En la Antigüedad los caminos terrestres y marítimos se hallaban rodeados de incertidumbres: ¿Qué vía escoger a fin de recalar en Roma? ¿Cuánto tiempo esperar en un tugurio portuario a que arribe una nave con rumbo al Egeo? ¿Qué accidente geográfico indica si piso suelos asiáticos o todavía europeos? ¿Cómo proteger la caravana del bandidaje de los nómadas del desierto? ¿Intentará despojarme de mis pertenencias aprovechando el anonimato nocturno este hospedero truhan? Cada viajero afrontaba en la vida ambulante amenazas que harían palidecer al mismísimo Odiseo.
Conozca la geografía de un mundo repleto de misterios: los países exóticos de Oriente y del continente africano, el Mediterráneo y los mares de Arabia y de la India, la tierra del Nilo y las antiguas metrópolis de mármol helenísticas, la Atenas donde se hacinaban los jóvenes aristócratas romanos, las costas de la bahía de Nápoles y los oráculos y santuarios que acogían en Grecia al vulgo ansioso de sumirse en la mundanidad de los juegos, los espectáculos y las diversiones de las grandes celebraciones religiosas.
Viajes por el Antiguo Imperio Romano le acercará a la comprensión romana del universo y le mostrará la cultura y las formas de vida en la Antigüedad. Una obra imprescindible para los amantes de los viajes, la historia, la arqueología, la geografía, la aventura, las exploraciones, la religión y la ingeniería.
Jorge García Sánchez
Viajes por el Antiguo Imperio Romano
Colección Historia Incógnita
ePub r1.0
3L1M4514505.04.16
Título original: Viajes por el Antiguo Imperio Romano
Jorge García Sánchez, 2016
Diseño: Universo Cultura y Ocio
Imagen de portada: Composición a partir de las obras de:
—CRESQUES, Abraham. Atlas catalán (1381). Biblioteca Nacional de Francia.
—«San Nicolás rescata un barco». Ilustración que aparece en Las bellas horas del Duque de Berry (1399-1416). Museo Metropolitano de Arte de Nueva York.
Editor digital: epubdroid
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A mi abuela, por el viaje de una vida.
JORGE GARCÍA SÁNCHEZ. Es investigador y profesor de Arqueología en la Universidad Complutense de Madrid. En 2005 se doctoró en dicha universidad con la Tesis El valor de la Antigüedad en los arquitectos españoles pensionados en Roma (siglos XVIII y XIX), que fue publicada posteriormente. Después de diversas estancias de investigación en Italia, se incorporó a la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CISC) con diversos contratos posdoctorales y de difusión científica. Permaneció en la capital italiana hasta 2010, fecha en la que regresó a España.
En sus trabajos académicos y de divulgación se ha centrado fundamentalmente en indagar acerca de la Historia de la Arqueología, la presencia artística española en Italia entre los siglos XVIII y XX, en el mundo de los viajes artísticos, arqueológicos y de exploración por Europa y por Oriente, en el coleccionismo de obras de arte clásico, en la arqueología de nuestro país en Grecia e Italia y recientemente en el mundo de la educación en época romana.
Capítulo 1
La vuelta al mundo en LXXX días.
Los viajes por tierra
Capítulo 2
Las estaciones de servicio y los hoteles de la antigüedad: hospitia, mansiones, stabula, mutationes y tabernae
Capítulo 3
Los mapas de la ecúmene
Capítulo 4
La navegación y los navegantes del mare nostrum
Capítulo 5
Geógrafos, historiadores, soldados y periegetas: los viajes administrativos, de conquista y de exploración
Capítulo 6
Tú a Egipto y yo a la Campania.
