libro:
    Tesoros ocultos
  • Autor:
  • Editor:
    Zig-Zag
  • Genre:
  • Año:
    1964
  • Índice:
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Tesoros ocultos: resumen, descripción y anotación

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Charroux ha podido escribir este libro que resume sus conocimientos y parte de su propia experiencia, la aventura del buscador de tesoros resulta siempre seductora. Es un desafío a lo desconocido; pero en la época presente, no es ya a base de emperismo o de brujería, sino con el apoyo de la ciencia, especialmente de la electrónica. Hoy día -como explica el autor de Tesoros Ocultos- , con un casco provisto de auriculares, con el dedo puesto en el amperímetro y el sounding, el buscador de tesoros viola el misterio de lo impenetrable y aclara la noche de la materia compacta.¿Quién no ha oído hablar de tesoros ocultos? Los hay en todas partes: en l atierra, en los muros, en los mares. El globo entero está repleto de tesoros que se descubren día a día.Tesoros Ocultos nos conduce por la senda mágica que ha llevado a algunos de esos descubrimientos. Los tesoros antiguos, el oro del Nuevo Mundo y los galeones, el fabuloso El Dorado, los tesoros de los piratas, los tesoros de la Revolución Francesa, los tesoros de la guerra, y tantos otros más, sirven de base al relato de Robert Charroux, que resulta, así, apasionante como una novela.

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ROBERT CHARROUX

(Presidente del Club Internacional de Buscadores de Tesoros)

Tesoros Ocultos

ENTERRADOS, EMPAREDADOS, SUMERGIDOS

ZIG ZAG

COLECCION HISTORIA Y DOCUMENTOS

© Empresa Editora Zig-Zag, S. A., 1963.

Derechos reservados para todos los países de habla española. Inscripción. N° 26335.

Santiago de Chile. 1964.

Título del original francés: TRÉSORS DU MONDE

Traducción de Hernán del Solar

EMPRESA EDITORA ZIG-ZAG, S. A.

Prólogo

Han llegado los tiempos en que la aventura vuelve a comenzar, más prodigiosa que en el siglo de Isabel de Castilla, y las carabelas a reacción se lanzan ya hacia el nuevo mundo planetario.

El destino del hombre no es el de cavar su tumba, sino el de viajar más allá de todas las fronteras, continuando la tradición prehistórica de nuestros distantes antepasados que iban incansablemente en persecución del sol.

Todas las grandes migraciones, las invasiones y los éxodos se hicieron sobre ese eje ritual este-oeste, en el sentido solar, y los amantes de la paradoja podrían decir, en verdad, que el oeste es el polo magnético de nuestro globo terráqueo.

La humanidad, estagnada desde el siglo XVII, ha forjado, a pesar de todo, los vehículos de su emancipación y elegido las rutas inciertas y los mares tenebrosos por donde lanzarse.

Pero el sentido este-oeste, dimensión de superficie, está jalonado, estudiado, cartografiado, medido, señalado, y el mundo terrestre emergido, desde La Rochela a Tokio, desde Thule a las islas Kerguelen, no muestra la menor topera cuya altura, circunferencia y peso específico no se conozcan.

La aventura en superficie, agotada por los navegantes, exploradores, geofísicos, por los autos, los transatlánticos y expresos, debe orientarse hacia un nuevo acimut, hacia el espesor, que es altura y profundidad, o descentrarse.

La aventura proyecta a los hombres hacia la Luna, Marte, Venus o el Sol, y tal vez (si el universo es hueco y el exterior está en lo interior) sea aún centrífuga en dirección de las últimas zonas invioladas de la corteza terrestre.

Y los conquistadores de una y otra evasión visten su uniforme común: traje de material plástico y máscara respiratoria para moverse a 1.000.000 de kilómetros en el vacío sideral o a 10.000 yardas en los océanos.

Va a ser necesario escoger: el El Dorado de los planetas en el exterior lejano, o en el exterior próximo los cementerios marinos, las minas de esmeraldas y rubíes, los escondites con cofrecillos de oro habidos en los viejos muros, los subterráneos y el polvo de los milenios.

El buscador de tesoros ha resuelto desafiar a lo desconocido, adivinar lo milagroso, sondear la materia virgen, descentrarse en el espesor, pero no toma ya el arsenal engañoso de los ocultistas: la varilla adivinatoria, el hechizo, la mandrágora; la ciencia ha puesto a su disposición brujos de transistores, y la electrónica juega a los duendes con los tesoros ocultos.

Decía Alí Babá: “Sésamo, ábrete”.

Hoy día, con un casco provisto de auriculares, con el dedo puesto en el amperímetro y el sounding, el buscador de tesoros viola el misterio de lo impenetrable y aclara la noche de la materia compacta.

Así, pues, renace la prodigiosa aventura; todo no está escrito, medido, inventado; lo “interior” está aún inviolado, y todavía existe el “en los muros”, el “en la tierra”, el “en los mares”.

