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Nathaniel Hawthorne - Cuadernos norteamericanos

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Nathaniel Hawthorne Cuadernos norteamericanos

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Bosquejos de cuentos, frases, argumentos, proyectos, descripciones y otros tesoros ocultos se encuentran en los cuadernos de apuntes que llevó durante años el genial escritor norteamericano. A excepción de algunos pocos fragmentos, estos textos han permanecido inéditos en castellano hasta la edición que el lector tiene en s us manos. Dijo Jorge Luis Borges que Hawthorne murió durmiendo y que tal vez por eso nos legó la tarea de soñar. Sin duda, como escritor, Hawthorne soñó muchos más libros de los que podía escribir, pero en lugar de resignarse dejó registrados sus pensamientos en los Cuadernos norteamericanos: una cantera de ideas magistrales, arriesgadas e insólitas de las que han bebido muchos escritores y que se proponen como una irresistible llamada a la imaginación.

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Bosquejos de cuentos, frases, argumentos, proyectos, descripciones y otros tesoros ocultos se encuentran en los cuadernos de apuntes que llevó durante años el genial escritor norteamericano. A excepción de algunos pocos fragmentos, estos textos han permanecido inéditos en castellano hasta la edición que el lector tiene en sus manos. Dijo Jorge Luis Borges que Hawthorne murió durmiendo y que tal vez por eso nos legó la tarea de soñar. Sin duda, como escritor, Hawthorne soñó muchos más libros de los que podía escribir, pero en lugar de resignarse dejó registrados sus pensamientos en los Cuadernos norteamericanos: una cantera de ideas magistrales, arriesgadas e insólitas de las que han bebido muchos escritores y que se proponen como una irresistible llamada a la imaginación.

Nathaniel Hawthorne

Cuadernos norteamericanos

Título original: American Notebooks

Nathaniel Hawthorne, 1868

Traducción: Eduardo Berti

PRÓLOGO

Los cuadernos del ermitaño

Vasta es la lista de escritores que, como Nathaniel Hawthorne, llevaron cuadernos de apuntes con bocetos e ideas para su uso posterior. El caso de Hawthorne, no obstante, resulta particular porque a diferencia de los diarios de Somerset Maugham (por citar otro ejemplo en el que abundan los esbozos literarios), los «gérmenes de relatos», como los llamaba Valéry Larbaud, o los «argumentos y proyectos», como los llama Malcolm Cowley, constituyen uno de los ejes más importantes, si no el más interesante, de los American Notebooks.

Diversos escritores, incluido Maugham, publicaron en vida una selección de sus diarios, efectuada a conciencia por ellos mismos. Otros tantos dejaron listos sus diarios para que fuesen publicados póstumamente. Hasta donde se sabe, Hawthorne no intentó darlos a conocer en vida ni dejó orden alguna para que fueran publicados tras su muerte. Fue su viuda, Sophia Peabody, quien después del fallecimiento de su esposo, ocurrido en 1864, tomó la resolución de hacerlos públicos, a partir de una propuesta de James T. Fields, editor de Hawthorne y redactor de la revista The Atlantic Monthly.

En total, Hawthorne llegó a redactar tres volúmenes de diarios. Los Cuadernos norteamericanos abarcan el período de 1835 a 1853, vale decir su etapa de formación y madurez literaria. Vinieron luego los Cuadernos ingleses y por fin los Cuadernos franceses e italianos. El primer volumen (el de los American Notebooks) corresponde a los años en que Hawthorne vivía en los Estados Unidos y finaliza con su decisión de viajar a Inglaterra, donde cumplió funciones diplomáticas en Liverpool, desde 1853 hasta 1857.

Los Cuadernos norteamericanos se componen, en rigor, de siete cuadernos distintos. Su reconstrucción fue difícil y polémica. Hasta 1978 sólo se conocían cinco, no siete; los restantes aparecieron últimamente. La primera edición, fragmentaria y por cuenta de Sophia Peabody, data de 1868 y llevó por título Passages from the Notebooks of Nathaniel Hawthorne, dado que la viuda llevó a cabo una importante tarea de edición, selección y depuración de los textos. Para encontrar el primer intento de una versión íntegra hace falta remontarse al año 1900 y, sobre todo, la edición de 1932 efectuada por Randall Stuart.