Turismo aristocrático y veraneo hasta la caída del Imperio romano
Capítulo 7
Sabios, estudiantes y peregrinos
Introducción
El mundo heredado por Roma
Un geógrafo griego universal, Estrabón de Amasia, que vivió el amanecer de la era marcada por el advenimiento del emperador Augusto, escribió una vez que, dondequiera que el hombre había descubierto los confines de la tierra, se encontraba el mar. Una introducción a un libro de viajes, independientemente del período de la Antigüedad abarcado, no puede eludir esta realidad. Si hablamos de comunicaciones, el siglo XIX consagró al altar del progreso el ferrocarril. El siglo XX trajo consigo la industria aeronáutica. Pero volviendo la vista atrás, el conocimiento del mundo, la percepción de los pobladores de hasta sus esquinas más recónditas, la guerra, el comercio, la circulación de ideas y de creencias se han llevado a cabo por los caminos del mar, y si nuestra referencia es la civilización clásica, esa vereda fue trazada por el Mediterráneo.
Las páginas de este volumen discuten, entre una miscelánea de argumentos, de qué manera y qué motivos incitaban a los romanos a arriesgar la piel alejándose de su patria; qué infraestructuras hoteleras existían entonces; los transportes al uso y las arterias terrestres y marítimas que tenían a su disposición, así como qué clase de mapas y de Periplos les informaban de las rutas a tomar. Pero para que los romanos reunieran las piezas fundamentales del rompecabezas geográfico de la ecúmene tuvieron que sucederse siglos de experimentación, en los que otros pueblos de emprendedores, apoyados en su curiosidad, en su codicia o en su potencia militar dibujaron con paciencia los contornos del orbe. La maestra de la noción latina del universo, al mismo tiempo que su antecesora histórica inmediata, fue desde luego la cultura griega, aunque a sus espaldas sedimentaban las experiencias de otras gentes pioneras. El motor que alimentaba sus expediciones lo constituía normalmente la obtención de materias primas. Cretenses –y después micénicos–, chipriotas y cananeos copaban el negocio del cobre y de las sustancias aromáticas en el Mediterráneo oriental de la Edad del Bronce, y Egipto constituía uno de sus ancladeros permanentes. En torno al año 1000 a. C., navegantes procedentes del Egeo y del Levante que perpetuaban las rutas abiertas por los marinos micénicos ya frecuentaban puertos del suroeste de la península ibérica, como el de Huelva. Después le llegaría el turno a las ciudades fenicias –Tiro, Biblos, Sidón…– de volcarse en el mercado internacional mediterráneo, dado que, rodeadas de los grandes imperios de Asiria y de Egipto, el mar conformaba su única alternativa, su salida natural. A partir del siglo X a. C., los mercaderes de las ciudades-estado fenicias, con un envidiable don de la ubicuidad, captaron recursos de regiones tan alejadas como Arabia y el Reino de Saba –inciensos, perfumes, piedras y metales preciosos, manufacturas exóticas– y las costas de nuestra Península. Mediante una red de colonias y de factorías, los nautas fenicios delimitaron a lo largo de un par de siglos sus áreas de influencia comercial en ambas orillas del Mediterráneo: Mozia en Sicilia, Cartago y Útica en Túnez, Nora y Tharros en Cerdeña, desde el 800 a. C. Málaga, Almuñécar, Toscanos, Adra, etc. en el litoral meridional de España (Cádiz supuestamente se habría fundado a finales del siglo XII a. C., pero la arqueología lo desmiente), Lixus y Mogador en el Atlántico marroquí, atravesadas las Columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar), entonces de su paralelo tirio, Melkart. En la mentalidad de los griegos, con Homero a la cabeza, los fenicios pasaban por una turba de piratas sin honra y de secuestradores de muchachas, pero si se enrolaba a un hombre de mar competente había que buscarlo en un barco fenicio. Necao II (610-595 a. C.), faraón que tenía en mente grandes proyectos económicos con África y con la India –ordenó excavar un canal entre el Nilo y el mar Rojo para llevarlo adelante, aunque quedó inconcluso–, contó con una tripulación fenicia, en lugar de egipcia, a la hora de plantear la circunnavegación del continente negro. Los exploradores surcaron las aguas del mar Rojo, bordearon la costa africana, accedieron al Mediterráneo por las Columnas de Hércules y atracaron en Egipto, después de una travesía de tres años. El dato de que los marineros habían observado la posición del sol a su derecha, ya que navegaban por el hemisferio sur, otorga veracidad al relato, si bien a Heródoto, narrador de la aventura, le pareció un apunte fantástico que le restaba credibilidad.