Porque la tierra y los mares, el globo terrestre en suma, están repletos de tesoros que se descubren —en pequeña escala— un poquito cada día: son los exploradores de SaintWandrille, que sacan de un muro quinientas monedas de oro; son dos cavadores en Chelles; un sepulturero en Thiais; unos niños en Fontenay, que encuentran una enorme arca con luises de oro y diamantes...

¿Los tesoros? Los hollamos cotidianamente, y nuestros ojos acarician sus escondrijos sin sospechar, por suerte, lo que contienen.

En París, ¿quién no ha mirado cien veces la estatua ecuestre de Enrique IV en el Puente Nuevo? Un pequeño tesoro se esconde en una pata trasera del caballo, oculto en 1816 por el escultor Lemot; los diamantes de la Du Barry se desparraman por el parque de Sceaux bajo las margaritas primaverales; en Mans, Plaza de la Estrella, miles de buenos ciudadanos caminan desde hace ciento sesenta años sobre los 100.000.000 de escudos de 6 libras de las ursulinas del antiguo convento; en Charroux (Vienne), mil charruenses esconden sus botellas de vino añejo a algunos centímetros de los setenta y un tesoros ocultos en 1569; en Lila, la misa sé dice en Nuestra Señora de la Viña sobre tesoros escondidos cuando el saqueo de la ciudad por Felipe Augusto; en Lyon, tesoros de los sótanos, por centenares, esperan a los eventuales descubridores; en Provins, el oro duerme en kilómetros de subterráneos; en Ruán, se estremecen de inquietud en viejas casas cuyos días están contados; en Marsella, están escondidas las alhajas de la actriz Gaby Deslys; en Montauban, el tesoro se halla bajo el antiguo castillo; en Poitiers, está emparedado en los baluartes y los signos claves lo señalan a la atención de los iniciados; en Cassel, en Bavay, en La Rochela, en Burdeos, en Perpiñán, en Niza, en Gisors, los escondites y cofres están a escasos pies de profundidad; en Cháteau-Gontier (en Mayenne) una piedra que gira señala la entrada a la cripta de las joyas; en Rennesle-Cháteau, los miles de millones de Béranger Sauniére están en una tumba; en Crain, la caja de oro de San Germán está en un recodo del jardín; por último, en Valonia, Flandes, Artois, Picardía, millones de botas alemanas han pisoteado beatamente, en mayo de 1940, millones de tesoros ocultos la víspera por los fugitivos.

¿Y los tesoros de los mares? Más numerosos aún que los tesoros terrestres, si ha de creerse a la tradición; cubren el mar Caribe, el estrecho de Bass, la bahía de la Mesa, las costas de Chile, y también las costas de Francia...

El Club Internacional de Buscadores de Tesoros centraliza una documentación verdaderamente única sobre el asunto.

Durante veinte años, las bibliotecas nacionales de los principales países han sido investigadas y se han comprado señales de tesoros, mapas, planos, especialmente en América, o han sido traídos de todos los continentes por los miembros durante sus expediciones.

En cuanto a los tesoros de Francia, en los cuatro años de campaña de prensa bajo el título de “Caza de Tesoros”, de 1951 a 1955, se obtuvo tal correspondencia que se catalogaron quince mil yacimientos.

De esos quince mil tesoros, hay que decirlo, más de 14.000 son simples tradiciones, leyendas a menudo pintorescas, pero cuyos orígenes no pueden conservarse.

Lo más difícil fue constituir el fichero fotográfico que actualmente comprende tres mil fotografías, planos, grabados o dibujos. Transmisiones de radio provocaron también una buena cosecha, de modo que el Club puede ahora enorgullecerse de poseer la casi totalidad de las grandes historias de tesoros existentes en el globo; sin contar algunos tesoros secretos, cuya divulgación, no hay para qué decirlo, no puede hacerse.

El Club agrupa a buscadores de alto rango, a grandes aventureros: el capitán Tony Mangel, adversario de Malcolm Campbell y de Franklin Roosevelt en la isla Cocos; Florent y Mireille Ramaugé, especialistas de la bahía de Vigo; Jean Albert Fo'éx, jefe de la expedición Jonás en el mar Rojo; Mme de Grazia, criptóloga; Denise Carvenne, Simone Guerbette, Lucienne Lenoir, Fierre Lenoir, electrónico del Club; el audaz pirata de Thailandia, Alberto Lazaroo, y ese otro pirata cuya personalidad domina la aventura de nuestro siglo: Henry de Monfreid, presidente honorario del Club.

Pero ¿cómo imaginan ustedes a un buscador de tesoros?

El buscador de tesoros, partidario de. la aventura, y de la proyección fuera de las fronteras burguesas y conocidas, práctico del batiscafo y del detector electrónico, está atormentado por sutiles complejos. Por espíritu científico y aventurero, pertenece a la familia de los Marco Polo, Colón, Pinzón, Cotral; por estética y honradez moral, repudia atrozmente la ciencia empírica y demoníaca, la demagogia del cemento, de los rascacielos, de la caja de material plástico, del diamante sintético, de la planificación agrícola y la normalización forzosa.

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