Llenos de tesoros ocultos, los Cuadernos norteamericanos asombran por su calidad pero asimismo por su variedad, ya que incluyen desde frases aisladas hasta fragmentos extensos, desde numerosas ideas para cuentos o novelas hasta anotaciones personales o párrafos puramente descriptivos, estos últimos influidos a las claras por el Walden de Thoreau. «Pocos novelistas han observado la naturaleza con tanta atención», llegó a escribir Paul Auster al respecto. A Henry James, en contrapartida, le impacientaban las descripciones, a su juicio anodinas, de «un perro, un paseo o una persona conocida en una taberna».

De las casi quinientas páginas de los American Notebooks, se incluye aquí una selección que da neta preferencia a los pequeños relatos o esbozos de relatos, en desmedro de aquellos pasajes donde el autor parece dedicarse más al mundo de la naturaleza que a los conflictos del mundo humano.

Salvo una decena de fragmentos traducidos en su oportunidad por Borges y Bioy Casares para sus magníficas antologías; salvo los pasajes traducidos por Carlos José Restrepo para su versión —en la colección Cara y Cruz, de Norma— de El holocausto del mundo; salvo un largo trecho (julio-agosto de 1851) conocido bajo el título de Veinte días con Julian y conejito (Anagrama) y que en rigor constituye casi un libro aparte, una unidad dentro de una suma de textos diversos; salvo estas excepciones, los American Notebooks permanecían —increíblemente— inéditos en castellano.

El olvido es imperdonable, máxime cuando estas páginas, además de amenas y rebosantes de imaginación, vienen a completar la imagen del escritor. En un breve ensayo titulado «Hawthorne en familia», Paul Auster ha escrito que existen múltiples Hawthorne: el maestro de Henry James; el inspirador de la teoría del cuento de Poe; el creador de alegorías; el fabulador romántico; el cronista de la Nueva Inglaterra; y hasta «el precursor de Kafka», según Borges. La ficción de Hawthorne puede ser provechosamente abordada bajo todos estos ángulos, cree Auster, pero no es menos cierto que existe asimismo «un Hawthorne más o menos olvidado», a causa de la amplitud de su obra: un Hawthorne privado, amante de las descripciones paisajísticas, paciente cultor de las ideas y de los pensamientos fugaces, viajero e historiador de la vida cotidiana.

Las páginas de estos cuadernos desbordan inventiva, y son tan frescas que Hawthorne «deja de parecemos una venerable figura del pasado», como bien ha estimado Auster, para convertirse en un contemporáneo, un escritor en vigencia.

Figura tutelar de la literatura norteamericana, Nathaniel Hawthorne nació en el puerto de Salem, Massachussets, en 1804, más precisamente el 4 de julio, aniversario de la declaración de la independencia de los Estados Unidos. Su verdadero apellido era Hathorne; él le añadió la «w». Su padre, capitán de navio, murió de fiebre amarilla en Surinam cuando Nathaniel tenía apenas cuatro años. Tras este hecho, la familia llevó una extraña vida de reclusión. «Entregados a la Sagrada Escritura y a la plegaria, no comían juntos y casi no se hablaban. Le dejaban la comida en una bandeja en el corredor», contó Borges en su Introducción a la literatura norteamericana.

Salem, ya entonces, era una pobre aldea puritana, muy vieja y en decadencia. Los Hathorne tenían raigambre allí. Cierto antepasado, un tal William Hathorne, había sido en su tiempo un magistrado famoso por perseguir a los cuáqueros, y el propio Nathaniel dijo de él que «tenía todas las características de los puritanos, las buenas y las malas». Otro antepasado, John Hathorne, estuvo entre los jueces que dictaron sentencia en los célebres procesos realizados en Salem en el siglo XVII, por cargos de brujería. «No sé si mis antepasados pensaron alguna vez en arrepentirse y pedirle perdón al cielo por sus crueldades», puede leerse en La casa de los siete tejados, novela donde se postula que los males cometidos por una generación suelen perdurar y aun obrar sobre la siguiente, como un castigo heredado.

Puritano por educación y por convicción, la culpa fue uno de los temas centrales en su obra, en la que abundaron las alegorías no siempre moralizantes. Tanto Poe como Borges deploraron la tendencia de Hawthorne a buscar casi siempre una moraleja a modo de conclusión, lo que a juicio de ambos echó a perder no pocos de sus cuentos.

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